La clave
Rodalies o la ciudad sin ley
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT SÁEZ
Los usuarios de Rodalies de Catalunya sufren cotidianamente la precariedad de este servicio: cortes eléctricos, retrasos, desinformación en los paneles en caso de avería, ausencia de empleados en las estaciones, frío en invierno, calor en verano, etcétera. Los acuerdos de altos vuelos que firman periódicamente la ministra Pastor y el conseller Vila no descienden a la letra pequeña de estos tristes detalles que no permiten ni fotos de oportunidad ni páginas de publicidad. Ciertamente son problemas seculares de los que no se les puede responsabilizar totalmente.
Pero algunas cosas sí han pasado bajo su mandato. Por ejemplo, el sistema de cancelación de billetes que han instalado en la flamante estación de Passeig de Gràcia de Barcelona. Todo muy nuevo y muy limpio, pero con unas máquinas que no obligan a pasar el billete antes de salir. Vamos, un coladero que sumado a las máquinas estropeadas en la entrada de la mayoría de las estaciones de las líneas de Rodalies es una invitación en toda regla a viajar sin pagar. Son muchos los ciudadanos que pasan precariedades y que necesitan que las tarifas tengan más sensibilidad social de la que tienen las últimas aprobadas. Pero lo que resulta impresentable es que pagar sea casi casi un ejercicio imposible y que quienes quieren contribuir al buen funcionamiento de un servicio público se vean privados de él por quienes lo gestionan.
La joya de la corona
Con todos sus defectos, el transporte público es uno de los ámbitos -junto con la educación y la sanidad- donde más huella dejó el advenimiento de la democracia. Seis años consecutivos de recortes empiezan a dejar huella. Si al dinero que no llega de los presupuestos públicos le sumamos la ineficacia en el cobro de la aportación de los usuarios, conseguiremos volver a tiempos pasados que fueron mucho peores y cercenaremos la sostenibilidad de este servicio público.
Poner canceladoras a la salida de las estaciones es una medida aparentemente impopular. Pero impedir que los viajeros cancelen a la entrada es directamente una tomadura de pelo además de una grave irresponsabilidad.
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