Rutas insólitas

Barcelona singular: El Farró, el secreto mejor guardado de Sant Gervasi

Lo que descubrirás a continuación no lo conoce casi nadie en Barcelona. Marc Piquer, el tuitero explorador de @Bcnsingular, rastrea el Farró. Aquí se vive a otro ritmo

El Poble Sec más desconocido

Grandes hallazgos en el barrio más pequeño

CasaP�dua9ok.jpg

CasaP�dua9ok.jpg / Marc Piquer

Marc Piquer

Marc Piquer

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Vengas de donde vengas, llegarás al Farró después de atravesar la siempre confusa plaza de Lesseps o alguna de las cuatro importantes vías de tráfico que lo rodean. Será prácticamente la última vez que tendrás que lidiar con los coches: lo que descubrirás no lo conoce casi nadie en Barcelona, y sus residentes están encantados de que así sea. El primero que se lo creyó fue Silvestre Farró. Suya era la finca que dio pie a la urbanización, a mediados del siglo XIX, de las calles dels Santjoanistes (hasta 1929, del Farró) y de Sant Felip (actual Saragossa), un camino primitivo. El carácter de pueblo no se ha perdido; aquí se vive a otro ritmo que en la vecina Gràcia, y ejes pacificados como Vallirana o Septimània infunden calma y placidez. Pero aún hay más. Solo te pido que guardes el secreto.

Vista general del Farró.

Vista general del Farró. / Marc Piquer

1. Legado cumplido

Vil·la Urània

Entrada a Vil·la Urània.

Entrada a Vil·la Urània. / Marc Piquer

Si Josep Comas i Solà se hubiera puesto hoy a buscar planetas desde la azotea de Vil·la Urània (Saragossa, 29) , lo habría tenido harto complicado, dada la altura de los bloques cercanos. Sin ir más lejos, el de delante, una construcción energéticamente eficiente que alberga un casal infantil y un centro cívico -este sí- con espectaculares vistas. Los talleres y actividades de divulgación científica están muy presentes a fin de dar cumplimiento al legado del astrónomo, quien donó el chalet y el resto de la parcela donde se ha levantado el macroequipamiento a cambio de que aquello se mantuviera como institución educativa y cultural. En el terrado de Vil·la Urània, Comas i Solà descubrió 18 cuerpos celestes, lo que le reportó gran prestigio internacional. A pesar de ello, el histórico palacete –abandonado durante años– estuvo a punto de terminar en mil pedazos. Lo impidió la movilización popular. Desde septiembre, opera allí una cafetería japonesa. Probar sus tés y pasteles –qué rico el 'cheescake' de mochi– es otra forma de tocar las estrellas.  


2. El lugar más bello

Pasaje de Mulet

El pasaje de Mulet. 

El pasaje de Mulet.  / Marc Piquer

Se disputa con el de Sant Felip ser la callejuela con más encanto del Farró. Cortados por el mismo patrón, rezuman paz y sosiego, pero es en el pasaje de Mulet donde unas jardineras en una de las entradas hacen el amago de querer ocultarlo. Aunque es de acceso libre, se trata de un callejón privado, que cierra por las noches y en el que durante el día está prohibido jugar a pelota… y pasear al perro. La belleza pictórica del pasaje cuadra con el hecho de que su promotor, el menorquín Antoni Mulet i Orfila, fuera profesor de pintura. Este concibió, en el terreno que compró a los herederos de Can Regàs, dos hileras de casitas de estilo inglés, y pese a que era innegable su hermosura, las pasó canutas para venderlas debido al estallido social de la Gloriosa. Solamente quedan dos de 1868, pero al menos la del número 6 –sustituida en pleno fervor modernista– es más bonita que la original. Todas las edificaciones tienen antejardín; también patio trasero. Sin duda el más raro es el de la sede del Centre Excursionista de Gràcia, que se ha adaptado como rocódromo y congrega un buen puñado de aprendices de Spiderman.  


3. Fórmula de éxito

La Nova Fontana

José Antonio y Rosa en La Nova Fontana. 

José Antonio y Rosa en La Nova Fontana.  / Marc Piquer

Cuando en 1999 el propietario de La Nova Fontana (Santjoanistes, 6) decidió retirarse, quiso que alguien de su total confianza diera continuidad al negocio, especializado en porciones de pizza dobladas. Juan Vega pensó en dos clientes habituales, Rosa Ortiz y José Antonio Fernández, quienes tras dudar mucho, aceptaron la propuesta. Él dio el primer paso, encerrándose 14 horas al día para aprender el oficio. Luego se sumó su mujer, y juntos sanearon el espacio –sin tocar el rótulo, ni las mesas de mármol–, jubilaron el hornillo y adquirieron una cocina de hostelería que les permitió ampliar la carta a más de 40 variedades. Hoy es el hijo, Albert, quien dirige este establecimiento tan querido que trabaja con productos de proximidad y se esmera con los quesos. Mención aparte merece la masa, fina y crujiente. Se deja fermentar tres días, y es irresistible. «Me emociona que vengan padres con sus pequeños que ya venían siendo niños», me confiesa Rosa. Por favor, que por mucho tiempo siga la magia.  


4. Más que una fachada

Casa Pàdua

La piscina cubierta que esconde la Casa Pàdua en su interior.   

