el personaje de la semana

Kim Jong-un, otra borrachera de poder

El dictador de Corea del Norte entra en el 2014 con un redoble de amenazas a Occidente y acumulando fechorías contra sus castigados súbditos. Sus desmanes tienen tintes cómicos, si no fuera que las consecuencias suelen ser trágicas: la ejecución de su tío,

Kim Jong-un.

Kim Jong-un.

ARIÁN FONCILLAS

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Quizá el mayor acontecimiento político en Corea del Norte de los últimos años no naciera en pugnas de palacio ni en discusiones doctrinales sobre la velocidad de la apertura económica, asuntos que mantienen entretenido al gremio de norcoreólogos. Quizá fuera una cogorza. Kim Jong-un, el líder norcoreano, estaba «muy borracho» cuando en noviembre ordenó ejecutar a los gerifaltes Ri Yong-ha y Jang Soo-kil. El diario japonés Yomiuri Shimbun asegura que Kim Jong-un montó en cólera cuando ambos le contestaron que debían consultar su orden de traspasar la gestión de una empresa a manos militares «con el director Jang». El director Jang era Jang Song-thaek: tío del tirano, tutor y número dos del régimen.

Es una hipótesis porque la prensa, los servicios de espionaje y los expertos sobre el país eremita no saben más hoy que 50 años atrás sobre las cocinas del poder. Del resto hay menos dudas. Jang fue expulsado de una reunión del Bureau Político del Comité Central Partido de los Trabajadores y ejecutado tras un juicio sumarísimo por crear una facción contrarrevolucionaria en los márgenes del partido. Se le acusó también de una vida depravada y capitalista con abuso de drogas, mujeres y -paradojas, si nos creemos al diario japonés- de alcohol.

La mayor purga

Su caída ha precipitado la mayor purga que se recuerda en un país que las colecciona. Hasta ocho allegados a Jang han sido encarcelados o ajusticiados mientras sus familiares y amigos han sido detenidos en cumplimiento de la justicia norcoreana de responsabilidad compartida. Ni su abuelo y fundador del país, Kim Il Sung, ni su padre, Kim Jong Il, llegaron tan lejos. Cuatro de los siete altos dirigentes que acompañaron el féretro de su padre ya han desaparecido. Antes de su tío había pasado por el paredón su exnovia Hyon Song-wol, una célebre cantante.

La llegada al poder de Kim Jong-un tras la muerte de su padre en diciembre del 2011 puso en aprietos a la prensa internacional. Nunca una biografía de un líder fue tan escueta. Ni siquiera hoy se sabe en qué momento entre 1982 y 1984 nació. De Kim Jong-un solo circulaba una foto de cuando tenía 11 años, tozudamente repetida, que mostraba a un querubín afilado pero con incipientes mofletes. Apenas un par de retales prestados por el antiguo chef de palacio y los excompañeros del colegio suizo donde estudió. El primero decía que era una fotocopia de su padre; los segundos, que era un chaval tímido que se transformaba en la cancha de baloncesto y que admiraba tanto a Michael Jordan como a Eric Clapton. Y últimamente Dennis Rodman es una valiosa fuente de información: el inefable expívot de los Chicago Bulls, un colega del tirano tras varias visitas a Pyongyang, ha revelado que tiene una hija y disfruta de «una vida de siete estrellas» en una isla privada al estilo de Hawái con las mujeres y el alcohol más selectos.

El tercer hijo de Kim Jong-il se impuso en la carrera sucesoria por descarte: el mediano era considerado por su padre «demasiado afeminado» para lidiar con la extensa nómina de enemigos del país y el mayor desperdició su ventaja cuando fue detenido en Japón con un pasaporte falso de camino a Disneylandia. Su aprendizaje fue necesariamente rápido. En pocos días fue nombrado comandante supremo del Ejército, jefe del Partido de los Trabajadores de Corea del Norte y del Comité Central. Las crónicas de entonces soñaban con un Mijail Gorbachov o Deng Xiaoping que quitara al país su condición de paria global después de que sus antepasados lo hubieran mantenido hermético, embarcados en una carrera armamentística demencial que condenó a los norcoreanos a la represión, la pobreza y el hambre.

Los indicios se acumulaban: incluyó a economistas en el Gobierno, aseguró que la prioridad era mejorar las condiciones de vida del pueblo en contraposición al tradicional songun (lo militar es lo primero) y permitió la apertura más flexible de los mercados privados.

Las formas eran una farsa

También en las formas. Presentó a su esposa, levantó la prohibición para las mujeres de llevar zapatos de plataforma, falda o pendientes en público, estimuló la apertura de cafeterías, hamburgueserías y pizzerías y acudió a una gala televisiva donde desfilaron Mickey Mouse y Pluto, se emitieron imágenes de Rocky y se escuchó a Sinatra. Su biografía no se ha embellecido con las leyendas inverosímiles al uso y cultiva una imagen más cercana a las de los líderes occidentales.

Pero el examen de su gobierno revela un ritmo de desmanes superior al de su padre: en dos años ha lanzado dos misiles de largo alcance y practicado un ensayo nuclear. Sus amenazas de aniquilación global son más fragorosas, sigue alejado de la mesa internacional de negociaciones y colecciona condenas de la ONU. Se distancia de sus predecesores en la exposición pública de un régimen que escondía sus vergüenzas bajo la alfombra: a la purga de Jang solo le faltó la emisión en directo del fusilamiento.

Algunos analistas esperaban tres años atrás una actitud razonable de quien vivió en Europa. Otros vaticinaban un rumbo fijo porque su padre no le habría elegido si careciera del ADN de dictador. Acertaron.