jornada de culto

Tras los pasos del Watusi por la Barcelona desaparecida de 1971

'El día del Watusi': la gran novela de la Barcelona de la Transición, de la A a la Z

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Ramón Vendrell

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'Los juegos feroces' (2002), el primer volumen de 'El día del Watusi', de Francisco Casavella, es invencible como novela de iniciación. En 24 horas, el 15 de agosto de 1971, el preadolescente Fernando Atienza vive tal cantidad de peripecias por toda Barcelona y su amigo Pepito el Yeyé le cuenta tal cantidad de historias y patrañas que no es extraño que esa jornada memorable le persiga durante las décadas siguientes, narradas en 'Viento y joyas' y 'El idioma imposible'.

Atienza, 13 años, y su compinche con bota ortopédica de la marca Cuervo y Sobrino comienzan el 15 de agosto de 1971 pescando, o no pescando nada para ser exactos, al alba en un lugar llamado la Grúa. Por las pistas que da Casavella (atraviesan una playa de vías ferroviarias y divisan el rompeolas), sería una zona del puerto bajo el acantilado del Morrot.

De allí, con las manos vacías, suben a Montjuïc, donde viven. Y tienen la mala pata de pasar por el Molino en el peor momento posible: poco después de que haya sido violada y asesinada la hija del hampón mayor de la montaña. El Molino existía. "Fue una aventura creativa de una persona que quería aprovechar las aguas subterráneas de Montjuïc, lugar de gran riqueza hídrica -informa Oriol Granados, del Centre d'Estudis de Montjuïc-. Una vez construido en la parte alta, hacia el cementerio, quedó abandonado por falta de autorización y se convirtió en referencia para la gente de la zona".

30.000 barraquistas

La población de barraquistas en Montjuïc alcanzó su pico entre finales de la década de 1950 y principios de la de 1960, con más de 30.000 habitantes. Los chabolistas empezaron a ser realojados a partir de los años 50 y el traslado más numeroso tuvo lugar entre 1967 y 1969. Los destinos de este grupo fueron los polígonos construidos por la Obra Social del Hogar en Sant Cosme (El Prat de Llobregat), Cinco Rosas (Sant Boi de Llobregat), Pomar (Badalona) y La Mina (Sant Adrià de Besòs), aunque algunas familias fueron a Cerdanyola, Mollet, Cornellà, L'Hospitalet... 

No solo existía el Molino sino todos y cada uno de los topónimos (populares, eso sí) que salen en la novela referentes al Montjuïc tardochabolista, certifica Granados. Ciudad Sin Ley era un conjunto de barracas situado encima de lo que hoy es el Fossar de la Pedrera, en el cementerio de Montjuïc, antiguamente una fosa común. Allí se rodaron escenas inolvidables (eso también era Barcelona) de 'Los Tarantos' (Francesc Rovira-Beleta, 1963). La Tierra Negra se situaba en un extremo del actual parque de la Primavera y debía su nombre a la cercanía con los muelles donde se descargaba carbón. Era un lugar de prostitución terminal. El señor Braulio de 'La ciudad de los prodigios', de Eduardo Mendoza, va allí cuando se traviste y quiere chulazos. Las Cuevas de Alí Babá estaban en la agreste vertiente sur de Montjuïc, el ya citado Morrot, y en ellas vivían indigentes. Casa Valero, Casa Antúnez, las Casitas... Todo fetén. Vecinos veteranos del Poble Sec recuerdan incluso que en Montjuïc había una muy chunga banda del Botas, aunque bandas del Botas, como bandas del Chino, había por toda la ciudad.

Clase y alegría de vivir

En el Molino las pasan canutas Atienza y Pepito, la camarilla del capo de Montjuïc cree que han visto algo y les aprietan las tuercas, más a Pepito que a Atienza. Pero salen bien parados y se enteran de que se acusa del crimen al Watusi, una figura legendaria de la delincuencia por su clase y su alegría de vivir del que el Yeyé habla y no calla, como si lo supiera todo de él, pero es que el Yeyé habla y no calla de todo. Es un pícaro de primera y como tal una fabulosa máquina de parlotear. Poco le cuesta embarcar a su compañero en una misión divina: localizar al Watusi y avisarlo de que Celso y sus hombres van a por él.

La primera parada es en la Barceloneta, adonde se dirigen en un 600 robado por Atienza, un as del puente. Van a los llamados Baños a secas, probablemente los ya inexistentes Baños de San Sebastián, en busca del Supermán. Tras el descacharrante encuentro con este genuino chulopiscinas, el asunto empieza a complicarse en el barrio marinero: comienzan ver pintadas alusivas al Watusi, unas uves dobles que años más tarde el obsesivo Atienza pintará por doquier para desconcierto de los barceloneses, y caen en manos de la banda del Soplagaitas, alertado de que merodean por allí haciendo demasiadas preguntas. Uno de los antiguos tinglados del puerto, también desaparecidos, es un escenario siniestro en el que el equipo puede acabar mal, pero Casavella tiene demasiado sentido del humor para permitirlo y ahí llega el Topoyiyo para echar una mano.

Cada vez más mosqueado

Atienza y el Yeyé ponen pies en polvorosa a la que pueden, cada uno por su lado, no sin antes haberse citado en el Zoo, donde se cuelan y donde aún sudan la gota gorda osos polares en su foso, otra baja de la Barcelona del 15 de agosto de 1971. De allí, recompuestos, van al Boston's, un lupanar de medio pelo camuflado de cabaret o sala de fiestas que bien podría estar en la calle de Escudellers; en cualquier caso está en el Gòtic o el Raval porque tras iniciarse en el sexo y cada vez más mosqueado con Pepito, que ya no se sabe si busca al Watusi o tiene otros intereses y que le acaba de dar esquinazo, Atienza sale del Boston's solo y enfila Ramblas arriba.

Pero tiene un nombre: La Alameda. Está en "la montaña de los ricos". Y para allí que se va. De esta forma cumple Casavella con la tradición de las grandes novelas barcelonesas de conectar bajos fondos y zona alta, como Sagarra, Marsé y Mendoza. Imaginémosle por la avenida del Tibidabo, no muy lejos debe de estar La Alameda, un prostíbulo de lujo donde no se escatiman las drogas y donde la Francesa le revela todo lo que necesita saber y también todo lo que no necesita saber, básicamente que Pepito le ha engañado y utilizado, si bien que te engañen y te utilicen tampoco está mal si vives semejante aventura.

Regreso a la montaña de los pobres

Vuelven a la montaña de los pobres. Y a la mañana siguiente bajan a pescar, o a no pescar nada para ser exactos, a la Grúa. Entonces descubren por fin qué ha sido del Watusi. Más o menos enfrente del muelle donde están se levanta ahora el Hotel W, coronado por una gigantesca W que actúa como reflejo desde el lado oscuro de la que Pepito pinta en el Morrot. Metáfora perfecta de una ciudad empeñada en sepultar su personalidad genuina.               

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