LUGARES LEJANOS PARA LARGARSE Y NO VOLVER (1)

Los Mares del Sur

Hiva Oa es un paraíso en la tierra, con bosques de palmeras, plantaciones de copra, playas desiertas, paisajes de ensueño, lugares sagrados presididos por dioses de basalto y una gente encantadora, muy dada a la felicidad y a reírse de todo.

Hiva Oa. Lugares lejanos para largarse y no volver, de Xavier Moret.

Hiva Oa. Lugares lejanos para largarse y no volver, de Xavier Moret. / periodico

XAVIER MORET

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Los Mares del Sur siempre han gozado de buen predicamento a la hora de largarse para no volver. Tenemos el ejemplo del pintor Paul Gauguin, que murió en las islas Marquesas en 1903 después de descubrir la auténtica felicidad. El cantante belga Jacques Brel eligió las mismas islas para vivir una nueva vida a partir de 1973. Murió cinco años después en Hiva Oa, y allí está enterrado, no muy lejos de la tumba de Gauguin.

Algo deben de tener las islas Marquesas para atraer a dos genios como estos. De entrada, tienen un punto a su favor: pillan lejos, muy lejos, en la otra punta del mundo, lo que las convierte en el sitio ideal para desonectar. Para llegar allí yo tuve que sufrir 12 horas de avión desde París hasta Los Ángeles, esperar unas horas en el aeropuerto y volar después otras ocho horas hasta Papeete, en la isla de Tahití. Tras pasar una noche allí, intentando recomponer mis huesos, un pequeño avión me llevó en tres horas a la isla de Nuku Hiva, en el archipiélago de las Marquesas. Un nuevo salto aéreo, esta vez de solo media hora, y por fin estaba en la isla de Hiva Oa, el paraíso de Gauguin y de Brel.

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¿Qué puedo decir de Hiva Oa? Pues que es un paraíso en la tierra, con bosques de palmeras, plantaciones de copra, playas desiertas, paisajes de ensueño, lugares sagrados presididos por dioses de basalto y una gente encantadora, muy dada a la felicidad y a reírse de todo.

Se está bien en Autona, la capital de Hiva Oa. Recuerdo que cuando caía la noche y se escuchaban tambores lejanos, Tania, la propietaria de la pensión en la que me alojaba, gritaba: “¡Todos al coche!”. Subíamos entonces a su vieja camioneta y no parábamos hasta localizar la fiesta. Una vez allí, junto a una hoguera, comíamos, bebíamos y bailábamos mientras las mujeres nos colgaban coronas de flores y los hombres nos mostraban sus trabajados tatuajes.

COSAS QUE VER

El cementerio del Calvario, donde están enterrados Gauguin y Brel, es uno de los centros de peregrinación de la isla, junto con la reproducción de la Casa del Placer de Gauguin. No muy lejos, en un memorial dedicado a Jacques Brel, se expone la avioneta que el cantante dejó en herencia a los isleños. La legó, me contaron, para que pudieran evacuar a los heridos en caso de urgencia, pero ellos amaban tanto a Brel que prefieren guardarla en un museo, como si fuera un tótem sagrado.

Es fácil acostumbrarse en las Marquesas a una vida en la que priva el 'dolce far niente', el dejar pasar el tiempo sin preocuparse de que el tiempo está pasando.

"EL JARDÍN DEL EDÉN"

El mito de los Mares del Sur se inició cuando el francés Louis de Bougainville, que realizó una vuelta al mundo 1776 y 1779, anotó en su diario que aquello era un “jardín del Edén” en el que “Venus es la diosa de la hospitalidad”. En la misma época el capitán Cook también habló de Tahití como una isla paradisíaca con unas mujeres muy bellas y pródigas en el amor.

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No es extraño que años después R. L. Stevenson, que murió en Samoa en 1894, describiera estas islas como paraísos en su libro 'En los mares del Sur' (1896). A un nivel más cercano, Manuel Vázquez Montalbán eligió 'Los mares del Sur' como título de la novela con la que ganó el Premio Planeta en 1979. En ella narraba la muerte de un hombre de negocios de Barcelona que soñaba con dejarlo todo y largarse a los Mares del Sur.

El noruego Thor Heyerdhal, que se haría famoso en 1947 por la expedición de la balsa 'Kon Tiki', con la que navegó desde las costas de Perú hasta la Polinesia, trató de vivir durante un tiempo en las Marquesas, en concreto en la isla de Fatu Hiva. Josep Maria de Sagarra, que narra en 'La ruta blava' el viaje que hizo allí en 1936, coincidió con él y con su joven esposa Liv a bordo del trasatlántico 'Ramel' y los describe como dos jóvenes un tanto idos.

Heyerdhal narró en 'A la búsqueda del paraíso' (1938) su experiencia en la isla, que no puede decirse que fuera muy satisfactoria. Construyó con Liv una cabaña de bambú e intentó vivir al margen de la civilización, luchando contra los mosquitos, las enfermedades y la ira de los isleños, indignados cuando les descubrieron desenterrando cráneos de sus antepasados. Al final terminaron huyendo por piernas del paraíso soñado.

¿ABURRIMIENTO?

Y es que en los Mares del Sur no todo es siempre maravilloso. Me acuerdo de un joven francés que conocí en el bar Make Make, en Hiva Oa. Había pedido la plaza de profesor en la isla convencido de que viviría en el paraíso, pero al cabo de unos meses ardía en deseos de regresar a París. “Estas islas, desde la lejanía, son perfectas”, me confesó, “pero cuando vives en ellas te das cuenta de que hace demasiado calor, de que la gente es muy informal y de que son muy aburridas”.

Cuando se lo comenté a mi amigo isleño del Make Make, menó la cabeza y me dijo muy serio: “A veces yo también tengo ganas de largarme de aquí. Hoy, por ejemplo, se me han acabado las cervezas y el barco que las repone no llega hasta dentro de tres días. ¿Puedes imaginar un escenario peor?”. Y soltó una carcajada que resonó por toda la isla como un eco de su felicidad.