"La nieve me evoca mi infancia"

Cómo añoro los paisajes nevados con los que he convivido algunas Navidades en mi pueblo del Pirineo aragonés. Este año, deseaba llenar mis pupilas con la pureza del color blanco mientras paseaba por esos parajes que solo una naturaleza tan llena de encantos es capaz de mostrar. Sin embargo, han sido unas vacaciones atípicas; unas temperaturas insólitas nos han acompañado en unas fechas en las que las montañas suelen lucir orgullosas un manto blanquecino que permanece hasta que transcurren unos meses y el invierno va dando paso al deshielo de la primavera. Esta vez, contemplé atónita cómo la primera nevada que tuvimos en el mes de noviembre se iba fundiendo bajo los rayos del sol, cambiando por un tono dorado la majestuosa vista matutina y del atardecer de las cumbres.

Cuando la gente se queja por los problemas que las nevadas pueden ocasionar, intento entenderlo, pero mi mente me transporta a mi infancia, cuando la nieve era sinónimo de inocencia y todo cobraba un brillo y una luminosidad especial. No hay escenas que revivan unos sentimientos tan profundos como la de los niños jugando en un marco níveo, recreando una atmósfera de quietud y belleza capaz de penetrar en nuestro interior. Recuerdo el estremecimiento cuando miraba los árboles erguidos, haciendo alarde de ese ropaje que les confería un realce especial. Esos contornos desdibujados me ofrecían imágenes más sugerentes a través de las cuales mi imaginación fluía con toda libertad. Algunos pájaros, ateridos por el frío, iban en busca de refugio, aportando la única nota de color.

De nuevo, busco en mi interior ese retrato de mi niñez, recogiendo esas instantáneas como si de una cámara fotográfica se tratara y que han quedado selladas para siempre en mi mente.

Como dice Andy Goldsworthy, escultor, fotógrafo y ecologista británico: “La nieve provoca respuestas que se remontan a la infancia”.