Guerra en Oriente Próximo
Tras tres meses de devastación en Gaza, Israel sigue lejos de alcanzar sus objetivos
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Ricardo Mir de Francia
Periodista
Especialista en política internacional y reportero. Fue corresponsal en Washington durante una década, donde cubrió las presidencias de Obama, Trump y los inicios de Biden. Antes estuvo otros seis años en Oriente Medio. Licenciado en Periodismo por la Pompeu Fabra y con estudios de posgrado en Derecho Internacional, se ocupa actualmente de la guerra en Ucrania. Interesado también en temas de investigación, geopolítica de la energía, cambio climático y economía.
El pasado 7 de octubre Israel no solo vivió la jornada más cruenta en sus 75 años de historia, con 1.149 personas asesinadas a sangre fría y otras 240 raptadas como rehenes en Gaza. Aquel Sábado Negro se esfumó también su aura de invencibilidad, mientras la olvidada causa palestina volvía a ocupar el centro de la agenda internacional. Hamás había ganado la batalla, pero no la guerra para recuperar los pisoteados derechos palestinos. No en vano, la tragedia aportó nuevas oportunidades para el Estado judío. Las simpatías hacia Israel se dispararon en todo el mundo. Su fractura política interna se cerró temporalmente de un plumazo. Y el nuevo clima internacional le dio la oportunidad de dejar de "gestionar el conflicto" en Gaza para tratar de finiquitarlo "destruyendo a Hamás" e imponiendo un "nuevo marco de seguridad" en el torturado enclave palestino.
Tres meses después del inicio de la devastadora contienda, Israel sigue sin embargo muy lejos de alcanzar sus objetivos. Y eso que nunca antes ha actuado con tanta fuerza bruta contra un enemigo atrapado y sin escapatoria posible. De "segar el césped" periódicamente en la Franja, ha pasado a arrancarlo indiscriminadamente. Solo en los dos primeros meses de su campaña militar lanzó 29.000 bombas sobre Gaza, según la inteligencia de Estados Unidos, casi ocho veces más de las que el país norteamericano lanzó en los seis años centrales de su guerra en Irak. ¿El propósito aparente? Hacer del enclave un lugar inhabitable. La devastación de infraestructuras civiles no tiene precedentes, como tampoco la matanza de inocentes o el hambre y la enfermedad que ha impuesto en Gaza. Dos millones de personas han sido forzosamente desplazadas. Y hay miles de niños muertos entre las más de 22.000 víctimas palestinas, además de 55.000 heridos. De esa cifra de bajas, solo 8.000 serían "terroristas", según los portavoces israelíes.
Nada de eso ha servido para que la guerra tenga fecha de caducidad. Los objetivos marcados por Israel siguen lejos del alcance de sus militares, como ha reconocido implícitamente Binyamín Netanyahu. "Lograr la victoria requiere más tiempo. Cómo dijo esta semana el jefe del Estado Mayor: la guerra continuará durante muchos meses", afirmó el primer ministro la víspera de Nochevieja. En Gaza siguen unos 129 rehenes, después de que otros 105 fueran liberados en intercambios de prisioneros y 18 murieran durante el cautiverio, casi todos víctimas del 'fuego amigo' israelí. Netanyahu ha dado prioridad a la venganza sobre el rescate de los rehenes. Sus familias están furiosas.
Estructura militar de Hamás
Tampoco la capacidad militar de Hamás parece excesivamente diezmada. De un mínimo de 26 batallones con los que contaba antes del inicio de la contienda, cada uno con un número de combatientes que oscilaría entre los 400 y los 1.000 efectivos, solo tres han sido destruidos, según el Instituto para el Estudio de la Guerra, un centro de análisis respetado y bien informado. Otros "cuatro o cinco" han sido "degradados", lo que significa que han perdido parte de su músculo militar, aunque siguen luchando, ya sea de forma independiente o fusionados con otras unidades.
La facciones palestinas no han perdido siquiera su capacidad para lanzar cohetes. Solo en Nochevieja lanzaron una treintena de proyectiles sobre el sur y el centro de Israel, una ráfaga más de los 12.000 que, según las autoridades hebreas, han disparado desde el 7 de octubre. Quince israelíes han muerto como consecuencia de las explosiones.
Lo más paradójico de todo es que el liderazgo del Movimiento de Resistencia Islámico no ha pagado por los crímenes del 7 de octubre, a diferencia de la población civil de Gaza, castigada con un sinfín de violaciones de las leyes de la guerra. Esta misma semana un bombardeo con drones en Líbano mató al número dos de su buró político, Saleh Al Arouri, encargado de coordinar las actividades de la organización fuera de la Franja de Gaza. Pero fue el primero y único de sus peces gordos en caer hasta la fecha, por más que el Mossad haya prometido darles caza allá donde estén. En Gaza siguen todos vivos. Desde Yahya Sinwar a toda la cúpula del brazo militar, desde Mohamed Deif y Marwan Issa a sus lugartenientes Raad Saad y Rafea Salama.
Restaurar el poder de disuasión
El poder de disuasión de Israel tampoco ha sido restaurado, otro de los objetivos esenciales de su campaña. "De otro modo, no podemos vivir en Oriente Próximo", dijo esta semana su ministro de Defensa, Yoav Gallant. Hizbulá sigue sin sumarse plenamente a la guerra, pero no ha dejado de hostigar un solo día desde el Líbano. Y, entre medio, los rebeldes hutíes incordian desde Yemen, un actor nuevo entre la panoplia de enemigos del Estado judío. Paralelamente el espíritu de resistencia a la ocupación de los palestinos, una ocupación que ha superado el medio siglo, se mantiene vivo. La población de Gaza se resiste a cooperar contra Hamás y en Cisjordania su popularidad se ha triplicado desde el 7 de octubre.
Lejos del campo de batalla, la derrota estratégica del Estado judío es todavía más aparente. El proceso de normalización de relaciones con Arabia Saudí que estaba a punto de culminar antes de la guerra, lo que hubiera significado en la práctica la paz con el mundo árabe suní, ha quedado suspendido sine die. Un 96% de la población saudí dice ahora estar en contra de la normalización, según una encuesta del Washington Institute for Near East Policy. Y las simpatías hacia Israel entre la opinión pública mundial se están desplomando, como demuestran las manifestaciones masivas en Londres, Washington o algunas capitales del Sur Global. La percepción de Estado canalla que opera al margen de la ley se impone a marchas forzadas. Sudáfrica ha acusado formalmente a Israel de genocidio en los tribunales internacionales.
Todos estos factores conducen a una conclusión: Israel está perdiendo la guerra, por más que esté imponiendo su ley en el campo de batalla. Particularmente si se tiene en cuenta el viejo aforismo del fallecido Henry Kissinger: "Un ejército convencional pierde cuando no gana, mientras que una guerrilla gana cuando no pierde".
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