Festival Guitar BCN

Rozalén, jota, rap y deseos de un mundo mejor en el Liceu

La cantante albaceteña canta al amor y al duelo, mezclando folklore, pop y electrónica, en la presentación de su nuevo álbum, ‘El abrazo’

Concierto de Rozalén en el Liceu

Concierto de Rozalén en el Liceu / GUITAR BCN

Jordi Bianciotto

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Tras acudir a temarios tradicionales en su anterior disco, ‘Matriz’, Rozalén ha vuelto a la composición en ‘El abrazo’, fundiendo raíces lejanas y modernas: al fin y al cabo, el pop, la electrónica y el rap (formas que picotea en este nuevo álbum), son también folklore, el de hoy. Y con todo ello, y con su voz limpia y clara, y su aura portadora de buenos sentimientos, logró superar este jueves los “miedos e inseguridades” que la acompañaron en su primer Liceu, acogida por el festival Guitar BCN.

Nos avisó de que ‘El abrazo’ es su disco “más emocional”, tomando algo de distancia con el “componente social” común en su obra, añadió, y es cierto que hubo más sensibilidad, color y baile que denuncia. Aunque la mirada es la que es y la canción de arranque, ‘Lo tengo claro’, cortocircuitó el romanticismo canónico: “Y aunque sin ti no muero, / el sendero contigo es mucho más bello”.

De Gaza a Cartagena

Rozalén apostó fuerte al recorrer el nuevo álbum casi entero, lo cual derivó a clásicos como ‘Vuelves’ o ‘Comiéndote a besos’ a las ruedas de ‘medleys’ (hubo tres). Puesta en escena cuidada, con atrezo de alas de libélula y pantalla de video (que nos saludó con un mensaje a favor de Gaza), seis músicos y la intérprete del lenguaje de signos Beatriz Romero. ‘El abrazo’ transpiró latinidad tropical en los ‘tempos’ vivaces de ‘Sácame la pena’ o ‘Tres días en Cartagena’.

Pero el ‘leitmotiv’ lo situó Rozalén en una sucesión de “amores y duelos”, fibras sensibles pulsadas a través del sentimiento familiar (‘La cara amable del mundo’, dedicada a su sobrino) y del homenaje a los ausentes: la abuela y el padre, en ‘Ceniza’, con base electrónica, y un ‘Todo lo que amaste’ con lucimiento vocal. Pasaje recogido que dio paso a la Rozalén puramente folclórica, un registro que bordó a lomos de ‘Te quiero porque te quiero’ y su himno (jotero) a su tierra, ‘Es Albacete’. Ahí, en su camino de afectos de doble dirección, rescató con buena caligrafía y sentimiento la incursión en el catalán de ‘Amor del bo’, el “regalo” de Sílvia Pérez Cruz.

Muy lejos, no solo en términos de lenguaje musical sino de actitud, estuvo ‘Mis infiernos’, con su ‘groove’, su rap y sus rimas desfogadas contra el ‘malrollismo’ de las redes y el postureo moral. Sí, Rozalén también puede tener mala uva y fue refrescante comprobarlo. Tras haber bajado a las cavernas, el contraste con la luminosidad de ‘80 veces’ y ‘Las hadas existen’ jugó a favor si cabe en un tramo final en el que no faltó ‘La puerta violeta’ y que, con ‘Todo sigue igual’, implantó la danza con aparatosa coartada electrónica, invitando a pensar que, con Rozalén, tal vez el género sea ella misma.

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