LUGARES LEJANOS PARA LARGARSE Y NO VOLVER (4)

Por las montañas de Kirguizistán

Montañas de Kirguizistán

Montañas de Kirguizistán / periodico

XAVIER MORET

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Puestos a perderse, largarse al Kirguizistán es como mínimo original. No es como Australia o la Patagonia, que casi todo el mundo sabe situar en un mapa. En este caso se trata de uno de esos países terminados en 'stan' que se sabe que andan por Asia Central, pero pocos saben decir exactamente dónde. Y, sin embargo, Kirguizistán es un país precioso, siempre que se valore la montaña, la estepa y los lagos de altura.

Un 94% de Kirguizistán está por encima de los mil metros, y un 40% por encima de los 3.000. Esta es la causa de que al viajar por el país tengas la sensación de que te pasas el día subiendo y bajando montañas. Pero el ejercicio vale la pena, ya que de repente aparece la estepa infinita, con una manada de yaks o de caballos salvajes que te hacen comprender que has ido a parar al lado más salvaje de Asia.

Durante muchos años, Kirguizistán formó parte de la URSS. Se nota cuando ves las numerosas estatuas de Lenin que hay por el país. Por otra parte, cuando viajé hasta allí me sorprendió que, aunque mi destino era Bishkek, a la etiqueta de mi equipaje le pusieran las letras FRU. “Es que antes, en los tiempos de la URSS, Bishkek se llamaba Frunse, en honor de un militar ruso de la Primera Guerra Mundial”, me explicó una azafata. “En 1991 recuperó el nombre de Bishkek, pero parece que las compañías aéreas aún no se han enterado”.

El antiguo Museo Lenin sigue siendo una de las principales atracciones de la capital. Ahora se llama Museo Histórico del Estado, pero en él se sigue mostrando la vida de Lenin, con estatuas, fotos de época y una iluminación escasa. La última planta está dedicada a los nómadas de Kirguizistán, con especial atención a Manás, el héroe de un antiguo poema épico, y a la yurta, la tienda convertida en símbolo de los kirguizes.

Cuando hablas con la gente del país, tocados a menudo con un original gorro de lana con aspecto de lámpara, no parecen estar muy seguros de que la independencia fuera una buena opción. Ellos, dicen, ya estaban bien en la URSS y, por otra parte, sus tribus nómadas no tenían conciencia de país.

Para conocer Kirguizistán, sin embargo, hay que ir más allá de la capital. Hay que recorrer pistas de montaña para llegar a los lagos Song Kyl o Issyk Kul, situados por encima de los dos mil metros. El segundo, que sigue al Titicaca como lago de altura más grande del mundo, impresiona por su extensión y por las Montañas Celestiales (Tian Shan), la alta barrera que separa Kirguizistán de China.

En los tiempos de la Unión Soviética, a los rusos les encantaba ir de vacaciones a Issyk Kul, un lago que cuenta con hoteles, playas y balnearios decadentes, en ocasiones con aspecto de sanatorios para disidentes, en los que el abandono es norma, el óxido asoma por los desconchados de las bañeras y la higiene brilla por su ausencia.

Entre los famosos que pasaban temporadas en Issyk Kul se encuentra Yuri Gagarin, el primer cosmonauta que viajó al espacio exterior, en 1961. Era un héroe muy querido en la URSS que murió en 1968, cuando su caza se estrelló cerca de Moscú, en un accidente rodeado de incógnitas.

Al regreso de su vuelo triunfal, Gagarin se fue de vacaciones a las montañas que rodean al lago Issuk Kul, un paisaje que le encantaba por su sensación de inmensidad. En su valle preferido, en Barskun, se levanta hoy un original monumento al mítico cosmonauta.

Antes que Gagarin, hubo otro héroe ruso al que le encantaban las montañas de Kirguizistán: Nikolai Przewalski, el primer gran explorador de Asia Central. Nacido en 1839, protagonizó cuatro grandes expediciones por las estepas y desiertos de Asia, con el objetivo de trazar los mapas de una tierra inexplorada y de llegar a Lhasa, la capital del Tíbet.

Przewalski, de quien se decía que viajaba “con una carabina en una mano y un látigo en la otra”, logró muchos éxitos y honores, pero nunca consiguió llegar a Lhasa. Por cierto, decían de él que era padre de Stalin, ya que vivía en Georgia nueve meses antes del nacimiento del dictador y tuvo un affaire con la madre de este. Su semblanza y sus bigotes avalan la hipótesis.

El gran Przewalski cruzó el temible desierto del Taklamakán, en la China actual, dio nombre a un caballo salvaje y se convirtió en un héroe legendario que murió por culpa del tifus a orillas del lago Izzyk Kul en 1888, a los 49 años.

Cuando murió, el zar decretó que la ciudad de Karakul, a orillas del lago, pasara a llamarse Przewalski. Y así se hizo, aunque en 1991 recuperó el nombre original. A orillas del lago se levanta hoy un monumento al explorador, coronado por un águila de bronce, y un museo que repasa la biografía y los logros de este gran personaje poco conocido en Occidente.

Justo en la entrada del museo, un gran mural muestra las distintas expediciones de Przewalski. Los itinerarios pintados en rojo, junto con los camellos bactrianos que ilustran las caravanas, recuerdan que fue gracias a este explorador ruso que pudieron trazarse mapas de aquella zona de Asia que era entonces tan solo un inmenso espacio en blanco.

En episodios anteriores...

1. Los Mares del Sur

2. Volver a empezar en Australia

Y mañana:

5. Alaska, la última frontera