MOVIMIENTO MIGRATORIO EN EL PAÍS ASIÁTICO

El combustible humano fungible de China

Un grupo de obreros almuerza en la ciudad china de Tongzhou.

Un grupo de obreros almuerza en la ciudad china de Tongzhou. / periodico

Adrián Foncillas

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"Me enorgullece trabajar aquí, esto simboliza el auge de China", explica Zhang Xinghe mientras finiquita unos fideos instantáneos sentado sobre el bordillo. Tiene la piel quemada por el sol, los dedos deformados y las botas agujereadas. Zhang, de 54 años, epitomiza a los mingong emigrantes de las provincias rurales del interior empleados en la rutilante costa oriental. Sonríe entre dientes cuando le pregunto si regresará cuando hayan acabado la tarea. Es dudoso que a los funcionarios que pronto ocuparán las oficinas les agrade ver a tipos como él en este ecosistema refinado. 

En la nueva zona de Tongzhou, un distrito al sur de Pekín, se ultiman las obras. Solo algunas excavadoras, hormigoneras y cuadrillas en camionetas mitigan el vacío de sus avenidas. Es una mañana dominical despejada que rompe su sosiego al mediodía. Cientos de trabajadores llegados de todas direcciones se juntan en una confluencia cualquiera y se arremolinan frente a los carros con comida preprada, chucherías, tabaco o bebidas. Comen sobre el asfalto, comentan la jornada y ríen en un caótico y sano atentado contra la inane solemnidad del lugar. 

Los mingong son el combustible necesario para los proyectos urbanísticos y también el elemento más débil. Las ciudades han creado millones de puestos de trabajo para campesinos que de otra forma estarían desempleados o malviviendo de las cosechas. Sufren salarios bajos y horarios largos con un humor admirable. Los contrastes son ubicuos y dolorosos: los urbanitas que vacían sus tarjetas de crédito en las tiendas y restaurantes más elitistas frente a los mingong que trabajan a destajo, devoran arroz con algún vegetal y duermen hacinados en cuartuchos a miles de kilómetros de la familia que solo verán en Año Nuevo. No quedará ninguno cuando las autoridades corten la cinta roja.

Zhang gana 200 yuanes (25 euros) por jornada y descansa dos días al mes, explica con su cerrado acento de la provincia de Henan. Son 5.600 yuanes al mes (708 euros), casi el triple de lo que conseguía plantando cacahuetes.

Crueldad

Un incendio con 18 muertos en el arrabal pequinés de Xinjian provocó en noviembre pasado la expulsión de más de 20.000 mingong. Las autoridades alegaron la peligrosidad de las infraviviendas, dieron un día a sus moradores para largarse durante el crudo invierno y enviaron las excavadoras. La crueldad fue excesiva incluso para gente acostumbrada a la vida áspera y sacudió la conciencia de la mimada clase media. La injusticia era flagrante: Pekín se desembarazaba de los que habían contribuido a levantarla. La mayoría eran "inmigrantes de baja calidad" e ilegales.

China ha limitado los flujos masivos con el hukou, el registro administrativo que ata a la población a su lugar de origen. Solo ahí disfrutarán de derechos como la sanidad o la educación. El sistema impidió el trasvase incontrolado pero también creó una segunda clase de ciudadanos. Los tiempos más crudos han quedado atrás. El Gobierno defiende una política social y garantista con énfasis en los desfavorecidos, muchas ciudades han relajado el hukou y las leyes laborales han fomentado la conciencia de los trabajadores por sus derechos. 

Zhong Fenji necesita dos horas para llegar en autobús hasta aquí desde su dormitorio comunitario en la zona vieja de Tongzhou, mientras los oficinistas se plantarán en Pekín en la mitad de tiempo subidos al tren bala. No parece preocuparle mucho la apreciación. Enumera sus destinos en los últimos años: el Parque Mundial, el aeropuerto internacional de Pekín... "Aquí siempre hay algo que construir", zanja antes de excusarse con una sonrisa por el final de la pausa para el almuerzo. 

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