Análisis
Los vetos en el corazón
José Luis Sastre
Periodista
José Luis Sastre
A menudo se producen coincidencias que quizá explican algo del subconsciente colectivo y quizá solo sirven para empezar un artículo por algún sitio. El lunes, por ejemplo, Santiago Abascal pidió que a él no le fueran con preguntas concretas, que él no tiene el Estado en la cabeza porque no se trata de eso, se trata de “tener a España en el corazón”. A la mañana siguiente, Pedro Sánchez lanzó su precampaña, mientras su libro se vendía ya en las librerías, con la imagen de un corazón blanco sobre fondo rojo. En general, la cosa va de quererse: por eso los partidos se vetan tanto.
Fue el propio Sánchez quien advirtió de que abstenerse el próximo 28 de abril suponía retroceder cuatro décadas, para que aquellos -que son muchos en la izquierda- que piensen en estar a otra cosa el día de las elecciones se imaginaran de pana y en blanco y negro, escapando de los grises. Ocurre que es también Pablo Casado quien compara el momento con la transición: “Las elecciones obligan a los españoles a elegir de nuevo, después de 40 años, entre enfrentamiento o concordia, ruptura o reformas”. Hay coincidencias que inquietan, como si algunas páginas no fueran a superarse nunca. A Casado, incluso, le interesa llevarlo más allá: “O Frente Popular o Partido Popular”, exclama mientras repite lo moderado que es.
Es llamativo que la campaña se llene de apelaciones a la transición y orille en cambio su elemento central, que fue el acuerdo. En vez de eso, la mayoría de partidos plantea una ensalada de vetos que ha puesto a varios expertos a hablar de una posible repetición electoral. El PSOE deja abiertas todas las puertas, consciente de que, si todos cumplen y las encuestas aciertan, aquí solo podrán darse dos opciones: o un gobierno de izquierdas con apoyos semejantes a los que tenía ahora o una alianza de las derechas a la manera andaluza; aunque para eso, claro, hace falta que se cumplan los sondeos y que todos cumplan, que es mucho decir. Observen a Sánchez, Casado y Albert Rivera, supervivientes de sus propias hemerotecas.
De ellos, es Rivera quien veta al PSOE –por unanimidad, como se vetan las cosas en Ciudadanos– y juega a tener la llave antes de que la partida haya empezado. Es arriesgado, porque mientras se dice en el centro polariza el debate y empuja a su partido al bloque de Vox. Para eso, entonces, el votante igual prefiere la retórica incendiada de Abascal. Rivera lo fía todo al 155 justo cuando han aparecido otros con la bandera más grande y, además, resulta encajonado en el eje entre izquierdas y derechas. El socio Emmanuel Macron, alérgico a los ultras, manda nuevas señales.
Para entender lo que pasa, en fin, ha empezado a ser poco importante atender a los datos de intención de voto de cada uno. Resulta más ilustrativo fijarse en dónde tienen sus principales fugas, que tanto para el PP como para Ciudadanos se producen hacia el mismo sitio. Hay coincidencias que explican vetos. Ellos sabrán si, de tanto arrimarse a Vox, en vez de besos y corazones no se acaban llevando un buen mordisco.
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