Crítica de teatro
'L'alegria que passa': ¿y después de Dagoll Dagom qué?
La mítica compañía de teatro musical estrena el que dicen que será su último espectáculo de creación, una digna despedida por todo lo alto
Manuel Pérez i Muñoz
Periodista.
Dagoll Dagom se retira: el año que viene volverá a zarpar su insignia 'Mar i cel' antes de plegar velas de forma definitiva. Mientras tanto, se acaba de estrenar en el Poliorama la que dicen será su última obra de creación, 'L'alegria que passa', más que digno penúltimo do de pecho. Como antes se inspiraron en Calders, Guimerà y Rodoreda, el nuevo musical bebe de diversos textos de Santiago Rusiñol para crear una fábula sobre el poder, la rebeldía y los anhelos de una vida mejor. Más allá del referente, la versión suda contemporaneidad, explosión de talento joven y una energía apabullante.
Una troupe de cómicos llega "al poble gris", ciudad indeterminada gobernada por un alcalde autoritario que es también el amo de la única fábrica. El encuentro entre la cantante de la compañía y el hijo del cacique desestabiliza los resortes del poder local. Trama al uso, un esquema simple sacado de una pieza simbolista de pocas páginas que crece con la adaptación de Marc Rosich hasta casi las dos horas. Se traslada al presente: el forzudo Puck se transforma en un guitarrista macarra y maltratador que interpreta Jordi Coll con una precisión explosiva, y Lina (Júlia Genís), la prometida del 'hereu', ya no es una “noia indiferent”, sino que se eleva hasta marcar el contrapunto empoderado, toque de esperanza para un final nada complaciente.
Tampoco la música es lo que se espera. Las composiciones de Andreu Gallén tienen el punto abordable de ñoñería de musical, con estructuras inesperadas como el rap que abre la función, interpretado por Eloi Gómez con una insolencia magnética. Las coreografías de Ariadna Peya son dinamismo puro, su sello orgánico y expansivo discurre como una melodía más de la partitura que interpretan en directo los mismos actores y actrices. Festival de virtuosismo que recuerda por su estética el programa 'Eufòria', con un vestuario muy urbano de Albert Pascual. La dirección –también de Rosich– espolea con ritmo la exuberancia juvenil del conjunto y solo muy al final se atranca un poco el argumento demorando una conclusión que ya está servida.
La pareja protagonista exhala química: Mariona Castillo en estado de gracia y Pau Oliver, otro gran descubrimiento. Aunque la que se lleva el gato al agua es, sin duda, Àngels Gonyalons, su veteranía sin divismo se pone al servicio de todos los complementos que hacen destacar la obra: interpretaciones precisas, personajes doblados (chispeante el momento en el que dialogan sus dos roles), y de antología su voluptuoso número de cabaret con aires de Madonna. Queda la pregunta en el aire: ¿qué será del musical en catalán cuando el sello Dagoll Dagom ya no esté?
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