La voz de ‘Marinero de luces’

Isabel Pantoja, en medio de la tormenta perfecta, cita a sus fans de verdad en el Palau Sant Jordi

Isabel Pantoja, durante un concierto el pasado agosto en Las Palmas de Gran Canaria

Isabel Pantoja, durante un concierto el pasado agosto en Las Palmas de Gran Canaria / Europa Press

Jordi Bianciotto

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Vuelve Isabel Pantoja a Barcelona, casi siete años después de su última visita, y lo hace envuelta en la familiar (nunca mejor dicho) nube de titulares estridentes y de un alboroto mediático ajeno al oficio musical. La Pantoja, ¿'sparring' fácil del ‘clickbait’ o señora artista con una carrera a respetar y realzar? Visto lo visto, habrá que pensar que será su arte interpretativo, y la impronta profunda de su carrera discográfica, lo que motive al público que este sábado decida levantarse del sofá y acudir al Palau Sant Jordi a rendirle su aplauso, tal vez contra viento y marea, por encima de los ‘haters’ y los rifirrafes tóxicos.

No viene la sevillana a promocionar un álbum, sino a conmemorar su 50º aniversario de carrera. Por estas fechas debía haber un nuevo disco, pero se hará esperar un poco más. En cualquier caso, se trata de una obra antológica, doble y con libro incorporado, en la que recupera (con nuevos arreglos), entre otras, canciones de su primera etapa, cuando Juan Solano y Rafael de León la tutelaron en el entonces temerario ejercicio de defender la copla clásica en tiempos, los años 70, de pop, rock y baladistas románticos. Fue este último quien vaticinó que ella sería la “última gran estrella de la copla”. Condición difícil de refutar en la actualidad, 17 años después de la muerte de Rocío Jurado.

Copla a contracorriente

Esa efeméride de los 50 años parte del álbum homónimo que lanzó cuando tenía 17, en 1974 (aunque antes había tomado parte en un disco pintoresco, ‘Tablao flamenco’, con su primo Chiquetete). Sus años de despegue fueron trémulos, esculpiendo un don que no era visible por todos, sometida a las disciplinas de la academia de Solano, convertido en una suerte de padre adoptivo. El maestro, que había compuesto para Concha Piquer y escribía entonces para la Jurado, se volcó en la joven alumna.

Costó encontrar el tono para enfocarla en el mercado: álbum tras álbum, la discográfica trataba de compensar el clasicismo coplero con fotos promocionales en las que mostraba una imagen moderna, sin folclore. TVE trató de mandarla a Eurovisión, pero Solano y León se interpusieron, protegiéndola. El giro crucial llegó al pasar de la copla a una canción melódica con tintes andaluces. ‘Cambiar por ti’ (1983) era ya su noveno álbum, pero las composiciones de Ignacio Román y Paco Cepero indicaron un camino a seguir. Muy poco después, la tragedia, la muerte de Francisco Rivera, ‘Paquirri’, lo cambió todo. 

El torero 'Paquirri' e Isabel Pantoja, en su boda, celebrada en 1983

El torero 'Paquirri' e Isabel Pantoja, en su boda, celebrada en 1983 / ARCHIVO

El disco del millón

León le había hablado de la importancia de cantar sobre sus vivencias para que el cancionero calara más hondo y el público pudiera percibir una identificación personal genuina entre artista y obra. Ahí, ‘Marinero de luces’ (1985), todo él dedicado a su amor inmolado en el ruedo, con piezas de José Luis Perales, acertó dejando un rastro de melancolía y desgarro: “Te llevaste contigo mis últimos besos, mis últimos años”. Un millón de ejemplares vendidos, advenimiento de la ‘viuda de España’. La estela de aquel álbum seguiría acompañando a la Pantoja en el futuro, aunque el catálogo reservara otras obras relevantes, del brazo de Juan Gabriel (el primero, ‘Desde Andalucía’, 1988) o del mismo Perales. 

Isabel Pantoja, durante el juicio.

Isabel Pantoja, durante el juicio. / ARCHIVO

Con la perspectiva actual, puede entonces entenderse que la mirada popular asocie a la cantante con su peripecia íntima, para bien y para mal. Quizá sea el precio a pagar por las figuras que desean ser obras artísticas en sí mismas, sinceras, integrales e incontestables. En el caso de Isabel Pantoja, la exposición pública de sus tribulaciones ha terminado dominando (fatalmente) el relato: la prisión, las deudas de Hacienda, la venta de propiedades y el circo montado por familiares y allegados (ante el que ella ha guardado un elegante silencio). Todo eso ocupa muchos más titulares que sus recitales. 

Recitales generosos

Actuaciones que ha retomado en los últimos meses, atendiendo al reclamo de ese 50º aniversario. Las crónicas nos sugieren cierto enfriamiento popular: solo 8.000 personas en el estadio de La Cartuja, de Sevilla, su ciudad (donde Manuel Carrasco, sin duda en otra liga, metió a 74.000). Cifra, con todo, respetable para una artista de su género. Los conciertos siguen sus patrones frondosos, con más de tres horas y repertorios que cubren sus distintas etapas. Baladas, coplas clásicas de bata de cola, incursiones en rumbas y bulerías. 

En tiempos en que los grandes recintos los llenan los ídolos que reparten simpatía en los ‘talent shows’, Isabel Pantoja representa la figura de quien se hace leña a diario a costa de sus aspectos más desfavorecedores. Por eso, es previsible que este sábado acudan al Sant Jordi quienes cometan la, tal vez, extravagancia de ver en Isabel Pantoja a una cantante, una artista, y nada más.

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