Editorial
La hora de la verdad para Podemos
La futura asamblea del partido morado debiera ser un foro de debate de ideas más que una lucha por el poder como en la vieja política
El Comité Ciudadano Estatal de Podemos, máximo órgano de gestión entre las asambleas generales del partido morado, visualizó ayer todas las luces y también muchas de las sombras que acompañan a la organización tras su meteórico asalto, sino a los cielos, sí a la primera línea de la política institucional española. La reunión sirvió para fijar las reglas organizativas del congreso que Podemos celebrará en febrero (y que ahora pasarán por el referéndum de las bases), pero también para dejar patentes las diferencias internas existentes en el grupo dirigente y que se han hecho visibles desde hace tiempo.
El cónclave de ayer, y sobre todo el de la próxima asamblea general, ha de servir a Podemos para desatar algunos de los nudos que empiezan a aprisionarle el presente y amenazarle el futuro. El primero de ellos, sin duda, la cuestión del liderazgo. El 'fraternal' pulso entre Pablo Iglesias, secretario general, e Íñigo Errejón, secretario político (más la presencia organizada de los anticapitalistas de Miguel Urbán), tendrá en el cónclave de febrero un escenario ideal para poner a cada cual en su sitio y evitar un choque de trenes que podría hacer descarrilar todo un proyecto. Los llamamientos a la unidad con los que Iglesias abrió ayer el comité, exigiendo la desaparición de los bloques y corrientes internas, no fue precisamente la mejor carta de invitación a los discrepantes como lo demostró la premura de la respuesta de Errejón señalando que la uniformidad consiste en «articular lo diverso».
El primer desafío de los podemistas debe ser evitar comportamientos que ellos mismos han adjudicado a los partidos de la 'casta' y que con tanto brío han denunciado. Y la lucha por el caudillaje es sin duda un estigma de la vieja política. La segunda asamblea de Podemos, la de la refundación tras la primera fundacional, debiera ser un foro real y creíble de debate de ideas y programas antes que de lucha descarnada por el poder. Los últimos encontronazos conocidos -en eso sí que hay que agradecer la transparencia de la que otros rehúyen- no ayudan al optimismo, pero la carrera todavía es larga. Con el PSOE en manos de una gestora, y maltrecho tras apoyar al Gobierno de Rajoy, Podemos juega ahora sus cartas para ayudar a la rehabilitación de un espacio de izquierdas democrático que combata el desencanto de amplios sectores de la sociedad española.
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