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Un vendedor ambulante en Estambul

Un vendedor ambulante en Estambul / Adrià Rocha Cutiller

Adrià Rocha Cutiller

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Pocas mañanas no ocurre: el sol empieza a despuntar por el horizonte —o, en estas épocas del año, las nubes y el gris en el cielo— y los gritos resuenan por las calles. 

Da igual si es entre semana o no, los gritadores no son jóvenes a los que el día les ha sorprendido a media borrachera, o parejas tirándose los trastos por encima. Los gritos, a modo de despertador, provienen de otra fuente: “¡Simit! ¡Simit! ¡Está recién hecho! ¡Simit de esta mañana! ¡Compren, compren!”, grita Husein cada mañana, como un reloj que marca orgulloso siempre la hora correcta. Husein vende simit, una rosquilla de pan con semillas de sésamo tradicional de Turquía, país donde las tiendas, en muchos casos, son ambulantes. 

La presencia de estos vendedores por las calles es una religión en Estambul, la gran ciudad turca, y los hay de todo tipo. Entre ellos, además, hay códigos. Un vendedor de rosquillas sale a vender temprano por la mañana, el chatarrero —que compra artilugios inútiles en casa o antiguallas— pasa un rato después; al mediodía, el verdulero, con su camión descapotado lleno de color. 

Su llegada siempre pone problemas: el tráfico de esta ciudad de 17 millones nunca agradece la presencia de un camión parado en medio de la calle con los vecinos del lugar rodeándolo para comprar verdura fresca. 

Después, a media tarde, el chatarrero se pasea de nuevo, y a veces, menos asiduo, aparece el vendedor de ajos. No es hasta la noche —y solo en invierno— cuando aparece la estrella del día: el vendedor de boza, una bebida de trigo fermentado de baja graduación alcohólica que se hizo popular durante el imperio Otomano por ser la única bebida con alcohol que por aquel entonces era legal. 

Creación literaria

Con la legalización del alcohol en Turquía tras el fin del imperio Otomano, la boza perdió parte de su popularidad en el país anatolio, empujada hacia el final de la despensa por otras bebidas más modernas, como el raki, el alcohol nacional turco, hecho a base de anís. Pero en 2014, Mevlut apareció en escena. 

Mevlut, el personaje principal de la novela ‘Una sensación extraña’ del premio Nobel de Literatura turco Orhan Pamuk, es vendedor de boza, y con él y esta bebida histórica, Pamuk recorre la historia reciente de Estambul a través de sus vendedores ambulantes y gentes que viven en las calles de la gran metrópoli turca, para los que esta novela se convierte en una oda.

“Para esta obra, leer no me sirvió de mucho. Pero sí hablar con la gente, con una grabadora. Lo hice constantemente”, explicó Pamuk cuando la publicación de su novela, en 2014: “Los vendedores de boza siguen por Estambul, y yo iba a comprarles boza para empezar una conversación. Les explicaba que estaba trabajando en un libro, y que si querían hablar. Muchos querían”.

“Me invitaron a sus casas, con sus mujeres, y así pude explicar las historias de todos aquellos que emigraron de sus pueblos sin nada hacia una nueva vida en Estambul. Hablé con camareros, con hombres que venden pollo y arroz, castañas asadas, muslos rellenos, riñón frito [todo, comida callejera turca]. Con todos”, continuaba el premio Nobel.

Una vida entera

Husein, mientras tanto, sigue con su bozarrón, despertando a los vecinos del lugar. “Llevo toda la vida haciendo esto, y conozco a todas las personas del barrio”, explica Husein, que recorre cada mañana los barrios de la orilla asiática de Estambul. 

"A veces hay alguna sorpresa, pero por lo general siempre sé qué personas me van a comprar, y siempre son las mismas. Así que cuando me acerco, voy gritando cada vez más fuerte, así ya están avisados de que voy para allá”, continua Husein, cuyos gritos anunciando simit retumban entre los edificios como óperas a las rosquillas. 

En las calles, sin embargo, no todo es comida, aunque los alimentos se llevan la mayor parte, sobre todo si son para calmar el hambre de forma rápida e insegura. También pasarán limpiadores de alfombras y compradores de muebles de segunda mano, que luego son revendidos en mercadillos de la ciudad.

La tradición, sin embargo, muere: a medida que Estambul ha ido mutando y se ha ido reconstruyendo, la ciudad ha adoptado la forma de nuevos barrios de grandes y altos edificios de viviendas, donde los gritos de los vendedores, allá abajo, a ras de suelo, en la calle, ya no retumban como antes. Los oficios milenarios de Husein o Mevlut pronto serán solo historias y novelas del pasado.

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