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Rastreadores, sí, pero también responsabilidad individual y colectiva

Dos rastreadores visitan una casa.

Dos rastreadores visitan una casa. / Jordi V. Pou

Los nuevos contagios aumentan y los brotes de covid-19 ponen al descubierto las deficientes medidas de prevención del contagio por parte de la Administración Pública.

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En esa situación sanitaria emerge la figura del rastreador como persona a la que se encomienda la función de localizar y efectuar un seguimiento de los contactos que han tenido los infectados por el virus. Se trata de un instrumento preventivo de anticipación. Se constata que, de un parte, no se están practicando de forma masiva y generalizada las pruebas de detección del virus, las PCR, y, de otro lado, el número de rastreadores resulta a todas luces insuficiente para poder la trazabilidad de los contagios que se han localizado, principalmente, en reuniones familiares o sociales, en establecimientos de restauración, en locales de ocio nocturno debido a la ausencia o deficiencia en la adopción de las medidas de control y seguridad, es decir, distancia interpersonal, uso correcto de mascarillas, lavado y desinfección de manos.

Esa inadecuada planificación impide obtener una información ágil y a tiempo real para controlar los brotes de forma más rápida y eficaz. Es fundamental apelar de nuevo a la responsabilidad individual y colectiva, a la concienciación y sensibilización ciudadana, a la empatía y solidaridad colectiva y principalmente a los más jóvenes, a los que observo despreocupados, fumando, sin mascarillas y sin guardar la distancia de seguridad interpersonal, agrupados en terrazas y establecimientos de ocio, a fin de que recapaciten y no coadyuven con su desinhibido e incívico comportamiento a generar transmisiones comunitarias que pueden deparar trágicas consecuencias a sus propios seres queridos y provocar pavorosos efectos en la ya maltrecha economía, que está sufriendo un descomunal descalabro.

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