"No hay otra alternativa"

La trinchera del pacifismo en Oriente Próximo: grupos de amigos de judíos y árabes mantienen los lazos en ciudades 'mixtas' a pesar de la guerra

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Palestinos abrazándose después de un ataque del ejército israelí en Raffah.

Palestinos abrazándose después de un ataque del ejército israelí en Raffah. / AFP

Andrea López-Tomàs

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En todo Israel, hay un runrún molesto que muchos prefieren ignorar. Ese ruido, penetrante, presente, discreto, se hace más fuerte en alguna de sus ciudades mixtas, en aquellas donde conviven judíos y palestinos que nunca abandonaron su tierra. Ambos son ciudadanos del Estado de Israel. Ambos saben que ese susurro debe convertirse en grito pronto. Ven su más trágica prueba en el 7 de octubre, cuando Hamás irrumpió en las comunidades fronterizas del sur de Israel, matando a 1.200 personas, y el Ejército hebreo respondió con su guerra más feroz contra Gaza, que ya ha arrasado con más de 20.000 vidas. También el día más negro de su país es aquel en el que sus lazos se reforzaron. De ahora en adelante, tienen claro que no queda otra alternativa que la paz, la convivencia y una tierra compartida. Así lo potencian a través de diferentes iniciativas de solidaridad entre judíos y palestinos que van sumando nuevos adeptos. El runrún se va convirtiendo en discurso preparado para el diálogo.

Hace más de una década que el periodista israelí Meron Rapaport creó el movimiento político ‘Una Tierra para Todos’ a partir de una serie de encuentros con el activista palestino Awni al Mashni, del campo de refugiados de Dheisheh en Belén. “Ahora nuestras ideas son cada vez más escuchadas”, reconoce a EL PERIÓDICO. “Para ambos pueblos, el judío y el palestino, toda esta tierra es su patria, por lo tanto, no es un conflicto sobre fronteras, es un conflicto entre dos pueblos que viven en la misma tierra”, explica Rapaport. En los últimos diez años, han consagrado una fuerte base de apoyos que integra a ambos pueblos, venidos de todos los rincones de Israel e, incluso, la Cisjordania ocupada aunque con especial popularidad en las ciudades mixtas de Israel. Todos ellos consideran que “la base de cualquier solución debería ser el reconocimiento del derecho de cada uno de estos pueblos a vivir en esta tierra y su apego a ella”, dice.

Aunque en el espectáculo de odio, confrontación y venganza que desató el 7 de octubre haya poco lugar para la discusión, desde ‘Una Tierra para Todos’, siguen defendiendo la creación de “dos estados, pero con una estrecha conexión entre ellos en una confederación de acuerdo a las fronteras de 1967”, defiende Rapoport. En las últimas semanas, este incómodo movimiento político ha tenido que limitar sus acciones públicas y refugiarse en la privacidad, dando charlas en Zoom, propiciando encuentros en la intimidad entre sus miembros palestinos e israelís y gente de ambas sociedades, y llevando sus propuestas a embajadores y diplomáticos. “En la primera reunión, tres días después del 7 de octubre, hubo un fuerte sentimiento de que no hay otra alternativa que vivir juntos y que esta violencia no es una respuesta y no se puede encontrar una solución por la fuerza”, rememora el periodista israelí.

Último bastión

También lo vieron así desde el movimiento ‘De Pie Juntos’ (Standing Together). Durante las protestas contra la reforma judicial del gobierno derechista, eran de los pocos que aprovechaban para también denunciar la ocupación militar de Cisjordania. “Lo que pasó el 7 de octubre ejemplificó en la forma más cruel y más terrible posible cuál es el precio de la política de manejar el conflicto y desentenderse del problema palestino como problema central”, denuncia Dani Filc, activista y profesor de la Universidad Ben Gurion del Negev. El primer ministro de Israel, Binyamín Netanyahu, ya ha escenificado repetidas veces su intención de prolongar la guerra con el interés no tan oculto de evitar la depuración de responsabilidades que vendría a su final. 

La sociedad israelí, aún en shock, no parece dispuesta a ejercer la autocrítica. Por eso, estos movimientos, nacidos del seno de la convivencia en las ciudades mixtas israelís, suponen el último bastión del pacifismo en esta disputada tierra. “A nivel logístico, es casi imposible que palestinos [de la Cisjordania ocupada] e israelís se encuentren, y ambas sociedades, sobretodo la israelí, están llenas de odio, de llamados a la venganza”, reconoce Rapaport. “Sin duda, es un momento muy sombrío y difícil para cualquiera que crea en la colaboración y la paz, hay muy poco espacio y tolerancia para este tipo de ideas”, añade el cofundador de ‘Una Tierra para Todos’. 

"Más necesario que nunca"

Este momento excepcional que se vive a ambos lados de la Línea Verde, –aunque en la Cisjordania ocupada ya sumaban meses de violencia y desposesión antes del 7 de octubre–, ha hecho que cada uno se reafirme más en su posición. “Un movimiento como el nuestro, que une a palestinos e israelís, es más necesario que nunca y ahora, se ha dado la posibilidad de llegar a gente a la que todavía no habíamos podido llegar en el pasado, le ha dado al movimiento una repercusión que no tenía”, celebra Filc. Esas personas, que se atreven a salir del rebaño y hablar de convivencia con aquellos que han matado a los suyos, son aún una minoría. “Durante muchos años, la mayor parte de la sociedad judía israelí pensó que es posible gestionar de alguna manera el conflicto, domesticarlo, reducirlo, no resolverlo, simplemente vivir con él”, señala Rapoport. 

“Lo que ocurrió el 7 de octubre fue un duro golpe a esta concepción de que podemos vivir al lado del conflicto y no resolverlo, pero, desafortunadamente, muchos israelíes se han ido al otro extremo y afirman que si no podemos vivir con el conflicto, debemos resolverlo de manera radical y violenta”, explica el periodista, en referencia a los múltiples llamados a la masacre y la limpieza étnica de ciudadanos y políticos israelís. Durante las primeras semanas de guerra, hubo una prohibición expresa de manifestarse en su contra en el Estado de Israel. Ahora, aunque poco concurridas, ya empieza a haber protestas pidiendo un alto el fuego definitivo entre sectores izquierdistas (y valientes) de la sociedad israelí. La de Haifa, ciudad mixta por excelencia con un 20% de población palestina, fue la más masiva. 

Para que estos murmullos se conviertan en gritos, Filc subraya la necesidad del “cambio político”, de que las propuestas de estos movimientos de solidaridad “se traduzcan en términos de políticas hacia dentro”. Aunque avanzan convencidos bajo la incógnita de “si no es ahora, ¿cuándo?”, el optimismo no desborda sus discursos. Rapaport se aferra a la Historia. “El final de conflictos de largo recorrido como este han ocurrido en la Historia, especialmente basando la solución no en el equilibrio de poder, sino en la igualdad de derechos para todos”, concluye. Sin duda, sus voces ya son la base de un cambio que, sin saberlo, ambas sociedades piden a gritos. De él, depende su propia supervivencia.

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