La caja de resonancia

Palau Sant Jordi y Wizink Center: ¿rivales o aliados?

No siempre se destaca la importancia del local olímpico para situar a Barcelona en el mapa cultural y musical, en deportiva tensión competitiva con el pabellón madrileño a la hora de atraer a figuras y público internacionales

BARCELONA. 08.10.2022 El público durante el último concierto de IZAL en el Palau Sant Jordi en su gira de despedida. FOTO FERRAN SENDRA

BARCELONA. 08.10.2022 El público durante el último concierto de IZAL en el Palau Sant Jordi en su gira de despedida. FOTO FERRAN SENDRA / Ferran Sendra

Jordi Bianciotto

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El Palau Sant Jordi cumplió 30 años en otoño de 2020, y la pandemia le privó de celebrar la efeméride. Cuando se habla de los activos de Barcelona en el campo cultural y musical (como los festivales), no siempre se menciona al local diseñado por Arata Isozaki, relevante a la hora de poner la capital catalana en el mapa con su flujo de vedetes internacionales y de público procedente de (bastante) más allá de la Ronda de Dalt.

Barcelona fue en los 70 pionera en España al atraer a las estrellas pop, sobre todo por la audaz labor del señor Gay Mercader, y la entrada en escena del Sant Jordi a partir de 1990 resultó crucial (dos años antes, la ciudad se quedó sin Prince por no disponer de un gran local cubierto). La cercanía con la frontera francesa siempre ayudó, y sigue haciéndolo, aunque otras plazas practican la tensa y sana rivalidad: en primer término, Madrid con su Wizink Center.

En realidad, la mayoría de las estrellas pasan por ambos escenarios. Esta temporada, Bon Iver, The Cure, Michael Bublé, Roger Waters, Eros Ramazzotti y Blink-182 estarán allí y aquí. En cambio, Blackpink, Måneskin y Robbie Williams recalarán solo en el Sant Jordi. Y eligen el Wizink, por contra, Ozzy Osbourne y Hans Zimmer. Asimetrías, en fin, que resuelven las promotoras, no los locales.

El Sant Jordi es de propiedad y gestión pública, municipal, mientras que el Wizink es autonómico y lo gestiona un conglomerado privado, Impulsa, con promotores (Live Nation, Last Tour) y managers (Rosa Lagarrigue). El Sant Jordi es un poco más grande (18.500 espectadores, un millar más que el Wizink Center), si bien tiene un punto débil: le cuesta más encajar conciertos que no aseguren el lleno o que requieran de aforos menores. Mientras que el Wizink ofrece hasta cuatro configuraciones muy funcionales (a partir de 3.000 asistentes), en el Sant Jordi se sigue recurriendo al telón negro para tratar de ocultar los asientos vacíos. Lo cual es enojoso en una Barcelona con déficit de locales en la franja media, entre 5.000 y 10.000 espectadores.

Cada sala juega sus cartas, y ambas pueden resultar complementarias, más aún contando con un tercer vértice en alza, el Altice Arena (o Pavilhão Atlântico), de Lisboa, tercera región metropolitana peninsular, donde arrancan o terminan algunas giras y que hace más atractivas las incursiones ibéricas. Aunque sea con dos años de retraso, alcemos la copa a la salud del Sant Jordi, una infraestructura capital para Barcelona que no siempre consideramos como se merece.