Manipuladores y ladrones
La tradición de la picaresca española es nefasta para nuestras vidas. Si no salimos a gritar, llenaremos el país de ladrones
Sílvia Cóppulo
Periodista y psicóloga.
Licenciada en Psicología y Doctora en Comunicación. Profesora de Comunicación en la Universitat de Barcelona
SÍLVIA CÓPPULO
«No sabemos nada de lo que realmente pasa en Madrid con las supuestas negociaciones para tratar de formar Gobierno. No sabemos nada y tenemos que publicar cada día», me decía, perplejo, un buen analista político con mucha experiencia. Me quedé en silencio. Con atención escucho a Pablo Iglesias y Pedro Sánchez y Mariano Rajoy. Y de nuevo a Iglesias y Sánchez, tras Rajoy -que no es mucho- y Alberto Garzón y los catalanes Joan Tardà y Francesc Homs. Miro también los movimientos del rey Felipe VI, calculados al milímetro, mirando, por otra parte, de distanciarse de cualquier otro asunto que pueda enturbiar su imagen, se llame Cristina y Nóos o se llame Pilar de Borbón y papeles de Panamá. Pero es totalmente inútil seguirles el baile. Es terrible ver que, con los nuevos partidos, los ciudadanos tampoco podemos hacer nada.
No solo no han desaparecido los viejos tics de la vieja política, sino que diría que han aumentado. Porque los nuevos líderes políticos extraídos de la distinción de las escuelas de negocios de Barcelona o de las universidades más progres de Madrid van a por todas para obtener rédito de la comunicación pública y política. Y a fe que saben bastante de crear en la población percepciones que no tienen nada que ver con la realidad. Es por eso que los meses pasan y nos agotarán a nosotros y al tiempo. Dudo mucho que haya nuevas elecciones. Tienen demasiado miedo de perder, y aunque a los catalanes no nos es indiferente quién gobierne España, cada vez Josep Pla acierta más: lo que más se parece a un español de derechas es un español de izquierdas. Ahora habría que añadir: lo más parecido a un viejo político es un político que dice que es nuevo.
Mentir sale gratis
Mentir sale gratisOigo a Rita Barberá diciendo que estaba convencida de que la empresa Nóos de Iñaki Urdangarin no tenía ánimo de lucro, o al ministro José Manuel Soria negando las evidencias de su relación con el despacho panameño de Mossack Fontseca, y me pregunto por qué no dimiten. A fe que si ganaron las elecciones de diciembre es que la corrupción no importa mucho. Dicen que en nuestra cultura mediterránea la verdad y la mentira no representan ningún valor. Al contrario que en Estados Unidos, donde a un presidente le fue de un pelo que no tuviera que dimitir. Que se agenciase a una becaria o a 25 no era la cuestión esencial. La mentira rompe la confianza, y sin confianza no puede haber ninguna relación que aspire a una convivencia mejor tanto en la vida personal como en el espacio público. En este ámbito admiro a los yanquis. La tradición de la picaresca española es nefasta para nuestras vidas. Deberíamos saber reaccionar. Si no salimos a gritar, como sí lo han hecho los islandeses ante las triquiñuelas panameñas de su primer ministro, llenaremos el país de ladrones.
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