ANÁLISIS

Buen discurso que puede quedar en nada

CARLOS ELORDI

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Ha sido un buen discurso. Creíble, al menos en la medida en que el nuevo Rey parece creer en sus palabras. También completo, puesto que todos los elementos que configuran la crisis política, económica y social que sufre España fueron abordados en el mismo, aunque los más espinosos de forma demasiado genérica. Y, asimismo, ha sido un discurso sugeridor de cosas nuevas. Pero, al tiempo, incapaz de proporcionar la mínima seguridad de que los cambios que buena parte del país desea vayan a convertirse en realidad.

Desde que se anunció la abdicación de Juan Carlos I, un amplio abanico de firmas ha ido creando la sensación de que va a producirse una segunda versión de la transición. O sea, de que Felipe VI va a ser la cabeza visible, o invisible, de la regeneración del sistema. Diciendo que «la monarquía parlamentaria ha de ser una fiel y leal intérprete de las aspiraciones de los ciudadanos», el nuevo Rey no traicionó ayer esos anhelos. Pero poco antes había subrayado que la Corona debe «contribuir a la estabilidad de nuestro sistema», una idea que sugiere el mantenimiento del statu quo actual.

En todo caso, es ilusorio pensar que el nuevo Rey vaya a reformar el sistema en contra del sistema mismo. Por muchas fallas que se hayan abierto en el mismo, es este -con el Gobierno de Rajoy y su mayoría parlamentaria a la cabeza- quien ha de adoptar cualquier iniciativa reformadora.

A diferencia de lo que ocurría en 1975, cuando las fuerzas democráticas estaban proscritas y Juan Carlos se coaligó con ellas y con quienes - dentro del régimen- querían darles carta de naturaleza política, hoy Felipe VI solo puede contar con las fuerzas que están en el sistema. Fuera del mismo, solo están los republicanos, en sus distintas gradaciones antisistema. A los que, seguramente, el discurso no ha conmovido lo más mínimo.

Cabría suponer que el Rey va a tratar de influir para que se produzcan cambios. Y no se puede descartar que Rajoy aproveche el particular momento psicológico que ha creado la sucesión para propiciar alguno. Si hace unos meses la reforma constitucional era un tabú, en los mentideros de la corte actualmente se habla de ella como de algo casi inevitable. Es pronto para saber qué entiende el poder por eso, pero es de prever que los grandes partidos políticos no se harán un nuevo harakiri y que el proceso será lento y se adecuará al calendario electoral.

Queda por ver, y ahí sí que no caben dilaciones, cómo el poder central va a abordar la cuestión catalana y qué papel está dispuesto y puede asumir el Rey en ese contencioso, que, aunque sin tanta urgencia, es también el vasco. Ahí sí que Felipe VI puede tener campo de maniobra, porque a todas las partes les puede interesar su mediación.

Lo cierto es que ayer ni Mas ni Urkullu aplaudieron su discurso. Pero acudieron al acto. Entre esas dos actitudes caben muchas cosas. Puede que en política no haya imposibles, pero tampoco hay que hacerse grandes ilusiones.