La reina europea del bádminton
Si se le pregunta a alguien por el bádminton en España, la mayoría piensa en un deporte que se suele practicar en la escuela, el instituto o como forma de ocio. Pocos sabrán que España cuenta con la nueva campeona de Europa de la disciplina, una simpática andaluza que desafía a todas las asiáticas a base de trabajo, carácter y talento. Carolina Marín (Huelva, 1993) hizo historia el pasado domingo en Kazán al tumbar en la final a la danesa Anna Thea Madsen. Jamás había tenido este país una reina así en el bádminton, un deporte olímpico sin tradición en España que ya tiene a una auténtica campeona de oro.
Carolina cogió su primera raqueta a los 8 años. Fue con su amiga Laura a un partido al polideportivo que había junto a su casa y se quedó maravillada. Empezó a pegar raquetazos con el volante y vio que se le daba muy bien. Hoy es la número 10 del ranking mundial y la única europea entre las 17 primeras. China domina un deporte tremendamente arraigado en Asia, un continente que admira a Caro. «En Indonesia me paran en la calle, me piden camisetas, autógrafos, fotos... Es alucinante», cuenta la campeona andaluza en una conversación telefónica con este diario.
Del flamenco al volante
Carolina se encuentra de vacaciones en París con su padres, que están separados. Es hija única y su dedicación al bádminton es total: siete horas diarias. Solo descansa el domingo. «En Asia se puede vivir de este deporte. En España es complicado. Necesitamos patrocinadores y no hay». La estrella onubense tomó su primera decisión importante a los 12 años: flamenco o bádminton. «Bailaba desde los 3 años, pero debía decantarme por una de las dos cosas. No lo dudé. Cerré los ojos y lo dejé todo por el bádminton. Acerté». Así empezó su aventura, que tuvo su punto clave a los 14 años, cuando Fernando Rivas le propuso entrenar con beca en el CAR de Madrid. No fue fácil. Dejó su querida Huelva para pasar horas y horas con el volante, el proyectil del bádminton, que alcanza velocidades de 400 kilómetros por hora en los encuentros.
Nadal y Kobe Bryant
Su exhaustiva preparación en Madrid, junto a su innegable talento, garra y determinación, la llevaron a ser campeona de Europa sub-17 y sub-19 antes del éxito absoluto del domingo pasado. Se pasa todo el año jugando torneos por diversos países y ha competido este curso con el Odense de Dinamarca, donde jugó cuatro partidos entre octubre y diciembre. A finales de agosto tendrá lugar el Mundial en ese país. Es su próximo reto, aunque sus ojos están puestos en los Juegos de Río de Janeiro del 2016. Ya participó en Londres, donde ganó un partido y perdió otro.
En un deporte dominado por las asiáticas, Carolina parece una intrusa, pero no se arruga. La zurda onubense es un volcán en la cancha. Sus chillidos son famosos en el circuito. «Si no gritas no eres nadie contra las chinas. Hay que ser como las serpientes. Una vez metes el diente y pegas el bocado, no puedes parar. No debes rendirte jamás. Las chinas no tienen vacaciones ni estudian. Viven solo para esto», asegura Carolina en un discurso guerrero que casa a la perfección con su gran ídolo: Rafael Nadal. «Me miro en el espejo y me veo reflejada en él. Me encantaría tener una charla con Rafa. Nadal lucha por todas las bolas, yo peleo por todos los volantes. ¡Lo admiro tanto!». Le hubiese encantado conocerlo en Londres, pero la lesión del balear lo impidió. «Al menos pude ver a Kobe Bryant. Guardo una foto inolvidable con él en la ceremonia de apertura».
Con la Virgen del Rocío
Marín está orgullosa de su torneo en Kazán, sobre todo de su partido de semifinales contra la alemana Karin Schnaase. En el futuro le gustaría estudiar fisioterapia y considera vital la ayuda de su psicólogo, Pablo del Río. También tiene sus manías. «Antes de coger el raquetero le doy un sorbito a la botella de agua. Y siempre llevó un collarcito con la cara y el cuerpo de la Virgen del Rocío que me regaló mi padre».
En la final, además, tuvo una ayuda divina. Allí estaba su abuela materna, ya fallecida, para echarle una mano. «Jugué el partido con la foto de mi abuela en el pantalón. Se llamaba Carolina, como yo. A ella le debo el nombre y muchas otras cosas. La quería muchísimo. Vivía con nosotros», concluye la reina europea del bádminton.
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