La piscina cubierta que esconde la Casa Pàdua en su interior.    / ABAA Arquitectes

Antes de que la ronda del Mig separara abruptamente el Farró del Putxet, la división natural entre los dos barrios la marcaba la calle de Pàdua, que se estrecha –formando un tapón de vehículos– en su tramo final. Al lado de un edificio en obras, emerge la fachada más llamativa del Farró (Pàdua, 75), a todas horas con instagrammers postureando enfrente. Jeroni Ferran Granell es el responsable de esta maravilla verde pastel y granate cuya existencia se entiende si nos retrotraemos a los tiempos en los que la burguesía reparó en este rincón de Sant Gervasi para fijar su residencia, y en la medida que pudo, alardear de vivienda. Los esgrafiados y vitrales con motivos florales de la Casa Pàdua dan pistas de lo que oculta dentro: un generoso jardín. En los 40 el inmueble acogió un laboratorio de perfumes que impregnó de fragancias también el interior, reformado por completo en 1989. «Nunca se ve a nadie», me comenta un vecino que desde su terraza tiene este edén a tiro. No me extrañaría que, de vivir alguien, no saliera de la piscina cubierta, escondida debajo de una pasarela que conduce al delicioso pensil.  


5. Comer entre 600

Bodega Pàdua

La Bodega Pàdua, repleta de piezas del mítico 600.  

La Bodega Pàdua, repleta de piezas del mítico 600.   / Marc Piquer

La calle de Pàdua presume de tener uno de los comercios que a medida que han ido pasando los lustros se ha vuelto más singular (Pàdua, 92). Marcial Grasa abrió en 1949 esta antigua casa de vinos que al principio únicamente atendía a domicilio. Vicente Ratón era un mozo de reparto que Grasa apadrinó hasta tal punto que le dijo: «Esto será tuyo». Aquel día llegó –era 1979–, y fue a partir de entonces que se sucedieron los cambios: se habilitó una barra para servir cafés, más adelante se ofrecieron comidas, y en los 80, el hijo, Jordi, introdujo tapas y 'coques'. Me consta que todo el mundo se siente a gusto: por la mañana se puede desayunar de cuchara, al mediodía el local se abarrota de currantes, y el horario de noche atrae a mucho pijerío juvenil. Falta hablar de otro Vicente, el suegro de Jordi Ratón. A este extrabajador de la Seat le debemos que el restaurante esté repleto de piezas del mítico 600 (el surtidor de cervezas es una réplica del motor de un 'pelotilla'), y que siempre aparezca algo nuevo: un trozo de carrocería por ahí, un volante por allá… Apúntate una fecha: 9 de septiembre. Con motivo de las fiestas del Farró, la Bodega Pàdua cerrará la calle y, cómo no, la llenará… de 600!  


6. El peluquero que da la nota

La Perrockia

La Perrockia de Jordi-Benet Sala.

La Perrockia de Jordi-Benet Sala. / Marc Piquer

Conocí a Jordi-Benet Sala, Perrocker, el año que se disfrazó de mohicano en la tradicional fiesta country que organizaba el Pepeta’s Bar, y me agrada que una década después no haya cambiado un ápice su manera de entender la vida. De aquella mutación física haciendo el indio se conserva una fotografía que cuelga de la pared de su parroquia particular (Francolí 60-62), a rebosar de excentricidades, incluido un altar. Aquí, sus fieles vienen a cortarse el pelo pero quizás tengan que esperar un poco, no sea que esté ensayando: Jordi-Benet es peluquero y rockero, y combina siempre que puede las dos profesiones. Ya ha sacado nueve discos, y cuando no hace bolos –mal pagados–, le da por montar vermuts musicales (cada tercer sábado de mes), sorteos, exposiciones y visitas personalizadas. Asimismo son una invención suya las 'Perrocker lights', hechas con cajas de galletas danesas que acumulaba su padre –el poeta Creu de Sant Jordi Anton Sala-Cornadó–, y que vende a 100 €. «No sé qué haría sin estas manos», admite. ¿Y qué haríamos nosotros sin gente así, que nos alegra el día a día?  


7. Festival yanqui

Taste of America

La comida yanqui de Taste of America.

La comida yanqui de Taste of America. / Marc Piquer

Deja esta reseña para después del verano. Pero léela sin falta antes del día de Acción de Gracias, o te quedarás sin pavo. Si bien en Taste of America no encontrarás artículos de primera necesidad, ser asiduo a la tienda de Balmes (294) de esta franquicia muy probablemente te llevará a creer que una ensalada es incomestible si no se aliña con salsa 'ranch' picante, o que la leche hay que tomarla sí o sí con Nesquik de plátano. Cuesta contenerse ante este festival de marcas yanquis cuyos creadores preferirían que no te entretuvieras consultando el valor nutritivo de cada producto. Tanto es así que algunos no se han podido importar porque son alimentos transgénicos o con ingredientes artificiales vetados en la Unión Europea. Tampoco haremos de ello un drama: preparados para 'pancakes', siropes, 'bagels' congelados, 'marshmallows' (las nubes de toda la vida), 'macaroni & cheese', sopas Campbell… La oferta es inmensa. Y si quieres impresionar a la familia, reserva en octubre un 'turkey' de Thanksgiving entero, que te viene al vacío y con su jugo; solo tendrás que sacarlo del envoltorio, calentarlo en el horno y hacer creer que te estás currando la cena desde Halloween.   

Suscríbete para seguir leyendo