Historias de 'Juego de tronos' (14): Humillación y penitencia

Cersei, a punto para su humillación pública. / periodico

Ernest Alós
Ernest AlósCoordinador de Opinión y Participación
Escribo, cuando puedo, sobre historia, literatura fantástica y de ciencia ficción, ornitología, lenguas, fotografía o historia de Barcelona
ERNEST ALÓS
Reinas a la altura de la Cersei de ‘Juego de tronos’ ha habido muchas, aunque generalmente haya quedado pasado a la historia como siniestras manipuladoras cuando de tratarse de reyes se loarían sus habilidades políticas, o simplemente su capacidad de reventar cabezas de enemigos a mazazos. Una de ellas es la visigoda Brunegilda, hija de Atanagildo y reina franca, con un historial que hizo que entrase con el nombre de Brunilda en el ‘Cantar de los Nibelungos’.
Brunegilda hizo de todo para asegurar el trono para su hijo y su nieto, actuó varias veces como regente de ambos, intercambió innumerables intentos de asesinato con su rival Fredegunda, que a su vez había liquidado a su hermana… las intrigas en la corte de los merovingios son inacabables, tan intrincadas como las imaginadas por George R. R: Martin. Y, para Brunegilda, acabaron con un suplicio al lado del cual el paseo de la vergüenza al que someten a Cersei parece una inocentada de colegio mayor. A los 70 años, después de tres días de tormentos, el hijo de su rival la exhibió montada en camello ante todo su ejército, para ser después arrastrada hasta morir por un caballo a cuya cola ataron su melena, un pie y una mano.
Pero sin llegar a estas prácticas tan extremas tenemos otro paseo de dama a pelo, el de Lady Godiva, con un 'peeping Tom' como único testigo, y otro episodio que acaba con un monarca a los pies de la autoridad religiosa, como Cersei ante el Gorrión Supremo. Se trata de la humillación de Canossa. En el 1077, el emperador Enrique IV, enfrentado con el Papa Gregorio VII por la querella de las investiduras, no tiene más remedio que peregrinar al castillo de Canossa para pedir al pontífice que le levante la excomunión. Tres días debe pasar arrodillado a las puertas del castillo mientras nevaba, sin comer y vestido con un hábito de saco y descalzo. Obtuvo su objetivo, para incumplir después su compromiso y vengarse del Papa. Eso sí, nombrado a un antipapa. Sin pirotecnia.
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