Opinión | Política y moda

Patrycia Centeno

Experta en comunicación no verbal.

Patrycia Centeno

Menos formación militar y más clases de arte

Los Reyes estuvieron en Cádiz y se sumaron a un grupo de gente que tocaba el cajón. Y, sorpresa mayúscula, Felipe VI se animó e incluso siguió el ritmo y dejó a Letizia con los ojos como platos.

Leitzia y Felipe VI, en Cádiz el pasado 27 de marzo

Leitzia y Felipe VI, en Cádiz el pasado 27 de marzo / Joaquín Corchero

No se puede decir que fuera del todo espontáneo, pero lo pareció y eso también cuenta. Cuando los Reyes llegaron al Teatro Falla de Cádiz sabían que debían saludar a las autoridades que los aguardaban y, después, a un grupo de gente que se había concentrado para una cajoneada. "Tenemos dos cajones libres", les anunció el monitor desde el escenario. Estaban en primera fila y justo en el medio. Sin embargo, también había algún otro sitio al final de todo y Felipe VI allí que se plantó. Letizia, en cambio, caminó hacia delante y antes de sentarse se percató de que había perdido a su marido.

Algo desubicada (no paraba de girar la cabeza en búsqueda del Rey), el monarca no acudió rápido y veloz sino con toda la parsimonia del mundo hacia su amada, quién le indicó que ella no podía sumarse a la actividad porque su 'petite robe noire' entallado de Hugo Boss no se lo permitía. Excusas... Aunque fuera un diseño alemán, los flecos en el escote con caída desde los hombros le daban un deje flamenco. La Reina podía haber ladeado las piernas o simplemente haber seguido el ritmo sobre su falda o con palmas (solo dio una); pero para eso hay que tener duende.

Por su parte, Felipe VI empezó a tocar y siguió el ritmo. ¡Noticia: ole, el Rey es capaz de seguir el ritmo (el Rey no tiene horchata en las venas, el Rey sabe hacer algo bien y podría dedicarse a tiempo completo... ¡Ole!). La sorpresa fue mayúscula, incluso para Letizia que con los ojos como platos y destacando con las manos y los brazos abiertos la proeza valoró la actuación con un "lo haces muy bien".

Sin embargo, aunque compartió risas con su esposa el monarca paró en seco cuando escuchó el halago. Suele pasar, cuando las personas excesivamente exigentes, perfeccionistas y controladoras hacemos una crítica positiva todo el mundo desconfía del cumplido y hay que insistir hasta que comprueban que el comentario no va con retranca ni está lleno de ironía, sarcasmo, segundas intenciones o va a aparecer a continuación un 'pero'... ("Felipe, por Dios, parece mentira que seas Rey y aún no hayas aprendido a desabrocharte la americana cuando te sientas"). Y entonces el instructor gritó: "tenemos el primer Rey cajonero" lo que provocó gestos de timidez y cierta incomodidad en Felipe VI: sin dejar de sonreír, se frotó lo ojos (no puede ser) y se empezó a acariciar la pierna (intentar tranquilizar).

Sus homólogos

La reina Isabel II tomando un té con el oso Paddington durante el Jubileo de Plaltino o dejándose rescatar por James Bond para llegar a tiempo a la inauguración de los JJOO; el príncipe Carlos (ahora ya rey) emulando unos pasos de 'breakdance'; Lady Di bailando con Travolta en la Casa Blanca; Guillermo y Máxima de los Países Bajos entregadísimos con las comparsas en las calles de Ámsterdam, los carnavales caribeños o en la Feria de Abril; o el vídeo del rey Felipe de Bélgica para animar a la selección de fútbol de cara al último mundial. Es cierto que en comparación con sus homólogos, la gesta de Felipe VI se desinfla un poco. Sin embargo, los guiños de supuesta espontaneidad, improvisación, naturalidad, empatía o broma son la única posibilidad de que las monarquías logren mantener la simpatía o nuevos adeptos por parte de la ciudadanía.

Modernizar una institución anacrónica es simplemente imposible, pero conseguir que hasta un republicano sonría al ver una escena como las descritas sí lo es. En Zarzuela parece que aún no han entendido el nuevo papel que deben desempeñar los miembros de una familia real. Pese a los saludos a niños y mayores que se concentran para corearlos; hasta los discursos, actos y apariciones de los reyes y sus hijas en contextos más populares siguen siendo la mayoría de las veces demasiado encorsetados, tediosos, obsoletos y desaboríos.

Hasta en el famoso vídeo en el que comían algo parecido a sopa, el propio monarca le confesaba inconscientemente sus carencias a la infanta Sofía al recalcar la dificultad que entraña ser actor porque “es complicado transmitir emociones en un escenario”. Así como es evidente que el resto de herederos a las coronas europeas además de formación militar han tomado clases de interpretación, aquí hay que esperar a que viajen a lugares como Cádiz para que se les pegue un mínimo de arte.

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