Al contrataque
Todo el mundo lo sabía
Lo que agrava los hechos de la pederastia en la Iglesia es que "todo el mundo lo sabía", como en el caso de Constantí y tantos otros, "era vox populi"... De una manera indirecta también son parte del engranaje que hace posibles los abusos
Najat El Hachmi
Escritora
Najat El Hachmi
La de veces que hemos oído, a lo largo de la última semana, que de los casos de pederastia cometidos por monjes y curas tiene la culpa el celibato, o que se explica por esta obligación de los religiosos de mantenerse alejados de cualquier tipo de relación sexual incluida la matrimonial. Pero si la cosa fuera por ahí, ¿cómo es que no buscan satisfacer los instintos con personas de su edad?, ¿cómo es que los prefieren menores? Por una cuestión de poder, claro, pero también de atracción sexual hacia sus víctimas.
Si el problema fuera el celibato no habría pedófilos en tantos lugares donde los líderes religiosos tienen derecho a casarse. En países musulmanes, por ejemplo, aunque los hombres pueden llegar a tener hasta cuatro esposas legales, no faltan los casos de abusos, presentes en la literatura desde hace siglos. El poeta Abu Nuwas cantaba las delicias de los jóvenes imberbes pero en obras más recientes el fenómeno aparece casi como un elemento paisajístico, como si formara parte de la vida cotidiana. En 'El pasado simple', de Driss Chraïbi, o en Chukri encontramos reflejada esta realidad.
Pero no hace falta siquiera buscar referentes en la ficción, aún hoy abundan los turistas que se desplazan expresamente a países exóticos, auténticos paraísos de la pedofilia, donde los depredadores actúan con la impunidad que no les permiten las leyes que rigen las sociedades donde han nacido. En un mundo con pobres a mansalva no hace falta más que pagarse un billete de avión y aterrizar allí donde se sabe que se podrá disfrutar de los placeres prohibidos.
No, la pederastia no es culpa del celibato como el maltrato no lo es del alcoholismo. No hay que ir muy lejos: esta misma semana también ha salido a la luz el caso de una denuncia de abusos contra el imán de una mezquita de Barcelona. Otra figura religiosa que mientras predica la palabra de Dios va poniendo la mano donde no toca.
Escuchando el testimonio de Miguel Hurtado es imposible no estremecerse: no solo por los abusos sino por la imposición del silencio, la ley del silencio que todo lo sepulta y que permite la perpetuación de los delitos. No me imagino lo que debió sentir al ver publicado un libro de memorias de su presunto agresor, Andreu Soler, prologado nada menos que por Jordi Pujol. La cantidad de familias que habrán dejado a sus hijos en esta institución de reconocido prestigio sin sospechar nada.
Y lo que agrava los hechos es que "todo el mundo lo sabía", como en el caso de Constantí y tantos otros, "era 'vox populi'". Pues que piensen todos los que han callado, los que lo sospechaban y no hicieron nada, los que lo sabían y prefirieron no meterse. De una manera indirecta también son parte del engranaje que hace posibles los abusos. Qué poder tan grande que tiene, todavía, la Iglesia. No es extraño, así, que siga poniendo la justicia divina por delante de la terrenal, que se crea por encima, aún, del poder ciudadano.
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