Diego Carcedo: "Ante el político, el periodista debe ser tan cínico como él"

El veterano reportero ha reunido en un libro una veintena de episodios personales vividos al filo del peligro.

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Juan Fernández

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En la época en la que el país miraba al exterior a través de una única ventana, una generación de telespectadores creció viendo y oyendo las crónicas sosegadas que Diego Carcedo (Cangas de Onís, Asturias, 1940) enviaba desde las delegaciones de Televisión Española en Lisboa y Nueva York entre 1978 y 1989. No es de extrañar que, como cuenta con cierta displicencia, en la calle sigan señalándole como "el corresponsal de la tele". "No puedo hacer ninguna fechoría amparado en el anonimato, me reconocen en seguida", masculla entre dientes.

Antes de ser corresponsal, el periodista que en los 90 llegó a dirigir Radio Nacional y los informativos de TVE, se había pateado el planeta de punta a cabo como enviado especial a frentes de guerra y cronista de 'Los reporteros', el espacio que mostró a la España que se sacudía el franquismo que lejos de nuestras fronteras había otros mundos y otros conflictos.

Oyó a las balas silbar sobre su cogote en Cisjordania, le encandilaron las llamas de la caída de Saigón, cruzó la frontera de Honduras apuntado por un rifle y recibió el abrazo de Idi Amín, el carnicero de África, a quien vio comer chuletas a pares con las manos. Ahora, una veintena de aquellas vivencias las ha reunido en el libro 'Sobrevivir al miedo' (Planeta). Pero no le llamen aventurero, que lo suyo es otra cosa.

–La guerra de Vietnam, la Uganda de Idi Amín, la Camboya de Pol Pot… Estas memorias son un canto al periodismo de aventura.

–Antes de nada, quisiera aclararle: ni este libro son mis memorias, porque mi vida no pienso contarla nunca, ni me he sentido identificado jamás con el periodismo de aventuras. Formé parte de una generación de reporteros, como Miguel de la Cuadra Salcedo, Vicente Romero y otros, en la que había mucho espíritu aventurero, pero yo nunca salí en busca de aventura, ni mucho menos a provocarla.

–¿Qué buscaba?

–Cumplir con la misión que me habían encomendado, que era ir a los sitios a contar lo que veía. Yo siempre fui un mandado, a mí me decían: "Diego, mañana te vas a Vietnam, o a Uganda, o al Sahara…", y yo iba y narraba lo que estaba pasando. Soy periodista, pero no he sido nunca un aventurero.

–Para no andar provocando la aventura, ha vivido situaciones que se le parecen bastante. ¿A quién se le ocurre desafiar a un guardia de aduanas corrupto que le apunta con un rifle en la frontera nicaragüense?

–Aquel día, yo ya venía caliente porque el tipo que me había guiado hasta la frontera había intentado asesinarme para robarme. Me encendí cuando vi que se entendía con el policía para extorsionarme, y les grité: "¡Por mis cojones, me largo de esta mierda de país ahora mismo!". Eché a andar por la aduana mientras el guardia me amenazaba a gritos con disparar, y según caminaba, iba diciéndome: me mata, me mata, me mata. Pero no lo hizo. Reconozco que aquello fue una insensatez por mi parte.

"Me preocupa la ceguera de las  empresas periodísticas que prescinden de los profesionales veteranos y creen que un becario podrá hacer el mismo trabajo"

–¿Como la de enfrentarse a un agente armado del Viet Cong en plena evacuación de Saigón?

–Otro que quiso extorsionarnos cuando abandonábamos el hotel. Yo por las buenas soy muy tranquilo, pero por las malas… Menos mal que me frenó Alaiz, un compañero que venía con el equipo de TVE, porque estuve a punto de darle con un florero que había por allí. Habría sido mi muerte segura.

–Idi Amín debía impresionar.

–Sí, aunque lo inquietante de aquel viaje fue cómo hicimos el reportaje. Teníamos pinchado el teléfono, no nos dejaban salir del hotel, las relaciones con las nativas estaban prohibidas y podían matarnos si nos veían con una mujer. Pero él me trató muy bien, incluso me dio su número de teléfono personal. También me pasó un recado para España. Me dijo: "Dígale al rey Franco que me mande un mapa del Sahara y le ayudaré a resolver su conflicto con Marruecos". Era el año 1974. 

–Se entiende que haya titulado su libro así: 'Sobrevivir al miedo'.

