Libro de la semana
Crítica de 'Ay, William', de Elizabeth Strout: la verdad ante todo
La nueva novela de la autora estadounidense, protagonizada de nuevo por Lucy Barton, es también la historia de dos mujeres que decidieron dejar de ser invisibles
Sergi Sánchez
Crítico literario
Periodista cultural, colaborador de medios como 'Fotogramas', 'Rockdelux', 'Caimán Cuadernos de Cine' y 'La Razón'. Profesor de la Facultat de Comunicació Audiovisual de la Universitat Pompeu Fabra y jefe de departamento de Estudios Fílmicos en ESCAC.
"Todos somos misteriosas mitologías". Esa es la conclusión a la que llega Lucy Barton después de examinar su relación con William Gerhardt, su primer marido, padre de sus dos hijas, al que abandonó por sus infidelidades pero con el que sigue teniendo una buena amistad. Conocemos a Lucy por 'Me llamo Lucy Barton' y 'Todo es posible', aunque nunca nos cansaríamos de escucharla, porque Elizabeth Strout (Portland, Maryland, 1956) la construye, en efecto, como una mitología que se explica a sí misma en sus enigmas, en sus contradicciones, pero también en su capacidad para alumbrar el significado de su confusión o su lucidez. Es extraño, pues, porque la franqueza con que Barton nos cuenta lo que piensa y lo que siente -o el porqué de sus acciones, a veces enemigas de sus deseos- no resulta molesta u obvia. En su transparencia está ese misterio que queremos seguir descifrando.
William y su árbol genealógico en crisis, William otra vez separado, William inseguro y cariñoso y distante. William es el pretexto para que Lucy Barton rememore su historia juntos, invite a unos cuantos personajes secundarios a la fiesta -sus hijas; su difunto y amado segundo marido; su exsuegra, que se convierte en protagonista ausente en el viaje que ambos emprenden hacia Maine- que aportan, aunque sea en breves apariciones, luces y sombras a ese matrimonio que fracasó pero sobrevive. La novela es un constante devenir entre presente y pasado, zigzaguea entre los bosques de la memoria esquivando barrancos y acantilados, y logra, a pesar de su aparente dispersión -que es la de Barton entregándose a la libre asociación de ideas, que finalmente la conducen a su infancia empobrecida y falta de afecto-, iluminarse con una claridad crepuscular. El estilo de Strout es tan asequible, tan alérgico a la impostura, tan sincero, incluso tan coloquial, que da la impresión de que Barton, escritora de éxito, ha decidido abandonar las metáforas como una oportunidad de estar más cerca de nosotros pero también de sí misma. Lo más simple, lo más cotidiano, sirve para enfocar un pensamiento o una emoción que detesta lo epidérmico.
"Espíritu"
Esta es también la historia de dos mujeres que decidieron dejar de ser invisibles y "cruzar la frontera entre dos mundos". Puede que Lucy no se dé cuenta de ello, cargando la cruz de su pertenencia atávica a una América periférica y hambrienta, pero la suya también es la crónica de una superación, de un tránsito hacia un espacio urbano donde ha podido ser más libre de lo que jamás soñó cuando era niña. En un momento de la novela William la llama "espíritu", como si su benéfica evanescencia, siempre atravesando a los cuerpos que ama, pusiera en comunión a los vivos y a los muertos, a sus raíces esclavizadas y a su presente independiente. La historia de Lucy se refleja en la de Catherine, su exsuegra, pero ella no ha dejado atrás ningún secreto. Tal vez Lucy venga de la nada, pero una de las cosas más bellas de su voz narrativa es que el lector siempre siente que dice la verdad. ¿A quién no le apetece, aunque solo sea por una vez, que no le mientan?
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