Discos de la semana
Riders of the Canyon, un supergrupo catalán de folk-rock para el mundo
Joana Serrat une fuerzas con Roger Usart, Víctor Partido y Matthew McDaid en un exquisito álbum de rock con raíces en el que toman parte instrumentistas de prestigio internacional
Los nuevos elepés de Queens of the Stone Age, M. Ward y Tough Age, también reseñados
Rafael Tapounet
Periodista
Jordi Bianciotto
Periodista
Hará unos seis años que los cuatro comenzaron a dejarse ver juntos en los escenarios, tomando un nombre que (un poco irónicamente) derivaba de la banda de apoyo de Joana Serrat, The Great Canyoners. Una cosa llevó a la otra, y los ‘jinetes’ alumbraron un epé (2022), y ahora, un primer álbum, publicado este viernes, que asombra, por lo pronto, con su nómina de colaboradores de la élite internacional y los parabienes que, ya desde antes de su edición, están llegando desde la prensa ‘anglo’.
Riders of the Canyon tienen hechuras de supergrupo como los de antes, detalle que, sumado a su amor por la música americana con acentos ‘roots’, al canto sin efectos especiales y a un rock clásico de esbeltas y armonizadas melodías, nos habla de una propuesta que circula a contracorriente. Disidencia tranquila, la suya, y elaborada con excelencia, dándose juego mutuamente a favor de cada canción. Contribuyendo como autores, Serrat, desde su eje Vic-Londres; Víctor Partido, ubicado en Sant Boi de Llobregat, y el norirlandés-catalán Matthew McDaid, en Girona. Y sumando una cuarta y valiosa voz, ese vecino de Manlleu llamado Roger Usart.
Todos para uno
Los bagajes artísticos de los cuatro confluyen en una obra refinada y con carácter, que te atrapa desde la primera canción, ‘Master of my lonely time’, pura Joana Serrat en su versión más dinámica, con capas de electricidad ‘shoegazer’. En la siguiente, ‘Dirty water’, se respira más el espíritu de grupo en esas voces conjuntadas de ecos soft-rock. Y ‘Here in muy dreams’ se eleva como mágica balada flotante, dirigida por Víctor Partido con aplomo hasta ese desenlace coral con halo espiritual.
Aunque dancen por aquí los acentos personales de cada uno, esta termina siendo una obra compacta, muy rica en relieves y portadora de melancolía, rumiaciones a corazón abierto y sacudidas emocionales. Con baladas purificadoras (‘Everything blooms in spring’), resonancias del canon folk-rock clásico (‘Downtown’ te la podrías imaginar en el ‘setlist’ de ‘The last waltz’) y atmósferas evocadoras: el tema titular, tocado por una trompeta fronteriza, que abre la hipotética cara B del álbum, consistente en los cinco ‘tracks’ del epé del año pasado.
La revisión folk-rock desde un encuadre moderno ha tendido a veces a cierta aridez monologuista y al culto al oscurantismo, y Riders of the Canyon tienen apego por las melodías y los arreglos hermosos. Ahí han contado con cómplices de altos vuelos: del docto B. J. Cole (suya era la ‘steel guitar’ de ‘Tiny dancer’, de Elton John, entre otros muchísimos créditos) a cuatro componentes de Midlake, asociados también en el pasado a creadores como St. Vincent, Rufus Wainwright o Mercury Rev. Inspirados por todos ellos, podemos presagiar un provechoso galope a Riders of the Canyon, en Catalunya y más allá. Jordi Bianciotto
Otros discos de la semana
A lo largo de una docena de elepés, Matthew Stephen Ward ha sabido construir un inequívoco estilo propio a partir de una amalgama de géneros de aire retro (jazz, blues, folk, surf, country, pop…). Tan sólida es ya su personalidad artística que aquí se permite invitar a media docena de colaboradores (First Aid Kit, Neko Case, Jim James…) e incluir un par de versiones sin que el conjunto deje de sonar al M. Ward más quintaesencial. Rafael Tapounet
Superado un ciclo personal calamitoso (cáncer, pugnas con su ex, muerte de su amigo Mark Lanegan), Josh Homme saca fuerzas de flaqueza para entregar el álbum más airado y físico del grupo en muchos años. Aquelarre de ‘riffs’ aparatosos, con graves garajeros y medios tiempos perversos de ascendiente bluesístico. Los popes del stoner rock presumen de potencia e ingenio: oigan la tortuosa (y sexual) ‘Sicily’ y los contrastados coros soft rock de ‘Emotion sickness’. J. B.
27 minutos y 37 segundos es todo lo que necesita el trío canadiense en su quinto elepé para dar una clase magistral de indie pop guitarrero con conciencia histórica. Tough Age demuestran haber escuchado con provecho a los Feelies, a los REM de 'Murmur' y 'Reckoning' y a los grupos de la escudería Flying Nun, y aquí destilan todo lo aprendido en 10 pildorazos de jangle pop bullicioso en los que las brillantes melodías no menoscaban jamás la energía ni el entusiasmo. R. T.
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