Crítica de libros

'Ràbia' de Sebastià Alzamora: enfermedades víricas y otras peores

El escritor mallorquín construye un relato apuntalado en un protagonista desencantado e inactivo a quien matan el único ser en el que confiaba, su perra

Sebastià Alzamora, este enero en la librería Laie de Barcelona.

Sebastià Alzamora, este enero en la librería Laie de Barcelona. / JOAN CORTADELLAS

Valèria Gaillard

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Es una historia de final abrupto, cotidiana y sin glamur, ambientada en la época de los juicios al 'procés' en una isla mediterránea sin nombre. Es el espejo de una decadencia social y de una enfermedad vírica que, si bien se ha erradicado prácticamente entre los animales, persiste como una plaga que afecta más que nunca a los hombres. 'Ràbia' (Proa), de Sebastià Alzamora (Llucmajor, 1972) está protagonizada por un escritor en crisis a quien envenenan a su perra de su perra Taylor, sin que se sepa el motivo. Después de fracasar en diferentes ámbitos, había encontrado por fin en esta 'cussa' de grandes dimensiones la pareja ideal, un ser vivo que le escuchaba, que no le juzgaba y con el que podía compartir largos paseos por Bellavista.

Antiguas amantes, vecinos, propietarias de otros perros con los que el escritor sin inspiración intercambia cuatro palabras, un pastor que resiste en medio de la desolación constructora del litoral o un veterinario anti-tecnología con inquietudes morales... por la novela narrada en primera persona desfilan personajes que aportan grosor a este relato de vida. No cabe duda de que 'Ràbia' tiene un trasfondo autobiográfico (así lo reconoce Alzamora en una nota final) y la pérdida de su perro fue el detonante de la narración-venganza. La cuestión es que, con cuatro pinceladas, la novela alza un personaje de carne y huesos, un superviviente de lo absurdo que proyecta una mirada desencantada y pasiva hacia su entorno y hacia su propio trabajo literario.

Fritura social

Poeta y novelista de largo recorrido, Alzamora va enlazando metáforas que funcionan como ejercicios literarios de transubstanciación. Así, la pasta de henna natural que prepara Vera—la tatuadora del bar que frecuenta el protagonista—, para la fiesta bacanal de la Superluna, se convierte en la pasta picada del sol que fermenta en contacto con el mar, o bien el intenso aroma de Varon Dandy que usa Nina, un antiguo empleador del padre del protagonista, se relaciona en su mente con el olor de los edificios altos de Bellavista, construidos durante la antigua bonanza económica. Porque, ahora, Bellavista “es el resultado de la acumulación de vestigios”. Entre estos vestigios, se encuentran los de la guerra civil, totalmente desvinculados de un presente sin memoria y como surgidos de otro mundo.

Todos los sentidos están presentes en este relato que condensa de forma reiterativa el calor, la humedad, la suciedad, en definitiva, una especie de fritura social ante la cual el protagonista despliega una crítica ácida pero ninguna acción. Autor de obras tan distintas como la gótica 'La pell i la princesa' (Premi Pla 2005) o la histórica 'Reis del món' (2020), Alzamora despliega aquí todo su oficio, jugando con un catalán ora literario ora coloquial ('acaramullar', 'botella', 'enxubat'), acorde con el cóctel de los nombres propios, tanto de personas como de animales, Paco, Taylor, Ramon, Pau, Bali, Bue, Kiwi... Una obra, a fin de cuentas, que toca temas como la maldad humana sin ponerse transcendental.


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