Iniciativa desde prisión

Violines construidos con la madera de cayucos suenan en la Scala de Milán

Un preso sostiene un trozo de madera procedente de una barca en la que viajaban inmigrantes llegados a Lampedusa, parte del proyecto 'Violines del mar'

Un preso sostiene un trozo de madera procedente de una barca en la que viajaban inmigrantes llegados a Lampedusa, parte del proyecto 'Violines del mar' / Marco Bertorello / AFP

France Presse

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Dar una nueva voz a los que yacen en el fondo del Mediterráneo porque intentaron escapar de la guerra o el hambre: violines hechos con la madera de las barcas de los emigrantes de Lampedusa resonaron en La Scala de Milán, rindiendo homenaje a los que se ahogaron en el exilio. Estos "violines del mar" multicolores, todos ellos fabricados por con madera descolorida rescatada de sus embarcaciones improvisadas, perpetúan la memoria de los que murieron intentando llegar a este islote italiano frente a las costas de Túnez.

Rico en emociones, el concierto de la "Orquesta del Mar", que interpretó con brío obras de Bach y Vivaldi, fue aplaudido el lunes durante largos minutos por un público visiblemente encantado. En un hecho sin precedentes, dos reclusos de la cárcel de alta seguridad de Opera, cerca de Milán, autores intelectuales de los "violines del mar", presenciaron el concierto desde el 'palco reale', el prestigioso palco real reservado habitualmente a los dignatarios de Estado.

"Que nos inviten a La Scala por algo que hemos creado nosotros es mágico", se maravilló uno de ellos, Claudio, de 42 años, vestido con un impecable traje negro y camisa blanca. Condenado a cadena perpetua por doble homicidio, es uno de los cuatro aprendices de luthier de la prisión.

Bajo sus manos, la madera agrietada y empapada de gasóleo de las embarcaciones de los migrantes, destinada al desguace, se ha transformado en violines, violas y violonchelos, a la espera de que la "Orquesta del Mar", formada para la ocasión, les insufle nueva vida.

Violines que huelen a mar

"Damos voz a todo aquello que habitualmente es desechado: la madera despedazada de los barcos, los migrantes que huyen de la guerra y la miseria y son tratados como desechos y los presos a quienes no damos una segunda oportunidad", explica Arnoldo Mosca Mondadori, instigador del proyecto.

Como presidente de la fundación Casa del Espíritu y de las Artes aspira a que los "violines del mar" resuenen en otros teatros de Europa "para tocar el alma de la gente ante el drama de la pobreza". El Mediterráneo Central es la ruta migratoria más mortífera del mundo: en 2023 se registraron 2.498 muertes o desapariciones, un 75% más que el año anterior.

En un cercado de la prisión de Opera, las barcas destartaladas se amontonan sobre la maleza, en medio de un revoltijo de tablones de madera. A bordo de ellas iban recién nacidos como atestiguan un zapato de bebé blanco y rosa, un biberón, pañales o una diminuta camiseta verde recuperados de sus bodegas. Prendas de ropa petrificadas por la sal, botellas de agua vacías, bidones llenos de arena y cámaras de aire usados como chalecos salvavidas, abandonados antes del desembarco, evocan imágenes de migrantes hacinados en embarcaciones precarias azotadas por el mar.

"Sentimos el mar aquí, su olor es muy fuerte y te transporta muy lejos. Incluso en los instrumentos está todavía presente, pero es más ligera", explica Andrea, preso de 49 años, ocupado en desguazar los buques y elegir las maderas que pueden usarse para la confección de violines.

"Redención"

Con cara redonda y ojos risueños, Andrea también cumple una condena de por vida por doble homicidio. Para él, la profesión de lutier descubierta en la cárcel es una "redención". "En prisión, el tiempo no pasa. Pero aquí te sientes vivo y útil", asegura.

En el taller, una pequeña sala sombría con barrotes en las ventanas, Nicolae, un rumano de 41 años encarcelado desde 2013, corta un trozo de madera con la sierra y toma medidas antes de tallar minuciosamente la caja de resonancia. "Al construir violines, me siento como otro Nico, me siento renacer", dice este hombre barbudo.

Gubias, navajas, cinceles, sierras y cepillos están alineados en un tablero de herramientas fijado a una pared decorada con una cruz. Potencialmente pueden ser usadas como armas en el centro penitenciario, por lo que los guardias de seguridad hacen inventario después de cada jornada.

De pie frente al taller, el maestro lutier Enrico Allorto explica que ha recurrido a un método ancestral del siglo XVI que permite "curvar la madera en vez de vaciarla" y así mantener el barniz de los barcos. No son Stradivarius, reconoce. "Tienen un timbre más apagado, pero tienen su encanto y reproducen toda la gama de sonidos", explica.

Además, "generan emociones en los músicos que, a su vez, las transmiten al público".