LO QUE NO SABÍAS DE...

Las anécdotas del rodaje del drama 'Érase una vez en Euskadi'

El guion está inspirado en los recuerdos de infancia del director, Manu Gómez

El filme se rodó en varios pueblos vascos que, en la ficción, fingen ser uno solo

Uno de los niños se negó a comer caracoles y no quería ni mojar pan en la salsa de tomate

euskadi obrir

euskadi obrir / MANOLO PAVÓN

Eduardo de Vicente

Eduardo de Vicente

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Resulta curioso comprobar cómo este año, pese a tener que rodarse películas en medio de la pandemia y entre confinamientos, la cosecha de cine español es de las mejores de los últimos años. Entre las grandes producciones encontramos excelentes títulos que, cualquier año, arrasarían en premios como Maixabel, Madres paralelas, Mediterráneo, El buen patrón o Las leyes de la frontera. Pero, es que, entre los filmes de pequeño o mediano presupuesto hay auténticas joyas como El cover, Chavalas,{"anchor-link":true}Sis dies corrents o la Libertad de Clara Roquet. A esta última lista viene a sumarse Érase una vez en Euskadi, debut en el largometraje del vasco Manu Gómez.

El filme, basado en sus recuerdos de infancia, mira los años 80 a través de la perspectiva de cuatro niños, hijos de emigrantes andaluces que se han instalado en el norte. Sus vidas diarias transcurren, en gran parte, en la calle donde serán testigos de la época, entre manifestaciones, atentados de ETA, la llegada del sida y la heroína. Es una película muy tierna, con una excelente selección infantil, pero también dura, que refleja con inocencia unos años que fueron decisivos en el devenir del país. Su director, Manu Gómez, nos cuenta los detalles más insólitos del rodaje.

-La pandemia. ”Este año hay muchas buenas películas y creo que es porque la pandemia nos puso en una situación muy complicada y dimos lo mejor de nosotros mismos. En mi caso tuve que cortar el rodaje tres días antes del final porque llegó la segunda ola. En el fondo, estoy contento de haber hechos dos pelis: una, la que quería tener y de la que me siento muy contento, y la otra, haber podido acabar una puta película y punto. Fue un milagro, después de cinco años, de levantar el proyecto, de haber escrito el guion, hablas con RTVE, la aceptan en el comité de selección, todo sale bien, consigues el reparto y, de repente, te da la impresión de estar en una película de catástrofes de Roland Emmerich (el director de Independence Day o El día de mañana) y nos meten a todos en casa. Vi todo Juego de tronos en un tiempo récord”.

-Pandemia, la secuela. “Termina el primer confinamiento, nos dejan salir, empezamos la peli y llega el segundo confinamiento y todos para casa otra vez. Además, no podía volver a parar la peli para retomarla dos o tres meses después porque los niños crecen a la velocidad del rayo. Lo único positivo del confinamiento fue que estábamos encerrados en los hoteles, solo vivíamos para la película y nos ayudó a trabajar más. Cuando ruedas en Madrid, acabas y cada uno se va a su casa. Aquí bajábamos a la terraza del hotel y, entre txacolís, preparábamos el día siguiente”.

-Mi infancia. “La película es, en gran parte, autobiográfica. Yo soy Marcos, yo era un ciclista frustrado, lo sigo siendo, siento esa pasión como aficionado y tengo en casa mis dos bicis. Ese niño que se autolesionaba avergonzado de perder siempre era yo. También es real que recogíamos las pelotas de las balas de goma en Mondragón y eso pasaba en casi todos los pueblos de la Guipúzcoa profunda. Cuando acababa la bronca, los bomberos apagaban el fuego y llegaba la normalidad, recogíamos las pelotas. Teníamos todo un arsenal y también es cierto que las cambiaron y las de la guardia civil eran diferentes a las de la Ertzainza”.

-Los niños más macarras. “Lo más difícil de trabajar con niños es encontrarlos y saber que son los adecuados. Hicimos un casting enorme, vimos entre 500 y 700 peques y les hacía una entrevista sobre su personaje. Fue allí donde les cacé porque me empezaron a vacilar, eran muy graciosos, valientes, atrevidos y, sobre todo, macarras, como éramos nosotros. En el rodaje, todo lo que hacen es jugar y participas de sus juegos. No tengo ni un mal recuerdo de ellos, fue todo maravilloso. No tienen esa responsabilidad que nos cargamos los mayores del miedo por si lo están haciendo bien. Das acción y se lo pasan de puta madre”.

Los cuatro niños protagonistas fueron seleccionados de entre unos 700 candidatos.

Los cuatro niños protagonistas fueron seleccionados de entre unos 700 candidatos. / MANOLO PAVÓN

-Calcando la emoción. “La escena en la que el pequeño Toni (Aitor Calderón) está hablando con su hermano mayor Maserati (Arón Piper) en la bañera era muy dramática y el niño se puso emocionalmente en un sitio muy heavy y, de repente, hacia el final, se le cayó un lagrimón. Fue como una epifanía, de esos momentos mágicos que vive uno en un rodaje, pero se borró entera. Yo he rodado mucho en cine, cuando pasabas el celuloide y lo revelabas en el cuarto oscuro. Ahora todo son tarjetas de memoria que hay que descargar y pasar a un disco duro, pero sigue siendo arriesgado. En la descarga se jodió todo, desapareció la jornada entera. Fue una putada, con una escena tan intensa y con un niño en ese estado emocional, me quería morir pero matando. La repetimos al día siguiente e hizo exactamente lo mismo en el mismo momento. Le pregunté cómo había sido capaz y me contestó que hizo lo mismo que el día anterior, se imaginó que su hermano se moría y ya está”.

