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"A vueltas con la carta 'Los verdaderos culpables del fracaso de Illa'"

Salvador Illa.

Salvador Illa. / Ferran Nadeu

Jordi Querol

Señor Gil: En primer lugar le doy las gracias por seguirme tan de cerca en esta sección y considerarme un hombre afortunado, y también quisiera aclararle algunas cosas para poder ayudarle a salir de sus confusiones.

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En mi carta titulada 'Los verdaderos culpables del fracaso de Illa' yo nunca hablé de los jóvenes catalanes en general, simplemente me refería a una porción de ellos; dije textualmente: «ese montón de jóvenes catalanes» Cuando usted relata mi obsesión con Illa confunde del todo el espíritu de mi carta: yo no estoy obsesionado con nadie ni con nada, y menos con el señor Illa; simplemente abogo y abogaba en su favor porque creo y creía que, de entre todos los políticos que se presentaron el 14-F, él —el ganador en votos-- era el que mejor podía ayudar a Catalunya a salir de ese pozo negro en el cual está enterrada desde hace diez años.

Le puedo asegurar muy sinceramente que Illa no es mi obsesión ni lo ha sido nunca y, por supuesto, que tampoco lo idolatro; insisto, simplemente me parecía que en estos momentos él era la opción más positiva para Catalunya y sus ciudadanos.

Otra cosa en la que usted yerra es cuando me recomienda que respete a las mayorías; le aseguro, señor Josep Gil, que en mi casa esto es y siempre ha sido sagrado; incluso cuando no estamos de acuerdo con los resultados siempre respetamos la decisión de las mayorías. Desde muy joven, sobre todo en la época en que yo también era frívolo, insignificante e incoherente, mis abuelos y mis padres —todos ellos maestros nacionales— me lo enseñaron con tesón.

Respecto a su última recomendación, cuando me empuja a tomármelo todo con más sentido del humor y a relativizar más los temas, se lo agradezco de todo corazón e intentaré hacerle caso. No obstante, respecto al 'procés' le puedo asegurar que ni me lo puedo tomar con más humor —resaltar el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas—, ni lo puedo relativizar —conceder a algo un valor o importancia menor—. Un saludo.

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