Novedad editorial

La Nena y sus amigos, por Juan Cruz

La editorial amarillo recopila las entrevistas donde descubrió la voz literaria de la época a gente como José Donoso, Alfredo Bryce Echenique, Mario Vargas Llosa o Gabriel García Márquez

Ana Maria Moix y Terenci.

Ana Maria Moix y Terenci. / Colita

Juan Cruz

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La Nena es Ana María Moix, murió en 2014, había nacido en 1947, en Barcelona, su ciudad, su inspiración y su alegría. A principios de los años setenta del siglo pasado hizo las mejores entrevistas literarias que se hayan hecho nunca en lengua española. No se dio ningún mérito, porque nunca se lo dio, ni cuando publicó algunos de sus mejores libros, entre los cuales estuvo, por cierto, aquel en el que compiló tales conversaciones, Veinticuatro por veinticuatro (1973), que ahora reaparecen publicadas por una editorial joven española, que se llama amarillo, así, en minúsculas. 

Era, en su juventud, cuando jugaba con sus hermanos Miguel (muerto en edad prematura) y Terenci, un amigo de fábula y un fabulador extraordinario, una mujer feliz con lo que hicieran otros. Y ella se hizo feliz con los literatos y con su literatura. Nunca se vanaglorió de nada, y por eso se arrimó a lo más humilde del oficio de escribir, aunque no renunciara ni a su poesía ni a sus novelas. Pero a principios de aquella década, los setenta, que había empezado siendo prodigiosa, se dedicó a preguntarles a los otros colegas cómo lo hacían.

Fue porque un periódico avispado de entonces, Tele/eXprés, de Barcelona, le encargó que se pusiera a hablar con autores entonces muy conocidos. Algunos de ellos saltaban a las páginas de los diarios españoles por primera vez, viniendo además de un territorio, América Latina, que todavía no conocía el estallido del boom.

Ana María Moix, Ana María Matute y Esther Tusquets, en 1970.

Ana María Moix, Ana María Matute y Esther Tusquets, en 1970. / César Malet

Aquellas entrevistas de La Nena fueron un ventanal generoso, y fabuloso, realmente, a los libros de los que luego serían criaturas imprescindibles del boom. Ella descubrió la voz literaria de la época a gente como José Donoso, Alfredo Bryce Echenique, Mario Vargas Llosa o Gabriel García Márquez. En las entrevistas con estos últimos no preguntaba tan solo la periodista curiosa, sino la amiga de todos ellos. Sin que en ningún caso esa relación apareciera como la parte de compadreo que suelen tener estos trayectos periodísticos, ni las de estos dos nombres mayores de la literatura que crecía entonces ni las de los otros autores latinoamericanos aparecían ahí como figuras a la sombra de Ana María Moix, sino como descubrimientos a los que ella se dirigía como si estuviera también conociéndolos.

Aquellas entrevistas descubrieron en Barcelona, en España y en el mundo de habla española no sólo nombres propios sino maneras de ser. Para entrevistar a Donoso, o a Bryce, a Vargas Llosa o a Gabo, Ana María se aprovisionó de la curiosidad que fue su arma de toda la vida, de modo que todas esas conversaciones, en las que se cuenta todo lo que fue sucediendo mientras hablaba con ellos, están hechas para que los lectores de entonces (y como los de ahora) supieran, supiéramos, como eran esas personas en su carne y en sus huesos. 

La enorme alegría que produce el libro (en el plano americano y en el plano español, al que voy en seguida) es que a pesar de que la vida nos ha envejecido, y porque la vida literaria ha envejecido, todo lo que se lee, y todo lo que ella pregunta, sigue vivo como si hubiera aparecido en un diario de hoy.

Es más, y que me perdonen los colegas que ahora transitan el género, lo que demuestra la Ana María Moix de aquellos años al mundo periodístico de ahora es que, como muchos veteranos suelen decir, casi todo está inventado, y es la curiosidad siempre la que favorece que los inventos narrativos, periodísticos, se mantengan vivos, saludables. 

Hay sobrevivientes y muertos en estos libros; lo cierto es que tanto unos como otros, a pesar del tiempo que ha pasado, merced al ritmo generoso de Ana María Moix, ahora dicen, para el lector, lo que dijeron también para los lectores de aquel Tele/eXpres que fue leyenda. 

Ana María Moix y su amigo Pere Gimferrer, en 2004.

Ana María Moix y su amigo Pere Gimferrer, en 2004. / Carlos Montañés

El encargo que recibió Ana María Moix fue el de contar la vida de literatos y artistas de la época, radicados o que pasaran por Barcelona. El título de la sección (Veinticuatro horas en la vida de…) se lo puso el director del diario, Manuel Ibáñes Esscofet, y ella puso el periodismo con mayúsculas que ahora sobrevive por eso, porque era periodismo y no jactancia. 

No es extraño que el libro, y la serie, comience con una conversación, entre surrealista y audaz, con Josep Maria Castellet, que entonces era en Barcelona el más influyente de los críticos, el que dio a la luz una antología de poetas que cambió el lento caminar de la poesía española. 

El estilo de Ana María acogió, para asimilarlos y hacerlos más cercanos a la historia que vendría, a personajes ahora legendarios, como Carlos Barral, Ana María Matute o Núria Espert. Su propio hermano Terenci, Juan García Hortelano, Juan Marsé, Quino, la fotógrafa inseparable, Colita, Jaime Gil de Biedma o Gonzalo Suárez, son exponentes de un amplio espectro de personajes que, con ella, expresan el brillo extraordinario de una época que no sabía que le estaba dando la bienvenida al boom y describiendo el fin de la dictadura.

Leer este libro es, ahora, darle la mano a un tiempo que ya no vendrá más. Con este regreso, le explica al mundo de hoy que antes no sólo hubo otro periodismo sino otra manera de contar cómo es la vida de los que se sientan a hacer que la literatura ampare tiempos mejores. Para el periodismo, Ana María Moix fue la que le regaló a aquel tiempo una generosidad despojada de las estridencia