-Un puzle de pueblos. “Lo más complicado de recrear los años 80 fue crear un solo pueblo a partir de muchos fragmentos de unos cuantos. Se rodó en Mondragón, Bergara, Eibar o Elgoibar, lugares que aguantaban esos 80 sin necesidad de una costosa posproducción digital. Me gusta que las localizaciones sean corpóreas, no dejarlas para posproducción. El director artístico vasco, Antxón Gómez, que es una pieza fundamental en el cine de Pedro Almodóvar y para mí también, conoció mucho esa época y la vivió. Yo tenía un recuerdo de infancia algo idealizado porque el pasado lo transformas y cuando vuelves a un sitio no lo recuerdas tan pequeño y él tenía una visión más directa”.

La película fue rodada en varios pueblos que aparentaban ser uno solo.

La película fue rodada en varios pueblos que aparentaban ser uno solo. / MANOLO PAVÓN

-Peligro inminente. “En la película hay varias escenas peligrosas y, con el fuego, a veces se te va un poco la mano. Rodábamos en mi pueblo, Mondragón, en los bares donde he crecido y bebido o en la plaza del ayuntamiento y estaba algo acojonado. Los de efectos especiales lo hacen todo con muchísima seguridad pero todo es peligroso. Había fuego, cócteles molotov y la gente de allí se asustaba mucho porque no sabe cómo se hace esto. Estaba todo muy controlado, pero incluso a mí me daba miedo y yo pensaba que los niños se iban a acojonar, pero ellos se lo pasaban pipa”.

-Aprendiendo el granadino. “Algunos actores como Luis Callejo o Marian Álvarez tuvieron que trabajar concretamente el acento granadino con una coach, porque el andaluz tiene muchos acentos diferentes. Para ellos también era guay porque estaban un poco fuera de su zona de confort, en unos personajes muy alejados de los que están acostumbrados a hacer. Marian, que es una máquina de interpretación con muchos premios, suele hacer papeles muy para adentro y este lo debió trabajar para afuera. Fue chulo saltar hacia otro sitio. Antes, el cine español nos daba estas sorpresas, estos cambios de registro como cuando vimos a Alfredo Landa en Los santos inocentes. Ahora es menos habitual”.

La actriz Marian Álvarez tuvo que aprender el acento granadino.

La actriz Marian Álvarez tuvo que aprender el acento granadino. / MANOLO PAVÓN

-Niños sin acento. “Los niños, pese a ser hijos de andaluces, no tienen ese acento porque han nacido y crecido en Euskadi desde muy pequeños. Al contrario que ahora vivíamos en las calles constantemente y tenias ese acento, que no era ni vasco ni andaluz, sino neutro, es el real que tenias cuando eras un maqueto (hijo de emigrantes), con la vida repartida entre la casa, el cole y la calle. Lo que más me costó fue corregirles las eses, recordarles que no se dice “Ej que” sino “Es que”.

-Comiendo caracoles. “Hugo García (el niño que interpreta a Jose Antonio) no hubo manera de que comiera caracoles y por eso lo condené un poco en el plano. Es el que está más alejado de la cámara y lo rodé desde los otros chicos. El pobre me dijo “¿comer caracoles?, ni de coña”. Le decía, “pero, tío, aunque sea mojar el tomate”, y tampoco. Eso sí, Aitor Calderón (Toni) se puso morado”.

-Carteles y pintadas. “Los carteles reivindicativos fueron todos recreados a partir de mucha documentación grafica y trabajo de grafismo. También hicimos las pintadas, hasta yo mismo cogía el espray. En la escena frente a la pintada del inicio mi intención era hacer un travelling hasta la manifestación para meter al espectador en contexto. Esa pintada se mantuvo mucho tiempo en el pueblo, la dejaron, no la quitaron porque es un sitio muy mítico de Mondragón, donde en los 80 tocaban Escorbuto o Cicatriz, con mucho pasado, y a los vecinos les pareció un bonito flasback”.

-El pelo de Paquito. “A Miguel Rivera (Paquito) lo mareamos mucho durante el rodaje con el tema del pelo. Cuando íbamos a rodar llegó con unas melenas que flipas y le hicimos el corte a lo tazón. Tuvimos que rodar primero esas escenas para finalizar con las de pelo corto y participé yo también con la peluquera con la máquina haciéndole trasquilones. Lo pasaba mal porque intentaba salvaguardar su imagen, pero era difícil entre las gafas, los pantalones cortos y el corte de pelo final”.

El pequeño Miguel Rivera (Paquito) intentaba, en vano, salvaguardar su imagen.

El pequeño Miguel Rivera (Paquito) intentaba, en vano, salvaguardar su imagen. / MANOLO PAVÓN

-Buscando fábricas. “El lugar donde trabaja Luis Callejo era una fábrica abandonada. La reconstruimos añadiéndole maquinas, chispas provocadas con efectos especiales, etcétera. Nos costó elegir la más adecuada para nuestras necesidades porque encontramos muchos talleres diferentes que no estaban en activo y que parecía que se hubieran detenido en el tiempo”.

-De Ramones a Los Enemigos. “La selección de canciones para mí es fundamental. En cualquier guion antes de las líneas de dialogo necesito una playlist con las canciones que me llevan a ese sitio, llegar al alma de la historia. Los 80 en Euskadi se traducían en una lista interminable desde el rock vasco hasta Escorpions o los radiocasetes de doble platina y tuve que seleccionar las que creía más apropiadas y podíamos conseguir por derechos. Las imprescindibles eran la primera, la versión de What a wonderful world de Ramones, y La cuenta atrás de Los Enemigos. La letra de Josele le va al pelo, “prepárate para dejar de jugar”, le sitúa ya en un sitio donde el niño tiene que madurar, dejando al espectador a expensas de que les marque el futuro ayudados por la letra”.