Venta de falsificaciones en Barcelona
No es una ganga, es una estafa
Comprar en el 'top manta' es ser cómplice del problema, ¿qué pasaría si hubiera una persecución policial real contra los clientes?
No hay cifras de ventas, no se sabe cuántos clientes tiene el 'top manta', pero los tiene y parece que son muchos. Se les puede ver, por ejemplo, en las estaciones de metro y Renfe de plaza de Catalunya. Se pasean mirando los centenares de productos falsificados cuidadosamente expuestos. La mayoría de compradores son turistas. Curiosean, regatean, preguntan y enseñan fotos de lo que quieren. Seguramente han pagado alojamientos carísimos pero, en cambio, no les importa adquirir un producto directamente del suelo, sin ninguna garantía, tampoco sanitaria. Probablemente no compran en las mantas de sus ciudades, pero aprovechan el anonimato y la libertad que les da estar fuera de su país para hacerlo aquí.
Los clientes del 'top manta' no acostumbran a presumir de sus compras. En la red social más exhibicionista, Instagram, no hay ni una foto de alguien mirando a cámara y sonriendo mientras compra con orgullo a un mantero, tampoco hay fotos de personas con bolsos supuestamente de marca con la etiqueta #fake o #topmanta. Se compra en secreto, con la esperanza que aquella falsificación parezca buena. Se busca simular un estatus social determinado, aunque sea vistiendo camisetas que no han pasado ningún control, abrigos que no abrigan, gafas de sol que no protegen o bambas que no aguantan más de una temporada. Se compra una pieza baratísima que parece carísima y se busca una exclusividad imposible si se tiene en cuenta las miles de copias clonadas que hay en las mantas de todo el mundo. No se compraría nunca en estas condiciones si los productos no llevaran un emblema o un dibujo determinado.
El negocio funciona, por eso hay 'top manta'. Los manteros venden y en Barcelona se les pone muy fácil hacerloen Barcelona se les pone muy fácil hacerlo. No hay presión policial y en puntos como la estación de plaza de Catalunya la permisividad es absoluta. Minimizar el fenómeno no sería difícil, se podría hacer mucho más, pero las promesas milagrosas de algunos políticos que aseguran que acabarán con la venda ilegal tampoco son creíbles. El 'top manta' tiene muchas caras. Es un problema social, económico, de explotación de las personas, es un problema de seguridad y de ocupación del espacio público, un problema político, un riesgo sanitario y un agravio para los comerciantes, que ellos sí, pagan impuestos.
Comprar en el 'top manta' es ser cómplice de todo esto, comprar en el 'top manta' no es una ganga, es una estafa. ¿Qué pasaría si hubiera una persecución policial real contra los clientes? En Barcelona el año pasado las multas a compradores no llegaron al centenar, la mitad que en el 2017. ¿Qué pasaría si en las listas de restricciones aeroportuarias se explicitara que no se puede viajar con productos comprados en el 'top manta'? ¿Qué pasaría si los comerciantes se enfadaran con los clientes que llevan una pieza claramente falsificada y se negaran a atenderlos en sus tiendas? ¿Qué pasaría si el supuesto prestigio que da una copia se transformara en un rechazo social generalizado? Podría ser una buena manera de diluir la inexplicable ilusión que provocan las etiquetas falsas. Porque sin manteros no hay 'top manta', pero sin clientes tampoco.
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