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Tina Modotti, la fotógrafa que captó el México insurgente

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M / TINA MODOTTI

Elena Hevia

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“Un puñado de niebla”, así definió Pablo Neruda a la fotógrafa y activista comunista Tina Modotti (Údine, Italia, 1896 –Ciudad de México, 1942), una de esas figuras míticas que en los tiempos de fervor postrevolucionario intelectual y político se codearon en aquel México insurgente de los años 20 del pasado siglo con Frida Kahlo, Diego Ribera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, la plana mayor de la ‘intelligentzia’ artística del momento. Brilló allí como fotógrafa unos pocos años, los que van de 1923 a 1931, y luego su obra se perdió en el olvido hasta que en 1970 fue rescatada en su país natal, Italia, al mismo tiempo que se recuperaban sus magníficas fotos que fusionan revolución y creación de vanguardia.

Hoy seguirle la pista a esa figura nebulosa sigue siendo una tarea compleja porque su biografía, fascinante y cargada de aventura, se ha romantizado excesivamente con todo tipo de especulaciones que prefieren imprimir la leyenda antes que la verdad contrastada. Con el ánimo de resituar su figura, la exposición ‘Tina Modotti, México al otro lado de la cámara’ que se presenta en estos días en el espacio KBr de la Fundación Mapfre hasta el 3 de septiembre recoge cerca de 250 fotografías, en la que es, en palabras de la comisaria Isabel Tejeda, la exposición con “un mayor número de piezas ‘vintage’ y posiblemente la más grande realizada en torno a la figura de Modotti”.

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Rosas, 1924. / TINA MODOTTI

Las muchas vidas de Modotti no caben en un simple artículo. Nació más pobre que las ratas en Údine, Italia y a los 16 años sigue a su padre como emigrante a San Francisco donde –es una mujer particularmente hermosa- se gana la vida como actriz de cine de mudo y modelo de fotógrafo. Viaja a México y logra que Edward Weston, su amante y uno de los fotógrafos norteamericanos más influyentes del siglo XX, se reúna con ella para documentar el patrimonio cultural y antropológico del país. Él la capta en 1923 en el impresionante desnudo que realiza en la ardiente azotea de la casa en la que viven y que se muestra también en la  exposición.

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Canana, hoz y guitarra, 1927. / TINA MODOTTI

Pero ella no quiere ser solo carne de objetivo. Weston, que cambia su picturialismo por el formalismo que le caracterizará, le enseña el oficio. La mirada humanista y empática con la gente, con una especial atención a las mujeres y a los niños, de Modotti se hace entonces autónoma respecto del maestro. “Trabajaban juntos, incluso con la misma cámara, pero incluso cuando miraban lo mismo lo plasmaban de forma distinta –explica la comisaria-. Weston es un norteamericano de clase media y ella es una emigrante económica, y políticamente activa que se identifica con los más pobres. Además se introduce en las entrañas mexicanas porque conoce bien el idioma”.

Piezas inéditas

La exposición muestra piezas nunca vistas como el álbum de la familia de su primer marido, el canadiense Roubaix de L’Abrie Richey, a quien llamaban ‘Robo’, descubierta recientemente en Oregón, que incluye fotos en las que aparece Modotti y otras que muy posiblemente realizó ella, como sospecha Tejeda, aunque todavía no hubiera aplicado a la cámara la mirada artística que le caracterizaría. También podemos verla en la muestra como exótica latina en una de las películas que rodó.

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Manos de mujer lavando ropa, 1928. / TINA MODOTTI

En la vida de Modotti hay mucho drama. En medio de la lucha fratricida entre comunistas y troskistas, que se dirime en el país, ella se muestra partidaria de la Unión Soviética. Su siguiente amante, con planta de galán de Hollywood, el revolucionario cubano Julio Antonio Mella, es asesinado una noche mientras se pasea del brazo con ella. Culpan a sicarios del dictador Batista pero bien pudieran serlo de Stalin porque Mella se ha distanciado de las directrices del partido. Esta muerte marca a fuego la leyenda negra de la fotógrafa como ‘mujer fatal’, la convierte en sospechosa y más cuando poco después se hace pública su relación con la que fue su última pareja, Vittorio Vidali,  turbio agente del Komintern y uno de los responsables del asesinato de Andreu Nin. Expulsada de México en 1930, dejó en manos de su amigo el gran fotógrafo Manuel Álvarez Bravo, 96 placas y 10 transparencias, que hoy conforman su obra más conocida.

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Campesina zapoteca con una jarra en el hombro, 1926 / TINA MODOTTI

Tras el paso por la URSS, es una de las impulsoras del Socorro Rojo Internacional durante la Guerra Civil Española y una de las organizadoras del II Congreso de Intelectuales Antifascistas bajo el nombre de guerra de María. En Valencia, otra fotógrafa aguerrida como ella, Gerda Taro, compañera de Robert Capa, la anima a no dejar la fotografía. Pero ella le asegura que aquella etapa quedó atrás. ¿Puede creerse hoy eso? Flor Cernuda, miembro también del Socorro Rojo, la recuerda en España empuñando su cámara, aunque a día de hoy no se conservan fotografías de esa época. Tejada deja abierta una puerta al creer además que el célebre relato de Neruda según el cual, Tina lanzó al río Moskova su cámara cuando llegó a la Union Soviética es puro mito: “No tengo constancia de que eso ocurriera así. Pero sí es posible que su trabajo en España, de existir, fuera destruido porque ella huyó por los Pirineos con lo puesto”.

A su muerte, en un taxi en Ciudad de México a los 45 años de un infarto, volvieron de nuevo las  sospechas sobre la implicaciones de los servicios secretos estalinistas. Neruda la equiparó entonces en un poema a una llama – “el fuego no muere”, escribió-. Separada y arrepentida de su relación con Vidali, era entonces una mujer olvidada, apartada de sus antiguos amigos, una sombra de lo fue. Una llama que ardió fulgurante, demasiado rápido.