YIHAD GLOBAL

Las cicatrices de París

Un año después de los atentados, la ciudad convive con el estrés a pesar de la resistencia de los parisinos

La torre Eiffel, iluminada con los colores de la bandera nacional francesa, tras los atentados de París, el 16 de noviembre del 2015.

La torre Eiffel, iluminada con los colores de la bandera nacional francesa, tras los atentados de París, el 16 de noviembre del 2015. / periodico

EVA CANTÓN / PARÍS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

“No lo olvidas. Hace ya un año de los atentados y la visión que tienes de París cambia, porque te sientes un poco en estado de guerra, sabes que en cualquier momento puede pasar algo. La presencia militar sirve para tranquilizar a la gente, pero no es eficaz frente a alguien que está dispuesto a morir por una causa”.

Stephane, un grafista de 39 años que vive en Val de Marne, ha hecho todo lo posible para no cambiar sus costumbres desde que el yihadismo golpeó París dejando un rastro de 130 muertos, más de 400 heridos y todo un país sumido en el duelo. Sin embargo, cuando se sienta en una terraza mira a derecha e izquierda, se fija en el tipo que se baja de una moto. Está en alerta. “Y eso no creo que cambie durante mucho tiempo”, añade.

La conmoción que atravesó toda Francia se ha transformado en un estrés permanente porque los ciudadanos saben que ahora todos son objetivos potenciales del terrorismo. El país pasó en menos de un año del estado de amenaza, tras los ataques contra 'Charlie Hebdo', a la declaración de guerra de François Hollande contra el Estado Islámico (EI). Y la batalla continúa. La militar, la política y la social.

No sólo ha mutado el peligro, también los franceses lo han hecho, mostrando sus múltiples caras: la solidaria, la de la resistencia frente a la barbarie y la que ha inyectado más de seis millones de votos al Frente Nacional.

Los atentados han acentuado un profundo malestar que viene de lejos y puede alterar la genética francesa inoculando en la democracia el virus del miedo.

Avanzan la islamofobia, la desconfianza, el autoritarismo, la sospecha ante el diferente mientras el Estado, que hace bandera del laicismo, intenta dotar al islam de un parapeto republicano para cerrar el paso a los radicales que pescan en el río revuelto de las ‘banlieues’ abandonadas a su suerte. El 56% de los franceses aceptarían mal que una hija suya se casara con un francés de confesión musulmana.

Todas las costuras del Estado de derecho se resienten en cada debate, cuando se discute la retirada de la nacionalidad a los acusados de terrorismo, la prohibición del 'burkini', del velo en la universidad, los menús sin cerdo en las cantinas escolares, las propuestas para recluir a los yihadistas retornados de Siria en una suerte de Guantánamo local…

UN NUEVO PACTO

“El debate está sobresaturado de ideología. Se da de bruces con el corto plazo dictado por el miedo, cuando deberíamos redefinir los lazos que nos unen, formular un nuevo pacto político”, señala en la revista ‘L’Express’ el magistrado Antoine Garapon, del Instituto Superior de la Justicia.

Las secuelas del 13 de noviembre del 2015 son físicas y sociales, pero también psicológicas. Las más frecuentes en los casos de estrés postraumático son las pesadillas, los ‘flash back’, los pensamientos negativos que se cuelan en el cerebro, el estado de hípervigilancia.

“A menudo, las personas muestran un nivel de miedo desproporcionado cuando se enfrentan a determinados detonantes, como otro atentado terrorista, lugares similares o ruidos que recuerdan al de los ataques”, comenta la psicóloga Jocelyne Chastang.

Las heridas y sus cicatrices formarán parte de la memoria colectiva de los franceses, de quienes han vivido, de cerca o de lejos, los sucesos del 13 de noviembre. “La representación selectiva del pasado influye en la construcción de la identidad del grupo”, explica el historiador Denis Peschanski, director de un vasto estudio interdisciplinar sobre la marca que los atentados dejarán en la sociedad francesa.

Algunos supervivientes de los ataques resisten, permanecen en el barrio, se niegan a cambiar de ciudad. Otros prefieren rehacer sus vidas fuera de ella, alejarse de la capital, como Emma, de 38 años, que salió ilesa del Carrillon y se ha mudado al sur. “No se si algún día volveré a París. De todas formas no hago planes más allá de tres meses. No puedo tomar ninguna decisión importante”, confiesa a ‘L’Express’.

ALARMA EN EL TURISMO

Pero si algunos se van, otros se quedan. Vuelven a llenar las terrazas, los teatros y las salas de conciertos como si fuera un acto de militancia. Los franceses retomaron pronto el camino de los museos, de las actividades festivas y culturales, algo que no han hecho los turistas. En el primer semestre del 2016, París tuvo un millón de visitantes menos que en el mismo periodo del año precedente.

El Museo del Louvre, uno de los más frecuentados del mundo, con 9 millones de entradas al año, sufrió una caída del 20% en el primer semestre del 2016. Las alarmas en un sector que supone el 7,4% del PIB francés se han desatado hasta tal punto que los gobiernos central, regional y local multiplican los planes para volver a atraer a los extranjeros en los que permanece la imagen de un París dolorido.