ANÁLISIS
No le preguntéis al registrador de Santa Pola
Antón Losada
Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela
Antón Losada
La última vez que los militantes populares eligieron líder ganó Antonio Hernández Mancha y perdieron Miguel Herrero de Miñón y el aparato de la entonces Alianza Popular. El experimento acabó en calamidad y con un homérico regreso del gran patrón, Manuel Fraga, para refundarse como Partido Popular e instaurar la sucesión digital con aquel ya legendario "ni tutelas, ni tu tías". Aquella traumática experiencia allanó el camino de José Maria Aznar hacia su presidencia con mano de hierro y alejó de la derecha por lustros la tentación participativa. La libreta azul escogió después a Mariano Rajoy y este, fiel a su código, ha preferido dejar hacer y retornar a su plaza de registrador en Santa Pola, antes de acabar cargando con otra culpa que tampoco sería suya.
Más que resultar inédita, la competencia por el liderazgo popular revive viejos fantasmas de su pasado, antes de la gran unificación aznarista, cuando la derecha era un territorio habitado por tribus con un notable gusto por la propia aniquilación. Les pesa, además, la falta de pericia en un proceso de primarias a dos vueltas que aprobaron seguros de que jamás tendrían que hacerlo funcionar de verdad, porque solo se trataba de ir con la moda con la democracia interna y buscar el refrendo de la militancia a nombres pactados al viejo estilo, con uno o dos competidores exóticos para dar algo de color.
Los mismos barones que aplaudieron a Rajoy mientras optaba por apartarse y dejar que el partido decidiera, cuando el volátil y temeroso Alberto Núñez Feijóo parecía claro favorito y lo mejor era acelerar para acudir cuanto antes en auxilio del vencedor, le reprochan ahora haberse apresurado tanto, dejándoles con la angustia de elegir un bando en un carrera de final incierto y el reto de convencer a sus huestes para que les hagan caso.
Lo que siembra más pánico y nervios en el PP no es la posibilidad de una guerra de destrucción masiva. Ninguno de los candidatos caerá en ese error porque saben que hablar mal del partido representa algo que su militancia no perdona. Lo que realmente aterra al aparato es que cualquiera puede ganar y ya nadie está seguro de controlar su territorio. Maria Dolores de Cospedal va a amortizar en apoyos sus años como secretaria general. Soraya Sáenz de Santamaría recoge el mucho tiempo dedicado a proyectar su imagen desde el gobierno. Pablo Casado ha concretado en avales su respaldo entre la generación de dirigentes que esperaba relevar al 'marianismo' de manera natural.
Los tres son diputados y pueden ejercer desde el primer día como líderes de la oposición. Aunque no todo son ventajas, a Cospedal le pesa el finiquito en diferido, a la exvicepresidenta su fracaso en Catalunya y a Casado su misterioso expediente académico. Los demás candidatos no buscan tanto dar una sorpresa improbable como cambiar sus apoyos por un sitio en la lista ganadora; todos excepto José Manuel García-Margallo, que anda en misión divina, como el gran John Belushi en los Blues Brothers.
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