Contrapunto

Joven como sinónimo de barato

En muchos de los EREs en marcha se priman los despidos de trabajadores mayores solo por criterios económicos

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Salvador Sabrià

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El cruce de los datos de la última encuesta del coste laboral del Instituto Nacional de Estadística (INE) con la evolución de los precios da como resultado que el poder adquisitivo medio de los asalariados ha caído un 7,1% en la última década. Pero la realidad es más compleja porque estas medias responden a una distribución muy desigual entre los colectivos según su cargo, sexo o edad. 

Los jóvenes son posiblemente el grupo de población que ha salido peor parado de los años más duros de crisis. Un informe del sindicato CCOO sobre la evolución de las desigualdades sociales en Catalunya, del pasado enero, destacaba que los jóvenes "presentan una tasa de riesgo de pobreza muy superior al resto de la población". El sindicato constataba que a partir del 2015 esta tasa se redujo para todas las edades, "pero la de la población de menos de 18 años es la que menos lo hace". Además, recalcaba en sus conclusiones que "las personas jóvenes padecen mucho más la precarización en el trabajo". 

La situación es perversa porque esta precariedad se convierte a su vez en la mejor baza para que las empresas contraten a jóvenes y para forzar un relevo generacional que en muchos casos no se corresponde con las necesidades reales de funcionamiento de las mismas empresas. Este fenómeno se está viendo con claridad en muchos de los expedientes masivos de regulación de empleo (ERE) que están en tramitación o negociación.

Pero todo tiene un límite, o debería tenerlo. Las contrataciones precarias dificultan que el trabajador se comprometa con la empresa que le paga el escaso sueldo. Hasta el punto de que en algunos de estos 'eres' se están presentando como voluntarios empleados jóvenes, cosa que no pasaba hasta ahora. Por lo que me pagan, y en las condiciones en las que estoy, reflexionan, posiblemente me sale a cuenta cobrar ni que sea una mínima indemnización y buscar otro empleo. Pero esta manera de actuar rompe el esquema de los que promueven los ERE, cuyo objetivo real pero no declarado es simplemente rebajar el coste de la nómina, y para eso lo mejor es despedir al personal con más antigüedad y sueldos más elevados. A veces, incluso, se justifica esa medida con el argumento de que es necesario "rejuvenecer la plantilla". Curiosamente, se suele usar esta idea en empresas y grupos dirigidos por septuagenarios que no se aplican el cuento en su caso.

En realidad, lo que sucede es que joven se ha convertido en sinónimo de barato. Y esto tiene un coste no solo para las nuevas generaciones sino para la sociedad en general. Se despide al personal que tiene carreras más largas de cotización, que aportaba más ingresos a la Seguridad Social y que ahora pasará a ser un gasto público durante más años de los que sería lógico, mientras que sus 'sustitutos' ingresarán mucho menos a las arcas públicas. Una operación que mejora los beneficios empresariales, pero empeora los sociales. Rejuvenecer una plantilla no tendría que ser sinónimo de empeorar sus condiciones laborales.