Rutas insólitas

Barcelona singular: grandes hallazgos en el barrio más pequeño

Apenas ocupa 12 hectáreas: Can Peguera es el barrio más diminuto de BCN. Marc Piquer, el tuitero explorador de @Bcnsingular, destapa hallazgos inesperados entre las casas baratas de Horta

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VistesCanPeguera8ok.jpg / Marc Piquer

Marc Piquer

Marc Piquer

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El barrio oficial más diminuto de Barcelona (12 ha) es, sin discusión, también el más peculiar. Creado de la nada para realojar expropiados y barraquistas, mantiene a día de hoy la mayoría de casas levantadas en dos fases (1928 y 1947). Y nadie, en principio, tiene por qué temer por su desaparición: este increíble conjunto níveo está protegido. Entre tanto habitáculo homogéneo relucen hogares poblados de plantas y custodiados por los sempiternos gnomos de jardín, y aparecen inesperadas sorpresas que rompen con su agradable monotonía. 

1. Fábrica de cola

La masía de Can Peguera

Cimientos de la masía que da origen a Can Peguera.

Cimientos de la masía que da origen a Can Peguera. / Marc Piquer

Las primeras 534 viviendas públicas del antiguo polígono de Ramón Albó eran de un solo nivel, minúsculas, equipadas con una cocina económica, y con un patio al descubierto. Durante la posguerra se hicieron 116 más, siguiendo el mismo patrón blanquecino. En cambio, no sucedió lo mismo con la siguiente promoción: una mole de 31 pisos que contrasta con el resto (plaza de Sant Francesc Xavier, 19-20). El edificio es tirando a feo, pero tiene más historia de la que aparenta, ya que justo ahí estuvo la masía que da origen a Can Peguera. Y algo queda de ella: todavía son visibles sus cimientos, una franja de piedras sobre la cual se alzó la nueva finca. Aquella hacienda se conocía como «la fábrica» porque allí se producía, en un horno de alquitrán, cola para usos industriales. Esto era posible debido a su proximidad con el Turó de la Peira, un extenso pinar de donde se extraía la resina. A pesar de las muchas penurias sufridas, los vecinos nunca incurrieron en actos que pusieran en peligro esta maravillosa arboleda, y si alguna vez necesitaron leña, fueron a buscarla a Collserola.   


2. Misión cumplida

La parroquia de Sant Francesc Xavier

La parroquia de aire colonial de Sant Francesc Xavier.

La parroquia de aire colonial de Sant Francesc Xavier. / Marc Piquer

No causaría extrañeza encontrársela si uno se llamase Davy Crockett y esto fuese Texas. Pero estamos en las casas baratas de Horta, y aquí casi nadie recuerda El Álamo. Algo de evangelizadores tenían, sin embargo, los que promovieron la construcción de una iglesia de origen colonial, bajo la advocación del jesuíta San Francisco Xavier (plaza de Sant Francesc Xavier, 22), y calcada a las de las misiones en el Nuevo Mundo. Este sitio recóndito fue siempre un nido de cenetistas (parte de la Columna Durruti salió del barrio); un bastión de la izquierda, en definitiva, sin mucho apego a los curas. La respuesta de las autoridades al ateísmo reinante fue erigir este templo, que en su interior posee un santo Cristo representado como pocos en el mundo con una soga en el cuello. Asimismo sobresalen las pinturas del ábside, en las que se puede ver unos escolanets con el rostro de niños del vecindario, entre ellos, Manela –que aún vive–, un tal Ramiro y, según varios parroquianos, mossèn Camprubí, hermano del actor Joan Capri.  


3. Encants en Nou Barris

Vent-ho Tot a 1 €

Josep Maria Andrés vende todo a 1 € en sus Encants del paseo d’Urrutia.

Josep Maria Andrés vende todo a 1 € en sus Encants del paseo d’Urrutia. / Marc Piquer

Por no haber, en Can Peguera no hay ni un estanco, no digamos ya una óptica, una zapatería o una mercería. A pesar de ello, la gente se abastece de calzado, bisagras, libretas, tejanos, despertadores, mecheros, fundas para gafas o madejas de lana. Y a un precio irrisorio: 1 euro. El negocio lo abrió Josep Maria Andrés en 2018, en el mismo local donde su padre tenía un taller mecánico y su abuelo una trapería (paseo d’Urrutia, 36). Comenzó desprendiéndose de lo que tenía por allí almacenado, y bien pronto se dedicó a vender objetos de segunda mano que le traían los vecinos, a quienes entregaba dos terceras partes de las ganancias. Era una propuesta tan suculenta que la cosa se salió de madre. Abrumado con tanta furgoneta que llegaba cargada hasta los topes, dijo basta, y ahora solo despacha el género que le regalan o que consigue mediante el vaciado gratuito de domicilios. «Me he llevado incluso escopetas», me cuenta Josep Maria, quien no ha tenido otro remedio que ampliar el espacio para poder meter la mercancía de más valor (un pelín más cara): jarrones, esculturas, lámparas y electrodomésticos que encandilarían a cualquier paradista de los Encants.  


4. Una joya modernista

Can Oliveres

El impresionante edificio de Can Oliveres.

