Crítica de libros

Elizabeth Strout nos trae con 'Lucy y el mar' un diario íntimo de la pandemia

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Esta obra, centrada en los efectos del covid -19, debe leerse como un capítulo más de la gran novela que la autora ha dedicado a su personaje Lucy Barton

Elizabeth Strout, autora de 'Me llamo Lucy Barton'.

Elizabeth Strout, autora de 'Me llamo Lucy Barton'. / RICARD CUGAT

Sergi Sánchez

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'Lucy y el mar' parte con una ventaja que, a la vez, puede resultar un escollo. Escribir sobre cómo se vivió la pandemia implica una experiencia lectora que despierta de inmediato la empatía y la identificación, pero, al mismo tiempo, ¿quién quiere recordar ahora cómo se sintió durante el confinamiento? El secreto, claro, está en la masa. Porque el modo en que Elizabeth Strout se acerca al arco dramático de Lucy Barton, que pasa por todas las emociones (la estupefacción, el hastío, la impaciencia, el miedo, el dolor) que nos atravesaron cuando el virus convirtió el mundo en un escenario apocalíptico, nos advierte de que únicamente mirando hacia atrás podremos superar el vacío de aquellos meses eternos, y que, en ese sentido, la literatura es la única que puede acompañarnos en ese duelo, y hacernos sentir menos solos.

Para una escritura tan emocional como la de Strout, las implicaciones de la pandemia son oro puro. Por un lado, la distancia social y el aislamiento subliman la remota posibilidad de un abrazo, subrayan la importancia que tiene para la autora de 'Luz de febrero' el contacto físico y el hecho de ponerle palabras a lo que sentimos. Por un lado, repliega hacia dentro su prosa, que, transparente y coloquial, se presta con más naturalidad al autoanálisis y a la indagación en el pasado. Si los que han frecuentado a Lucy Barton en los anteriores libros de Strout tenían la sensación de conocerla a fondo, ahora pensarán que es, simplemente, una más de la familia, porque Strout demuestra que, ante el covid-19, todos acabamos enfrentándonos a los mismos retos: a preocuparnos por nuestros seres queridos, a preguntarnos por nuestro egoísmo, a lidiar con la pérdida repentina, a sentir el extrañamiento del espacio cotidiano, a soportar la compañía del otro por decreto ley, a entender nuestros privilegios (Strout no evita esa conversación, y más teniendo en cuenta que Lucy procede de una familia pobre, y que la pandemia problematiza su ascensión social), a contemplar cómo las tensiones políticas se extienden desde la esfera privada (el negacionismo) hasta la pública (el asalto al Capitolio), y a batallar contra la impotencia de no poder intervenir en la vida de los que amamos, y que están lejos, y que se separan y sufren y enferman y mueren (o no).

'Lucy y el mar' se lee como un capítulo más de esta gran novela por entregas que Strout ha dedicado a Lucy Barton. Así las cosas, el personaje se enriquece libro a libro, y la concepción serial de este proyecto literario agiganta la familiaridad que sentimos con el personaje. En 'Lucy y el mar', en la que también aparecen otras criaturas del universo Strout, como Bob Higgins y Olive Ketteridge, tenemos la oportunidad, gracias a la pandemia, de profundizar en la relación de Lucy con su exmarido William, también co-protagonista de su anterior novela, 'Ay William'. Al final, 'Lucy y el mar' es una reflexión sobre la complejidad del amor: no solo sobre los imprevistos vínculos que surgen con desconocidos en circunstancias adversas (¡qué hermosa es la amistad que nace entre Lucy y Bob, uno de sus nuevos vecinos en su retiro de Maine!) sino también en el reconocimiento del amor que nos salva sin dar explicaciones, con más acciones que palabras, y que atraviesa el dolor del paso del tiempo.

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