NÓMADAS Y VIAJANTTES
Impostores de Notre Dame
Sorprende que nos conmocionen más los monumentos, por hermosos que sean, que las personas
Ramón Lobo
Periodista
Periodista
Ramón Lobo
Existe un paralelismo entre la conmoción por el derrumbe de las Torres Gemelas en el 2001 y el incendio de la catedral de Notre Dame en París. Ambos encierran simbologías que captan la atención global, al menos de la parte del planeta que vive más o menos como nosotros: tres comidas al día, agua potable y acceso a la información a través de la televisión y las redes sociales. La otra está demasiado ocupada en sobrevivir.
Las Torres Gemelas eran un metáfora de la pujanza del capitalismo; Notre Dame representa el alma de Francia, y de Europa. La época de las grandes catedrales góticas entre los siglos XII y XVI fue, de alguna manera, el cimiento de lo que somos y de lo que queremos ser.
A las torres derribadas por el impacto de dos aviones secuestrados por terroristas se las reemplazó por una más alta y un espacio dedicado a la memoria de los casi 3.000 fallecidos en aquellos atentados.
La catedral gótica más célebre de Francia renacerá de sus cenizas. Empresas y fortunas privadas se han lanzado a una carrera de donaciones. Ya superan los mil millones de euros. Tal vez busquen mejorar su imagen y deducciones para sus impuestos. Muchos de los súper ricos mundiales son alérgicos al fisco, un ejercicio colectivo de solidaridad que ayuda a mantener el Estado que paga las pensiones, sostiene la sanidad y rehabilita los edificios. Habrá tráfico de dinero desde los paraísos fiscales.
El historiador holandés Rurger Bregman lo proclamó este año en Davos, escenario en el que cada año se reúnen economistas, políticos y evasores para hablar de nuestro futuro: “No necesitamos filántropos, necesitamos que los que más tienen paguen impuestos”. Parece simple, pero no lo es.
Notre Dame ha pasado de símbolo de Francia y Europa a alegoría de la gran hipocresía en la que nos movemos. Ni siquiera tenía seguro ni sistemas antincendios. Todo por la ganancia.
Guerra olvidada
Sorprende que nos conmocionen más los monumentos, por hermosos que sean, que las personas. Me refiero al goteo de muertos –más de 2.000 en 2018– en el Mediterráneo, otro símbolo de civilización, y a los invisibles de Yemen, una guerra olvidada en la que participamos vendiendo armas a Arabia Saudí y sus aliados. En ella han muerto 6.872 personas desde el 2015, más del doble que en el 11-S.
Casi 400.000 niños yemeníes menores de cinco años sufren desnutrición. Se trata de la mayor catástrofe humanitaria y solo hay silencio, negocio y vetos de Donald Trump, para que el Congreso no le estropee su arte de la guerra. ¿No hay donaciones para los que nada tienen? ¿No las hay para los indígenas que pierden sus tierras en manos de nuestras empresas extractoras? ¿No son rentables las medicinas contra las enfermedades de los pobres, como la malaria y el ébola?
Tampoco nos conmociona la tragedia de los rohinyá, expulsados en masa de Birmania. Ni la de Haití, un diminuto país asolado por el terremoto constante de la miseria y la corrupción. Si no somos capaces de ayudar a construir un Estado en un territorio de 27.750 kilómetros –un poco más pequeño que Galicia-, ¿cómo lo vamos a lograr en Afganistán, Somalia, Sur Sudán o República Centroafricana?
Resulta más fácil levantar torres y reconstruir catedrales góticas que solucionar conflictos en los que el dinero -sea limpio o en B- no basta. Es necesario tener valentía política, un liderazgo más allá de los eslóganes y frases hechas. Es imprescindible llegar a la esencia de los problemas. La pobreza, el hambre, las enfermedades, las guerras y el cambio climático tienen un único responsable: el sistema depredador en el que nos manejamos. Perdimos los controles creados tras la catástrofe de 1929.
Gran impostura
Las nuevas tecnologías han favorecido una cultura de la instantaneidad y de la imagen. Saltamos de una emoción a otra sin pararnos a sentirla del todo, ni a pensar un instante en las personas que no salen en las fotos, o las que se borran de nuestra memoria en pocos minutos. Creamos héroes virales de usar y tirar, como el niño Aylan Kurdi. Foto, impacto, olvido.
Dentro de esta gran impostura hay personas que no se rinden, como los cientos de miles de jóvenes que han salido a las calles a exigir un futuro porque el cambio climático no es una lección más. Estamos ante la principal amenaza para la supervivencia del planeta, espacio que incluye catedrales y personas, sean ricas o pobres, paguen impuestos o los evadan, sean de derechas o de izquierdas, crean en un dios o en su equipo de fútbol. Es un asunto que tiene que ver con la inteligencia, una virtud muy poco política.
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