El impresionante edificio de Can Oliveres. / Marc Piquer

Cuando asolaban las epidemias, los barceloneses adinerados sondeaban parajes a las afueras de la ciudad para refugiarse, y lo que hoy es el Eixample d’Horta no parecía un mal destino, la verdad. El aire puro que se respiraba suponía un reclamo y debió de ser esa una de las razones por las que Mercè Oliveres –enferma de los pulmones– decidió instalarse en la residencia veraniega que a principios del siglo XX su padre, un impresor de prestigio, había encargado al prolífico Josep Graner. Esta auténtica joya pertenecía a la barriada de Can Quintana, por aquel entonces una zona con unos alrededores muy bucólicos por la presencia de un riachuelo y una fuente natural. La parcelación del terreno dio lugar a la proliferación de chalets imponentes como Can Valverde, ya desaparecido, Villa Pilar o Can Oliveres (paseo d’Urrutia, 1), que destaca por su torre mirador y los tejadillos en voladizo. El impresionante edificio, adquirido por el Ayuntamiento y cedido a la Generalitat, acoge actualmente un centro de integración de menores. Se trata sin duda de una de las esquinas más admirables de Nou Barris, y la única de estilo modernista de todo el distrito.   


5. Los últimos barraquistas

Viviendas de la calle de Ogassa

Viviendas de la calle de Ogassa.

Algunas casas de la calle de Ogassa. / Marc Piquer

Es una calle más de Barcelona y está dedicada como tantas otras en Can Peguera a una población gerundense (Ogassa). Pero desde que se construyó este grupo de viviendas, hay que meterse dentro del edificio para pasar por ella. «¿Escribes sobre esto? –me pregunta alguien desde una ventana–. Te juro que da para un best-seller». Y me señala las enormes grietas que recorren paredes y techos. El largo complejo arquitectónico reemplazó en 1990 las únicas casitas bajas que no lograron salvarse del derribo, pese a estar en buen estado. En él habitan en gran número realojados de las chabolas de Can Baró y los cañones del Carmel, las últimas en derruirse ante la pronta inauguración de los Juegos Olímpicos. «Y mucho mejor que estábamos», asegura el caraqueño Victoriano Vázquez, de madre gallega y padre canario: «Pero al menos cuando hace viento no sale volando la cubierta de uralita».  


6. Sin competencia

Bares Jordi y Familia 1929

Croquetas del Bar Jordi, el único del barrio. 

Croquetas del Bar Jordi, el único bar del barrio.  / Marc Piquer

Hasta los 17 años, Jordi Gómez estuvo viviendo en una barraca de la calle de Francisco Alegre con sus padres y hermanos, y el recuerdo que él tiene de aquello no es tan romántico: «Todo era barro y ratas». Su familia obtuvo un piso en el bloque de Ogassa, y en los bajos, Jordi regenta el típico lugar donde uno se tomaría unas cañas y a lo sumo pediría unas patatas de bolsa (paseo d’Urrutia, 53). Hacedme caso, saciad el hambre con una ración de bravas, una tapa de pinchitos morunos y otra de croquetas de cocido, que el hombre aprendió viendo cocinar a su madre, y se nota. De paso, os ahorraréis tiempo buscando otro bar en el barrio. No existe. El último que sucumbió se lo quedaron el artista de Tsingtao Wenkui Huang y su madre, y allí duermen todavía. Pero perdían dinero y les robaban cada dos por tres, así que cerraron Familia 1929 (Vila-seca, 29). Antes, Wenkui embelleció las dos fachadas y las tapias del antejardín –recreando una ciudad china llena de vida, con puentes, pagodas, puestos de dim sum, jinetes al galope y una mujer tocando el matouqin–, e hizo también la pintura mural de la casa de enfrente. Para ver más obras suyas habrá que ir a la Rambla de Santa Mònica. Ahí trabaja él al lado de sus colegas caricaturistas. 

Una de las fachadas tuneadas por el artista Wenkui Huang.

Una de las fachadas tuneadas por el artista Wenkui Huang. / Marc Piquer


7. Caprichos de pueblo

Bodega A. Lucena

Alfonso García, entre productos del pueblo de la Bodega A. Lucena. 

Alfonso García, entre productos del pueblo de la Bodega A. Lucena.  / Marc Piquer

No hay día que no visite Can Peguera sin acercarme a la bodega de Alfonso García, en el Turó de la Peira (Montsant, 28). Este andaluz natural de Lucena lleva más de 30 años suministrando vino a granel que conserva en barricas, pero desde que se dio cuenta de que tenía que dar un salto de calidad para poder competir con los badulaque, concentra su energía en ofrecer productos del pueblo –básicamente embutidos y dulces tradicionales– de alta distinción. Como es punto de venta autorizado de la prestigiosa tienda cordobesa La Flor de Rute, a partir de octubre empieza a recibir decenas de estuches con mantecados y polvorones artesanos, que se agotan en un abrir y cerrar de ojos. Su despensa es el sueño de todo goloso: 'pestiños', borrachuelos, bollos de miel, roscos de anís… Y si le encargas, Alfonso te trae 'albañiles' en lotes de 12, unos pastelitos de hojaldre de crema y coco que no están deliciosos…, lo siguiente. 

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