Figura secreta de las letras latinoamericanas

Muere el autor argentino Marcelo Cohen, creador de mundos perturbadores

El escritor, que vivió durante 20 años en Barcelona, ha fallecido a los 71 en Buenos Aires

Marcelo Cohen

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Abel Gilbert

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La euforia mundialista, con el océano humano inundando las calles argentinas, tuvo a la par su agujero negro en el mundo de las letras: pocas horas antes de la final ante Francia se supo de la muerte del autor argentino Marcelo Cohen, a los 71 años. El mazazo de la noticia no tardó en advertirse. Las opiniones de escritoras y escritores fue compartida: Cohen era un grande de las letras de este país y América Latina, con una estatura inversamente proporcional a su desapego y su humildad que lo había llevado a abandonar toda búsqueda del prestigio y la notoriedad por considerarla inútil: sus libros podían hablar en su nombre sin la necesidad de otros oropeles.

Había nacido en la ciudad de Buenos Aires en el seno de una familia judía en 1951. Fue periodista y uno de los más grandes traductores al español de América Latina. Se exilió en Barcelona en 1975, antes del golpe de Estado, y permaneció allí hasta 1996. Se desempeñó como redactor de la revista literaria 'Quimera', y más tarde de la revista 'El viejo topo'. Fue un asiduo colaborador de los medios catalanes.

Territorios imaginarios

La gran carrera literaria y como traductor de Cohen comienza a desarrollarse en la ciudad condal, donde publicó algunos de sus primeros y canónicos libros, como la serie de cuentos reunidos en 'El fin de lo mismo' o la novela 'El testamento de O' Jaral'. Allí empiezan a vislumbrarse algunos de los rasgos que definirían el universo de Cohen: una torsión con el lenguaje, con su propio repertorio idiomático, palabras que solo podían encontrarse en esas páginas y, a la vez, territorios imaginarios y perturbadores que podían emparentarse con J. G. Ballard, Phillip Dick o Gene Wolfe, cuyas novelas supo traducir en cantidad. Pero Cohen era, ante todo, un escritor argentino que había metabolizado las tradiciones y absorbido otros afluentes que lo llevaron a transitar lo que se conoce como género fantástico, pero que, en su caso, fue apenas una adscripción engañosa. Por el desparpajo de su imaginación, por el cruce de temas y preocupaciones, debido al modo en que lo político y utópico poblaban sus historias, la literatura de Cohen carece de parangón regional. “Renovador incansable del horizonte de posibilidades de la literatura y, por tanto, acérrimo contrincante tanto de sus formas gastadas como del uso servil y protocolar de la lengua, nunca cejó en su afán de limar las fronteras que dividen el realismo y lo fantástico en obras de rigor imaginativo y destreza argumental”, dijo el crítico Juan F. Comperatore.

Sus lectores constituían una legión de apasionados seguidores de cada paso dado. ¿Cuál es el mejor libro? Las discusiones entre ellos podrían ser interminables: algunos se inclinan por 'El oído absoluto' (1989), otros por la gran novela 'Donde yo no estaba' (2006), y muchos por la serie de cuentos 'Los acuáticos', que inaugura su propio mundo: el Delta Panorámico. La narradora y crítica Elsa Drucaroff no duda al respecto: “Los primeros espacios decadentes y post-industriales, las primeras representaciones literarias de esos espacios que terminó construyendo el capitalismo salvaje, los leí en las novelas y los cuentos largos de Cohen. El primer atisbo de una literatura donde la desconfianza por el avance de la historia producía relatos quietos, relatos donde la sintaxis narrativa estaba quebrada, aparece en su literatura durante los años 90″. Y añade: “Tenía una imaginación prodigiosa y una capacidad técnica para darle verosimilitud y materialidad y consistencia que he visto en muy pocos escritores en el país”.

Amante del jazz

Al virtuosismo, Cohen le añadía un especial toque musical. Melómano consumado, con una especial predilección por el jazz, pero una apertura a toda innovación posible, sus historias están pobladas no solo de músicas imaginarias sino también de instrumentos y de experiencias de escucha. Cohen también adquirió renombre como traductor, no solo de Wolfe y Ballard, sino de Nathaniel Hawthorne, Alice Munro, Clarice Lispector, William Burroughs, J. A. Baker, J. M. Coetzee, M. John Harrison, Julia Armfield, entre tantos. “Traducir requiere mucha disciplina. En cierto modo es como un taxista. El día en que no trabaja o trabaja menos lo que se gana por mes es menos. Hay que ser muy disciplinado y yo soy bastante neura, obsesivo”. Fue también un gran activista cultural. Dirigía junto con su esposa y gran ensayista, Graciela Szperanza, la revista 'Otra Parte'.