ANÁLISIS

El Madrid salvó al fútbol

El rídiculo del PSG deja clara la apuesta de Zidane y el fracaso estrepitoso de Emery

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Emilio Pérez de Rozas

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Fue el sabio Jorge Wagensberg, sí, del que les escribí el otro día, quien me dijo, alrededor de esa locura de algunos millonarios de querer clonar el fútbol de los grandes, que no se conocen buenas paellas hechas en menos de 20 minutos.

Esta noche, viendo el ridículo del París Saint Germain, pensé en esa frase y, sobre todo en la vergüenza que debía sentir el dueño, el jeque, el rico, Nasser Al-Khelaifi, que, no solo le había prometido “un infierno” al Real Madrid, sino que había pedido una revolución, permitiendo que los ultras, con los que había pactado, tratasen, incluso, de incendiar (o casi) el hotel que albergaba al conjunto blanco.

Pienso en lo que debía de sentir un hombre que se cree que el dinero lo puede todo. Así son los nuevos dueños del mundo, algunos de los cuales, sean árabes, rusos o chinos creen que también pueden ser los amos del fútbol, que es el deporte rey y, sobre todo, el negocio que quieren dominar.

Lo ocurrido esta noche en el Parque de los Príncipes fue la salvación del fútbol. El Real Madrid del más atrevido, listo y vivo Zinedine Zidane (me gustaría recordar que Lucas Vázquez y Asensio ya revolucionaron, junto a CR7, claro, el 3-1 de la ida), dio una lección de sabiduría futbolística, de saber estar, de gen competitivo (ves Al-Khelaifi, eso no se encuentra en el mercado), entereza, atrevimiento y, sobre todo, categoría a un equipo, a un club, a unas estrellas, a un entrenador, a un dueño, que pretende comer en la misma mesa que los grandes. De ahí que el banquete fuese blanco.

Una vergüenza inmensa

El partido fue la demostración de que este PSG es todavía un equipo menor, capaz de pasearse por la Liga francesa, como se pasearía cualquier de los grandes de Europa. Acostumbrado a que el rival se asuste, al Real Madrid de esta noche, sin Modric, sin Kroos, sin Bale, sin Isco, no le asustó que le pretendiesen quemar el hotel ni que ¡Dios, qué vergüenza, qué inmensa vergüenza! inundasen el estadio de bengalas, presentes aunque el resto de espectadores tuviesen que pasar tres controles: los ultras del PSG tenían anoche permiso para todo. Y acabaron llorando, que eran lo que se merecían.

Todo fue muy lamentable para el campeón francés, que, se supone, hoy mismo despedirá a Unai Emery, aunque esperará a final de temporada para darle el finiquito. Total, para ganar (otra vez) la Liga y la Copa y lo que sea, ya les vale con Emery.

De nuevo, otra vez, como viene siendo común en Unai, jugó a no perder cuando debía remontar un 3-1. No es que tuviese miedo, no, es que no lanzó a sus jugadores a por el 2-0 desde el minuto uno. Es más, fue tan lamentable que, para evitar el 1-5, que se hubiese podido producir ¡vaya que sí! (Asensio y Lucas lanzaron al poste), sustituyó a dos de sus delanteros, Di Maria y Mbappé, por dos centrocampistas.

El partido, por cierto, dejó en muy mal lugar a esas estrellitas lanzadas al firmamento futbolístico como podrían ser Verratti, que se autoexpulsó a falta aún de 24 minutos, y/o Mbappé, cuyo precio es ya un tercio de lo que cuestan Lucas Vázquez o Asensio.