Los chicos están bien, una relación con trampa

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QUIM CASAS

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Los chicos están bien es una de esas películas de estilo más o menos independiente que tocan un tema no habitual de manera aparentemente ecuánime y progresista. Narra la relación entre dos lesbianas, los dos hijos adolescentes que tienen fruto de un donante de esperma y el donante en cuestión, que entra como un ciclón en sus vidas a partir del momento en que los jóvenes desean conocer a su padre biológico.

Hasta aquí perfecto. Trata con naturalidad la relación de la pareja femenina y la forma absolutamente normal, lógica, con la que los dos hijos asumen la situación familiar, sin conflictos interiores ni exteriores; ni el amigo del chico, de instintos más bien brutos, se mete con él por tener dos madres lesbianas. Pero el personaje que genera el conflicto, el donante, además de estar bastante menos trabajado dramáticamente (¿no merecen todos los personajes de un filme, sean buenos o malos, héroes o villanos, principales o secundarios, el mismo tratamiento?), se convierte en el móvil de una interpretación menos liberal de la historia tratada.

Porque al fin y al cabo, la película reproduce una situación de celos, dependencia y necesidad que es común a una pareja homosexual y a una heterosexual, pero no lo hace a partir de un tercer personaje neutro. Julianne Moore, la más debil en la relación, tiene una aventura con el padre biológico de sus hijos, en una especie de visión algo reaccionaria sobre las necesidades de una mujer lesbiana y muy fiel; para entendernos, parece que sin probar el sexo hetero no va a sentirse realizada del todo y satisfecha en el plano físico. Esta lectura es peligrosa, ya que horada terrenos menos progres y risueños como se pretende inicialmente.  

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