Análisis
Como me ves te verás
La dimisión de Carmen Montón supone un espejo donde Pablo Casado va a tener que mirarse inevitablemente
Antón Losada
Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela
Antón Losada
El fatalista lema que preside la entrada de tantos de nuestros cementerios se ha instalado en la política española. Igual que a la puerta del camposanto se nos advierte que, antes o después, nos veremos igual que sus inquilinos, los cadáveres políticos de Cristina Cifuentes y Carmen Montón avisan a señorías, portavoces o ministros lo fácil que resulta acabar enterrado. El miedo a su propio funeral explica la prudencia y diplomacia del siempre audaz Pablo Casado al manifestarse sobre el trato de favor y los plagios de la exministra de Sanidad, las prevenciones del presidente Sánchez a la hora de compartir su tesis doctoral, o la voracidad e insistencia de un Albert Rivera sabedor de haber encontrado un punto débil para hacer oposición al gobierno donde el Partido Popular ni quiere ni puede competir; exactamente lo que andaba buscando desesperadamente desde la moción de censura.
El tiempo que tanto hemos reclamado en nuestra política y envidiado en las de nuestro entorno parece haber llegado: los errores se pagan, en política como en la vida. Cifuentes descubrió en su día que la frivolidad y el desahogo ya no ahorraban la factura por haber aceptado el trato de favor y las prebendas dispensadas por el Instituto de Derecho Público de Álvarez Conde. La exministra Montón acaba de descubrir que alegar desconocimiento o buena intención, o esconderse tras las decisiones ajenas, tampoco funcionan ya como coartada. Ambas han trazado, a su pesar, la nueva frontera de la responsabilidad política: un representante público tiene los conocimientos y la responsabilidad para distinguir cuando se le trata como a un ciudadano medio y cuando se le está privilegiando por razón de su cargo. En realidad, no era tan complicado: cuando te eximen discrecionalmente de los deberes que los demás deben cumplir para obtener el mismo resultado, se trata de un trato de favor y si lo aceptas solo queda un camino: irse.
La dimisión de Carmen Montón supone un espejo donde Pablo Casado va a tener que mirarse inevitablemente. Tendrá que hacer públicos íntegros los trabajos que hasta ahora solo ha enseñado y habrá de justificar cómo aceptó el evidente trato VIP de ver concedidas 18 convalidaciones, sin presentar los documentos acreditativos que el resto de los alumnos deben adjuntar. Ya no sirve esconderse tras de las supuestas instrucciones de la universidad o presuntos acuerdos verbales con profesores que solo prueban el trato de favor.
Su elección ahora es entre hacerlo ahora y asumir las consecuencias, o demorarlo de manera vergonzante hasta cuando no le quede más remedio que dimitir. Ya no se pueden eludir las responsabilidades políticas, solo puedes adelantarte. Pedro Sanchez debería preguntarse si la mejor manera de desmontar los infundios y a Albert Rivera pasa por hacer ahora lo que no quedará otra que hacer mañana: escanear un PDF con esa tesis que ahora sólo se puede consultar en papel en la biblioteca y colgarlo 'on line'; seguro que aprendemos todos algo.
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