Dos años de guerra en Ucrania

18 horas a bordo del 'Kyiv Express', el tren que une guerra y paz

El convoy sale de Varsovia y atraviesa Polonia hasta llegar a la capital de Ucrania con una puntualidad envidiable en Roma, Madrid o Berlín

Directo | Última hora de la invasión rusa de Ucrania

El 'Kyiv Express', en el andén de la estación de Kiev.

El 'Kyiv Express', en el andén de la estación de Kiev. / IRENE SAVIO

Irene Savio

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En Varsovia, Polonia, está Wschodnia, a la que se acude para ir a la capital de Ucrania en un tren. Wschodnia no es Centralna, la estación central de la ciudad, sino una pequeña estación que apenas tiene restaurantes y solo cuenta con servicios básicos. Pero desde aquí sale el Kyiv Express, que tampoco es un tren como cualquier otro. Y no solo porque tiene nombre de novela de Agatha Christie o de película inglesa de espías. También porque es el único ferrocarril directo que atraviesa Polonia hacia el este y entra, casi bordeando Bielorrusia, en Ucrania, hasta alcanzar Kiev. Pero esto, en Varsovia, parecen no saberlo ni los taxistas, que se pierden y no saben adónde ir cuando alguna viajera pregunta por la estación de la que el susodicho tren parte hacia los vecinos en guerra.

El viaje inicia con una llamada telefónica que, a centenares de kilómetros de distancia, confirma la sospecha de los misterios que rodean el Kyiv Express. "El billete de este tren sólo se puede comprar en la estación, cuando ya estén ahí, no antes", responde del otro lado de la línea telefónica una empleada, sin dar más explicaciones. Solo al llegar allí, delante de la taquilla, se resuelve la incógnita de si se ha obtenido el deseado billete para el "tren especial". Así es como aparece escrito en el único gran tablero electrónico de la estación.

Fueron unos líderes europeos del este de Europa (los primeros ministros de Polonia, República Checa y Eslovenia) quienes por primera vez pusieron —era marzo de 2022 y la invasión rusa de gran escala acababa de empezar—, el foco sobre la posibilidad de viajar desde Polonia en un tren directo hasta Ucrania. Se arriesgaron a viajar de esta manera ellos mismos, en lugar de hacerlo en coche por alguno de los varios cruces fronterizos de Ucrania, por ejemplo, con Polonia o Hungría, también muy usados desde el inicio de esta fase de la guerra ruso-ucraniana. En aquel momento, mientras miles de civiles ucranianos huían en dirección opuesta de las bombas rusas, los tres hicieron el viaje al revés; lo llamaron la "diplomacia de hierro" (Iron Diplomacy, en su más pomposa variante inglesa), un viaje que entonces sabía a gloria, ya que se trataba de mostrar al mundo intrepidez en el sostén europeo al país eslavo. Desde entonces, le siguieron muchos otros (Emmanuel Macron, Mario Draghi, Ursula von der Leyen, Olaf Scholtz...) y también, se dice, miles de diplomáticos y funcionarios internacionales que han ido usando estos trenes, siendo el Kyiv Express el más anhelado.

'Ukrzaliznytsia'

El tren, de hecho, es una de las joyas de la corona de Ukrzaliznytsia, o UZ como se la conoce por su acrónimo, a la compañía estatal de trenes de Ucrania fundada en 1991 (después de la independencia de Ucrania de la URSS). Gran orgullo de los ucranianos. No les falta razón. Además de ser una de las redes ferroviarias más grandes de Europa, hoy representa el 65% del tráfico de mercancías que transita por el país, con 10.000 empleados que han dejado su trabajo para ir al frente y más de 500 que han muerto en las hostilidades. Además de ello, aun estando en guerra, su casi siempre extrema puntualidad sorprendería a cualquier viajero o viajera habitual de trenes de Roma, Madrid o Berlín.

No obstante, a punto de entrar en el tercer año de conflicto total con Rusia, con la gente distraída por otras catástrofes globales, trenes de la guerra como el Kyiv Express pasan más desapercibidos que nunca incluso en estaciones como la de Wschodnia. Allí, donde a media tarde el gusano metálico hace aparición por el andén seleccionado y entonces una masa humana bien vestida y ordenada se enfila en la decena de vagones con calefacción. Los viajeros, algunos con acento extranjero, otros ucranianos, se instalan en compartimentos con literas, algunas plegables y cuya abertura hoy, cuando se escribe este reportaje, requiere la intervención de un señor de traje oscuro, semblante formal y ojos achinados que se ofrece a prestar su ayuda porque ya lo ha hecho "muchas veces". 

Un hombre consulta su teléfono móvil en un vagón del 'Kyiv Express'.

Un hombre consulta su teléfono móvil en un vagón del 'Kyiv Express'. / IRENE SAVIO

Delante de él, Olga, estudiante de Bucha —el municipio convertido en símbolo de la violencia de las tropas rusas, durante el asedio de Kiev de los primeros meses de la guerra del 2022— observa la escena. Después de lo vivido, ha podido pasar unos días en Italia para su cumpleaños gracias al regalo de su cuñada que, dice, se ha refugiado en el sur del país transalpino. Todo ello mientras Richie, un caniche de cinco años, se acomoda en su sitio, sin antes dejar de intentar robar una caricia, y el ucraniano Sergio ("Serguéi no, Sergio", insiste) se afana en chapurrear algo de español que, afirma, ha aprendido porque le gusta mucho la música latinoamericana y ha viajado a Argentina.

Clandestinos

Parte entonces el Kyiv Express, para su viaje de 18 horas hacia la capital ucraniana, mientras Sergio va contando que es un presentador de la televisión ucraniana, ahora desempleado, hasta que la conversación se desliza nuevamente hacia el interrogante de los billetes del tren. "El problema es que esos boletos son dificilísimos de encontrar porque existe un mercado clandestino de reventas. Hay gente que los compra y los revende a precios más altos o se los da a personas de ciertos círculos. Así lo compré yo", afirma Sergio, dejando a su interlocutora con la incógnita de qué valor pueda dar a esas elucubraciones, mientras la azafata se asoma por los cuartuchos del coche-cama porque ya es la hora de las tazas de té hirviendo.

La travesía prosigue y, cuando ya ha oscurecido, se llega al primer puesto de control, que es el polaco, al que le sigue el ucraniano, donde también una flota de agentes fronterizos suben a bordo para hacer el control de pasaportes. Las preguntas son pocas antes del sello en el documento. Todo muy rápido hasta la llegada en plena noche a un hangar en el que se han de cambiar las ruedas, ya que los raíles polacos son distintos a los ucranianos. "Prohibido hacer fotografías", se lee en un cartel allí donde, entre gruñidos metálicos y sonidos de grúas en movimiento, los adormecidos pasajeros esperan a que los trabajadores de Ukrzaliznytsia acaben con la operación.

Aunque es un procedimiento recurrente, es bastante arduo, ya que tardan varias horas y, aunque dentro del convoy ya hace bastante calor, en la oscuridad del exterior el frío hiela la sangre. Muchos duermen, pero el caniche Richie chilla, y algún pasajero se para a observar de reojo desde la ventanilla y luego intenta volver a conciliar el sueño, si bien en algún cuartucho cercano una conversación masculina se ha animado y la tarea parece ya imposible. Son casi las dos de la madrugada y faltan varias horas para llegar al destino, pero finalmente, en el silencio de la noche, el tren vuelve silenciosamente a arrancar. Le espera Kiev, esperan la nieve que ya ha empezado a caer y un aniversario que casi todos preferirían no tener que recordar.