ANÁLISIS
Difícil pero no imposible
Sin renunciar a nada, el nuevo `president¿ tiene que ofrecer un proyecto para todos los catalanes en plena ofensiva judicial
Marçal Sintes
Periodista. Profesor de Blanquerna-Comunicació (URL).
MARÇAL SINTES
No puedo más que empezar compartiendo la desolación y la indignación por los encarcelamientos. Leer los textos del juez Llarena, llenos hasta los bordes de prejuicios e indisimulada animadversión, indigna a cualquier demócrata que no esté cegado por el españolismo. Algún día, alguien pondrá a Llarena en su sitio, estoy convencido. Sin embargo, el daño, tanto daño irreparable a tantas personas, ya estará hecho.
Jordi Turull, el tercero de los tres presidenciables al que no se ha podido investir, fue, como Puigdemont y Sànchez, elegido en diciembre por los catalanes en unos comicios convocados por Rajoy. Turull está en prisión al igual que Sànchez. Puigdemont en el extranjero, intentando que la justicia española no le dé caza. Muchos catalanes están, como yo, desolados e indignados. Las concentraciones y acciones de protesta del viernes son una muestra de ello. Hoy los aparatos del Estado pueden estar satisfechos: han conseguido, como deseaban, como prometieron, «descabezar» al independentismo.
Ante lo que está sucediendo, ¿qué hacer? Es evidente que lo prioritario y, una vez ha empezado el tic-tac de la investidura, es tener un nuevo president. Debe ser, a mi juicio, alguien, entre los diputados de Junts per Catalunya, que no tenga ninguna cuenta pendiente con la justicia. Que pueda actuar con la máxima libertad posible. No como el jueves, cuando Turull tuvo que leer un discurso más pensado para no empeorar las cosas ante la justicia que en decir lo que quería. Es la «prisión interna» de la que habla Marta Rovira en su carta de despedida antes de cruzar la frontera. Sabía ya entonces Turull que la CUP no iba a apoyarle y que, muy probablemente, en pocas horas estaría en prisión.
Renunciar a las actas
Hay que elegir presidente y formar gobierno. Y liberar así a la ciudadanía del 155, que tantos estragos produce. Para la investidura, pero también para poder gobernar más cómodamente, JxCat y ERC deben disponer de todos sus escaños, lo que significa que, por desgracia, los independentistas que no puedan votar deben renunciar a sus actas de diputado. El nuevo gabinete ha de caracterizarse –no ha sido así en el pasado– por la unidad y la disciplina internas. Sin renunciar a nada, tiene que ofrecer un proyecto para todos los catalanes, estar dispuesto a dialogar y, si se tercia, a llegar a acuerdos con los que han tendido la mano: los comunes y el PSC –aunque sea este PSC sometido al PSOE–, además de con la CUP. Con estos últimos, sin embargo, nada puede ser igual que antes de la fracasada investidura de Turull. JxC y los republicanos han de procurar estar parlamentariamente lo menos a expensas posible de los anticapitalistas.
Por descontado, esto no será nada fácil para el nuevo president y su ejecutivo. Tampoco consolidar una relación que funcione con Puigdemont y los que se encuentran en el extranjero, si no son extraditados. Ni gobernar y, a la vez, plantar cara a la terrible ofensiva del ejecutivo y la justicia españoles, que no va a cesar.
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