Crítica de 'Valor de Ley'

Reinventar el clasicismo del género perdido

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QUIM CASAS

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No es la primera vez que los hermanos Coen revisan una película clásica, aunque en el caso de 'Valor de ley' (True grit) aseguren que se han basado más en la novela de Charles Portis que en el filme realizado en 1969 por Henry Hathaway a partir de dicha novela. En todo caso, hayan sido más fieles a la letra escrita que a la imagen filmada, lo cierto es que Valor de ley es infinitamente mejor al otro remake rodado por Joel y Ethan, Ladykillers, que estaba muy por debajo del original, El quinteto de la muerte.

Es básicamente una cuestión de tono. Aquella era una imitación de un estilo cómico inimitable, el de la comedia negra británica de los 50. Valor de ley, sin embargo, es más una recreación. Las características básicas de los personajes y la situación general que viven, con el extraño terceto formado por un viejo y alcoholizado alguacil, la adolescente que busca al asesino de su padre y un atolondrado ranger de Texas, se respetan casi escrupulosamente en relación al filme de Hathaway, pero los Coen ponen mucho de su cosecha (la que denominaríamos la escena de la lengua, de un hiperrealismo desconcertante), ralentizan el tiempo, estructuran el relato de modo distinto, con un inicio y un final que le otorgan otro sentido, y se sienten respetuosos con el género, con el wéstern clásico, a la vez que lo modernizan. Sin ser tan plástica como El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, Valor de ley es una película preñada de un extraño y nada relamido tono otoñal, un filme seco y sentido, de lo mejor rodado por los Coen en años.

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