Análisis
La solidaridad que nos dignifica
La ayuda ciudadana a los refugiados contrasta con el triste papel de los estados europeos
Xavier Martínez-Celorrio
Profesor de Sociología de la Universitat de Barcelona.
XAVIER MARTÍNEZ CELORRIO
La tragedia de los refugiados ha puesto en evidencia dos cosas: la primera, que los estados son una maquinaria sin alma, y la segunda, que la ciudadanía no se le parece en nada al demostrar una solidaridad directa para ayudar, amparar y acoger a los miles y miles de seres humanos que escapan de la guerra y la desesperación. Mientras los estados se desentienden, personas y organizaciones concretas trabajan in situ para que esos seres humanos no mueran ahogados en el Mediterráneo o para paliar las penurias de su éxodo por tierra. El trabajo ético de ayuda y la ola de solidaridad ciudadana que lo apoya desde atrás ponen en evidencia que la razón ciudadana está divorciada de la razón de Estado.
El desastre poscolonial que representan el subdesarrollo en África, las guerras de Siria, Irak y Afganistán o las dictaduras de Oriente Próximo se ha confabulado en forma de éxodo de millones de personas que, desde esos países, se han dirigido hacia las puertas de Europa. Hijos de la guerra y de la desesperación que lo han perdido todo y se la juegan poniendo rumbo hacia el lugar del planeta que sus ojos ven como el único lugar de esperanza y seguridad en un mundo global tan turbio y deshumanizado: la vieja Europa.
Sin embargo, los estados juegan en un tablero de geopolítica y de intereses que no tiene nada que ver con la voluntad de sus ciudadanos más éticos. Por eso los gobiernos funcionan con razones de Estado y alta política, donde se entrecruzan cálculos, fuerzas y contraprestaciones que ralentizan la toma de decisiones, o, si se toman, acaban siendo pura retórica inconcreta. Europa repartió tarde y mal el esfuerzo de acogida entre sus países y acabó cerrando sus fronteras y pagando a Turquía para que haga de muro de contención. Así se contiene el éxodo, pero a la vez se abren nuevas vías de acceso controladas por mafias. Todo un giro radical inexplicado y que dejó atónitos a los ciudadanos más éticos y solidarios. Las razones de Estado de Bruselas se han impuesto en un momento en que la extrema derecha explota el miedo, la islamofobia y el terrorismo como un fantasma que recorre Europa.
El miedo al otro
El miedo al otro y el pánico a un éxodo de expatriados desesperados han hecho que Europa levante alambradas y cierre sus fronteras. Pero la mejor forma de combatir los miedos al otro y los pánicos de la extrema derecha es ejercer la solidaridad directa o apoyarla. Sin esperar a nadie y sin pedir permiso, muchos voluntarios se han dirigido hasta las fronteras y los puertos de entrada para prestar su ayuda solidaria a los refugiados. Ayuda directa y sin intermediarios ni autorizaciones, porque la solidaridad no se tramita, se ejerce de forma rápida para responder a las necesidades de los desvalidos. El ejemplo de Proactiva Open Arms, la oenegé de Badalona que ayuda a salvar vidas en los naufragios, es muy elocuente, y por eso ganó el Premio Català de l'Any 2016 por votación popular.
Hay otros ejemplos de voluntarios, entidades y ayuntamientos que se están volcando para organizar operaciones humanitarias y actuar sobre el terreno. Son la mejor respuesta que nos dignifica como demócratas. Son la mejor respuesta a nuestra impotencia dada la frialdad inhumana de las razones de Estado que se imponen sin consulta alguna. Son la mejor respuesta al auge de la extrema derecha y a las dudas y temores de un sector de la ciudadanía que puede decantarse hacia posiciones xenófobas. Contra el miedo o la impotencia, solidaridad activa. Sin dudarlo.
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