–El título llama a engaños. A la gente le impacta mucho el miedo físico, el que sientes cuando tu vida corre peligro. Yo lo conozco bien, pero le doy poca importancia, porque es momentáneo, existe mientras dura la amenaza y después solo te queda el temblor de piernas. Temo más a otros miedos, como al miedo al ridículo o a la propia conciencia.

–¿Cómo es el miedo a la propia conciencia?

–Es el peor de todos. A lo largo de mi vida he hecho cosas que no debí, y hay otras que sí hice y quizá no debía haber hecho. He sido director de varios organismos y hay personas a las que he hecho alguna que otra putada. Esto, a la larga, me dejó secuelas. Sé que hay colegas, y no colegas, que piensan que soy un cabrón. Y probablemente tengan razón, porque si hay algo que me ha enseñado la vida, es que todo el mundo, hasta nuestro mayor oponente, siempre tiene algo de razón. Y luego hay problemas de conciencia que no se borran nunca.

–¿Por ejemplo?

–En el libro relato uno. En 1970 me tocó cubrir el terremoto de Huaylas, que causó 80.000 muertos en Perú. Cuando nos marchábamos, con un pie ya en el helicóptero, una mujer se me acercó, me agarró del brazo y me dijo: "Tome, llévese a mi hijo". Sujetaba un bebé pequeño, me mostró sus pechos secos y sin leche, y me insistió: "Si se queda aquí, morirá". No podía llevármelo, así que subí al helicóptero y me marché con el equipo. Aquello me dejó marcado. Cuando pienso en qué habrá sido de aquel bebé, me pongo malo. Del cabrón que me amenazó con una pistola en Nicaragua ya me he olvidado, pero aquel bebé no se me va de la cabeza.

–¿Cómo se relaciona con sus fantasmas?

–Yo no diría que tengo fantasmas, pero hay vivencias que me han dejado secuelas. Desde que estuve en Vietnam, descanso mal y necesito pastillas para dormir. Al principio me despertaba dando saltos en la cama, gritando, con pesadillas. Aun hoy sufro situaciones parecidas. 

–Tras su etapa de reportero y corresponsal, se hizo periodista de despachos.

–Sin duda, fue la labor más ingrata y dura. Sobre todo, los dos años que fui director de informativos de Televisión Española, entre el 89 y el 90, porque tuve que afrontar problemas con compañeros y me tocó pelearme a diario con los políticos. Yo venía de Estados Unidos y me sorprendió que más de medio Telediario lo ocupaba la información política. Se me ocurrió decir que iba a reducirlo y se armó un revuelo.

–¿Por qué?

–Algunos políticos empezaron a protestar porque decían que ya no los iban a ver en sus pueblos. El político siempre quiere controlar los medios públicos, y en eso son todos iguales, me da igual el partido al que pertenezcan. Al principio son muy amables con el periodista, se hacen tus amigos, te intentan camelar, pero solo buscan que los saques, que hables bien de ellos y que pongas a parir a sus adversarios. Y no falla, son todos iguales.

–¿Qué debe hacer el periodista ante esa pulsión innata del político por controlarle?

–Ante el político, el periodista debe ser tan cínico como él. Ha de aprovecharse de su relación para sacarle todo lo que pueda y luego publicar lo que crea conveniente, guste a quien guste. Dar consejos no es lo mío, pero si tuviera que dar uno a un periodista joven, le diría: desconfía, siempre, pon en duda todo lo que te cuenten. Lo que nunca debes hacer es pagarle favores al político. Lo digo por experiencia, porque yo pagué alguno que otro y eso siempre da mal resultado.

–¿Cómo ve el periodismo de hoy?

–Me preocupa la ceguera de las grandes empresas periodísticas, que prescinden de los profesionales veteranos y creen que un becario que acaba de salir de la universidad, al que paga una miseria, podrá hacer el mismo trabajo. Eso nunca funciona. Y echo en falta más corresponsales internacionales. Justo cuando España tiene más presencia en el mundo, nos quedamos sin voces que expliquen lo que pasa ahí afuera.  

–Ya sabe, no hay dinero.

–Lo sé. La crisis ha hecho mucho daño y el cambio tecnológico también. Quizá habrá que renunciar a la noticia inmediata, que ya llega por las redes, y apostar por la investigación, el análisis y la opinión. Ahí sí hay futuro. Entre tantas fake news y tanto manipulador que se aprovecha de la tendencia humana a creer mentiras, el periodismo de hoy tiene el reto de despertar el interés de la gente por la información seria y veraz. No sé cómo lo hará, pero es su única salida. Lo logrará, soy optimista. 

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