Ante la cita electoral
Las cuentas no salen
La noche del 21-D puede que ser el más votado no signifique gobernar y puede que nadie sume para gobernar
Antón Losada
Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela
ANTÓN LOSADA
Pasado el primer fin de semana de campaña y contemplando a los candidatos al borde del ataque de nervios, queda claro que las encuestas publicadas o aciertan del todo, o andan muy cerca de las proyecciones manejadas por los partidos. Esto ya no va de independencia, de democracia o del 155; va de ganar, como en todas las elecciones. Ya no se trata de independentistas contra no independentistas, ahora es todos contra todos.
Catalunya va camino de encarnar otro ejemplo de cuánto se equivocan quienes repiten que las campañas no deciden unas elecciones. Hace apenas un mes ERC se disponía a heredar la mayoría nacionalista, vampirizando a sus socios a derecha e izquierda tras gobernar dejándoles que asumieran el desgaste, mientras Ciudadanos iba a crecer aunque sin alterar demasiado los equilibrios con PSC y PP y, sobre todo, sin opciones de gobernar. Hoy todo ha cambiado. Los pactos de no agresión entre partidos saltan por los aires a un lado y a otro. Ya no se trata de vencer al independentismo o al españolismo, se trata de salir el más votado y, si no se puede, sumar los más votos posibles quitándoselos a quien haga falta.
Entre los partidos soberanistas el 'efecto Puigdemont' ha reabierto la pugna por la supremacía en el espacio electoral nacionalista, que explicaba tantas cosas aparentemente inexplicables del 'procés'. ERC apela al voto útil para frenar la recuperación del PDECat bajo la poderosa franquicia del 'president' destituido mientras seguramente lamenta que su mayor activo electoral, Oriol Junqueras, siga tan dignamente en prisión, la CUP dispara contra todos para intentar retener a su base más fiel y Carles Puigdemont recoge el voto de quienes acudirán a las urnas como un acto en defensa de sus instituciones.
Progresión naranja
Entre las fuerzas no soberanistas la progresión demoscópica naranja ha aflorado la tensión latente. Albert Rivera y los suyos reclaman también el voto útil mientras socialistas y populares luchan para no verse abocados a apoyar un gobierno de Ciudadanos que alteraría significativamente la percepción común sobre cómo funciona la política estatal: Ciudadanos se visualizaría como partido de gobierno y el PP quedaría como ese partido bisagra con un puñado de escaños que solo puede elegir entre apoyar desde dentro o desde fuera del Ejecutivo. Los Comunes tampoco lo tienen fácil. Con las encuestas a la baja, su mejor salida parece un gobierno de izquierdas con ERC y el PSC, pero para que sume necesitan que les vaya bien a ambos depredadores de sus votos perdidos.
La noche del 21-D puede que ser el más votado no signifique gobernar y puede que nadie sume para gobernar. La salida de las elecciones podría acabar en otra puerta falsa que, sumada a los malos resultados, devuelva el problema, corregido y aumentado, a Mariano Rajoy. La perspectiva de una repetición electoral solo parece interesante para los soberanistas, convencidos de que su electorado se movilizará las veces que haga falta. Algo que los demás partidos no pueden ni soñar.
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