Masacre de civiles en Ucrania

"Nos decían que somos todos unos nazis": la matanza de las tropas rusas en Bucha

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Crónica del horror en Bucha

Los supervivientes aseguran que las fuerzas ocupantes se entregaron a una orgía de ejecuciones, desapariciones y otros actos criminales

Ricardo Mir de Francia

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Los cuerpos ya no yacen en la calle como ropa vieja vapuleada por el viento, pero el silencio es tan espeso que encoge el alma. Los niños no gritan y los ancianos se arrastran con ojos vidriosos. Están todos aturdidos, incapaces de creerse lo que ha pasado en este pueblo grande de gente sencilla al oeste de Kiev, donde los vecinos plantan flores y repollos en sus terrenitos y los perros no muerden. Durante casi un mes, los tanques rusos aparcaron en sus jardines y los patios de sus bloques de apartamentos. “Venimos a por Zelinski y a por Kiev. No queremos ocupar Ucrania ni hacerle nada a los civiles”, asegura Maxim que le dijeron los militares apostados en su barrio. Pero muy pronto esas promesas se evaporaron y Bucha se convirtió en el escenario macabro de una carnicería contra la población civil. La mayor hasta la fecha de esta guerra en Ucrania.

Las grandes matanzas en los contextos bélicos raramente son gratuitas. Se mata a “una raza inferior”, se mata a los “traidores de la patria” o se mata a los “infieles” de la religión de turno. Cuanto más cruel es el cuchillo, más se ha deshumanizado al enemigo. Y, en Bucha, los soldados rusos no fueron buscando a personas, sino a “nazis y fascistas”, según el testimonio reiterado de los supervivientes, la narrativa que ha propagado Vladímir Putin, quien envió a sus tropas a Ucrania con la intención confesa de “desnazificar” el país, un país que tiene nada menos que a un judío como presidente

“Yo les dije que aquí no había nazis”, cuenta Abramova Iryna, una mujer de 48 años frente a las ruinas de su casa. “Me dijeron que es culpa nuestra tener un Gobierno así y que tenían que matarnos a todos. Mi casa estaba ardiendo, le habían prendido fuego”. Acto seguido sacaron a su marido al jardín. Lo pusieron de rodillas. Le quitaron la camiseta y le pegaron un tiro en la nuca delante de ella. “Les dije que me mataran a mí también porque mi marido es lo único que tenía. El soldado me apuntó tres veces a la cabeza y entonces me dijo que ellos no matan a mujeres”, dice ahora antes de echarse a llorar.

El tormento en Bucha había comenzado el 27 de febrero, cuando decenas de tanques del Kremlin entraron en la ciudad. No se quedaron demasiado porque un ataque ucraniano con drones les obligó a retroceder, convirtiendo sus calles en un gran cementerio de armamento pesado. Pero no fue la última palabra rusa. Días después, sus fuerzas lograron desplazar al ejército ucraniano hasta Irpin, convertida desde entonces en el frente de batalla, y pasaron a ocupar Bucha desde el 3 de marzo. “Durante las dos primeras semanas la mayoría de soldados eran gente joven y nos trataron decentemente”, recuerda Tatiana, un ama de casa que ronda la cincuentena. “Pero luego empezaron a llegar militares más mayores muy bien pertrechados y fue ahí cuando empezó la masacre”. El rumor en el pueblo es que eran del FSB, la agencia de seguridad sucesora de la KGB

De la ocupación a la masacre

Desde el principio se confiscaron los teléfonos y se interrogó a la gente mientras las tropas se entregaron al pillaje, según los vecinos. Buscaban expresamente a “nazis”, ultraderechistas del Right Sector, veteranos de la guerra del Donbás y a cualquier ucraniano con el menor indicio de ser nacionalista. Alguna gente desapareció. Otros fueron torturados. Y cientos de civiles empezaron a caer porque como todos repiten en Bucha allí no quedaba un solo militar ucraniano. Ejecutados de un tiro en la cabeza, abatidos por los francotiradores o fusilados frente a una tapia. 

“Yo vi personalmente como mataban a diez personas, generalmente por la mañana, cuando la gente iba a coger leña o agua”, dice Maxim, un diseñador de páginas web de 34 años. “Normalmente ejecutados con un tiro en la cabeza, aunque también vi a una vecina que estaba hablando por teléfono cuando la mató un francotirador”. Maxim dice que el terror ha sido difícil de soportar. 56 personas se quedaron atrapadas en su bloque de apartamentos sin poder huir de la ciudad. Y lo sabe con tanta exactitud porque los soldados ocupantes les exigieron un listado con los nombres y detalles de todas las personas del bloque. 

Muchos de ellos, sobre todo los hombres, a los que se prohibía ir a por agua o cortar leña, pasaron buena parte de los días encerrados en sus apartamentos o en los sótanos de los bloques, auténticas madrigueras sucias, oscuras, húmedas y heladas. “No sabíamos que querían hacer con nosotros y además estábamos sin agua sin comida o sin calefacción. Solo confiábamos en que Dios nos salvara”, afirma ahora. Las explosiones de la artillería raramente cesaban, como mucho un par de horas por la noche, según los vecinos. “Una mujer murió en el refugio. Su marido salió llorando: ‘mi mujer ha muerto’. Es posible que se congelara porque aquí, incluso en marzo, puede hacer hasta 15 grados bajo cero”, añade Maxim. 

Soldados borrachos

Junto a los francotiradores, los soldados más salvajes habrían sido los que se emborrachaban con el pillaje de los comercios y las casas. “Hay rumores en esta zona de que se llevaron a algunas chicas jóvenes, las violaron y las mataron. Los últimos días antes de marcharse, simplemente se dedicaron a matar a la gente local. Los francotiradores, pero también soldados que se emborrachaban e iban por la calle disparando”, asegura Sergei, un pensionista de 57 años. 

La matanza fue tal –410 muertos han contabilizado hasta ahora las autoridades ucranianas—que los últimos días los cuerpos se sucedían en las calles, como documentaron los primeros fotógrafos que entraron en la ciudad tras la retirada rusa del 31 de marzo. “Para andar por la calle, al salir a por agua, tenías que saltar sobre los cadáveres”, afirma Tatiana con el terror todavía tatuado en el rostro. 

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